El respeto

Publicado por Equipo GV 7 Min de lectura

Por Wilson Tapia Villalobos

 

macronEmmanuel Macron, el presidente francés, ha copado las redes sociales de todo el mundo con un tema que está hoy en el debate: el respeto por la norma, por lo establecido. Mientras asistía a la conmemoración del llamado que hizo el general Charles De Gaulle para luchar contra los nazis, en 1940, fue abordado por un adolescente. Éste lo saludó entonando algunas palabras de la Internacional -en claro rechazo a las medidas en favor de la empresa impulsadas por Macron-  y diciéndole: “Hola Manú”, el apodo familiar del mandatario. La reacción de éste fue instantánea. Le dijo que él debía llamarlo señor Presidente o señor. Que allí estaban en una ceremonia oficial y las normas debían respetarse. Cerró su filípica señalándole que para hacer la revolución, primero debía formarse académicamente, ganarse el pan, para luego aspirar a que otros lo siguieran. Y que en ese momento, lo que se cantaba era la Marsellesa.

El incidente es un reflejo muy definido del momento que se vive a nivel global. Un momento en que los cambios valóricos surgen cada vez que se plantean reivindicaciones que rompen con lo tradicionalmente aceptado. Y quienes las impulsan, generalmente enarbolan la libertad de expresión para justificar sus manifestaciones. Sin embargo, parece poco razonable asistir a una ceremonia oficial e intentar que ella siga los dictados personales y no los de quienes la han organizado.

En todo caso, el incidente no pasa de ser una anécdota muy adecuada a los tiempos actuales. En que se están dando muestras de que el irrespeto es algo que va mucho más allá de quienes hoy, en todo el orbe, cuestionan el orden establecido por su marcado acento machista.  O se rebelan ante un una globalización que, bajo el signo del neoliberalismo, expande las diferencias entre pocos que disfrutan la mayor tajada de la riqueza mundial y muchos que sufren las limitaciones e injusticias que acarrea la pobreza.

Mientras Macron se erigía como defensor de lo establecido, otro presidente tomaba las agujas del reloj de la historia y echaba por tierra el respeto por los seres humanos. Donald Trump recibió la condena, de contrarios y de muchos de sus seguidores, por olvidar que la Humanidad ha avanzado.  Que las imposiciones de los señores feudales ya no rigen, porque aquellos desaparecieron. Y con ellos, el orden que fundaron y tantos padecieron. El mandatario estadounidense, siendo fiel a su slogan de: “Estados Unidos primero”, olvidó el respeto por el futuro. El necesario cuidado que hay que tener con la infancia. Y que los niños, aunque sean inmigrantes indocumentados, son la única esperanza de la especie humana.

Estos dos ejemplos muestran que la crisis no se encuentra enquistada en un solo grupo.  La necesidad de cambios es inminente. Pero también lo es el saber cuáles son las demandas y desde donde se parte. No hay que olvidar que todo empezó por una crisis evidente en las instituciones que han funcionado durante algo más de dos siglos. En nuestra época se ha hecho patente la sentencia de Lichtenberg (1742-1799): “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”.

Esta parece ser una realidad que se reitera. Los que mandan pierden la vergüenza, enceguecidos por las ansias de poder. Y para conseguirlo, no les importa romper los esquemas que hacen posible la convivencia armónica con los que obedecen. De allí nace el abuso y el natural rechazo de quienes son los perjudicados. Es claro que con el paso del tiempo y la reiteración de atropellos, se hace imposible seguir manteniendo una misma estructura. Definitivamente, las instituciones no funcionan. No porque no hayan sido bien pensadas, sino porque el ejercicio del poder desemboca, casi siempre, en excesos para conseguir mayores cuotas del mismo.

Y esto no se da sólo a nivel personal. Es cuestión de observar lo que se produce respecto de uno de los bienes más preciados por la Humanidad: la paz. “Los países que más armas venden al mundo son los mismos países que tienen a su cargo la paz mundial”, señala acertadamente Eduardo Galeano. Hay que recordar que, a nivel global, el negocio de las armas es el que mayores y multimillonarios dividendos entrega. Muy por encima del tráfico de drogas, que es condenado por llevar a la muerte y al delito a tantos hombres y mujeres.  Pero ningún dignatario de las grandes potencias -los principales propulsores de la venta de armas, encabezados por EE.UU- ni siquiera sugiere controlar este letal negocio de las empresas de su propio país.

Está claro que el que vivimos es un momento complejo. Es correcto que Macron eduque a un muchacho de su país sobre el respeto a las normas de convivencia. Pero está mal que su propia administración nada haga por frenar el negocio de armas francesas. Y también está mal que, siendo una de las naciones que debe garantizar la paz, participe en operaciones de guerra con aliados que tienen la misma obligación.

El hecho que Trump trate de aplicar su slogan de campaña -“Estados Unidos primero”- a cualquier costo, es una demostración de que el poder está por sobre los valores que la civilización occidental dice defender. Si ese costo significa desencadenar una guerra comercial que abarque  todo el planeta, o bombardear territorios y llevar adelante guerras no declaradas, pues que así sea. En el otro lado de la balanza planetaria, Rusia y China, juegan con las mismas cartas.

Definitivamente, no se puede pedir respeto sólo a los descontentos. Hay que empezar por pedírselo a los que mandan.

 

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