Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
El “síndrome del impostor” –llamado, en ocasiones, también “síndrome del fraude”– se relaciona con un trastorno psicológico que trae como consecuencia que personas que son exitosas tengan la sensación de no ser merecedoras de sus logros y se sientan como un fraude o como impostores, lo que, finalmente, las hace incapaces de asimilar y valorar sus éxitos y logros.
El síndrome del impostor es un concepto que en los últimos años ha comenzado a repetirse con mucha mayor frecuencia, no obstante que dicho concepto fuera acuñado en la década de los años 80 por las psicólogas clínicas norteamericanas Suzanne Imes y Pauline Clance, quienes advirtieron que un porcentaje de sus estudiantes dudaba de sus propias capacidades y no se sentían orgullosos de sus éxitos académicos.
Luego de comenzar a investigar con mayor profundidad este extraño fenómeno, publicaron un artículo científico (“The imposter phenomenon in high achieving women: Dynamics and therapeutic intervention”), donde analizaron los temores que mostraban muchas mujeres brillantes –con impecables logros tanto académicos como también profesionales– en relación con sus propios méritos.
Si bien, el síndrome del impostor no es exclusivo de las mujeres, ellas son más propensas a angustiarse por algunos pequeños errores que han cometido y ven a las críticas constructivas que reciben como una evidencia clara de sus defectos y debilidades, lo que las lleva a atribuir sus logros a la suerte, en lugar de a sus habilidades y competencias. De manera inconsciente tienden a compensar este sentimiento de poca valía por intermedio de un perfeccionismo que resulta ser algo paralizante, las lleva a prepararse de manera excesiva ante cualquier situación, a mantener un perfil bajo e incluso, a ocultar sus talentos y opiniones.
Se estima, que es más frecuente en mujeres por causas de carácter históricas y sociales, en función de lo cual, se produce una tendencia a subestimar sus capacidades e incluso a minimizarlas para no destacar.
Ahora bien, con el paso de los años –y ulteriores estudios–, se ha ido aceptando que este fenómeno afecta por igual tanto a mujeres como hombres, de cualquier condición social y edad.
A menudo, esta sensación de sentirse un impostor(a) provoca mucho sufrimiento en personas que son eficientes, que muestran excelentes habilidades y experticia y que ocupan buenas posiciones laborales dentro de sus respectivas profesiones. Es el caso, por ejemplo, de reconocidas y premiadas actrices como Charlize Theron o Viola Davis, o la figura de la ex primera dama de Estados Unidos –y brillante abogada– Michelle Obama, quien, en su libro autobiográfico “Becoming” dice que sufre del “síndrome de la impostora”.
El síndrome del impostor –que representa un fenómeno psicológico de difícil comprensión– hace que las personas que lo sufren, muestren una gran dificultad para aceptar que los logros que han obtenido en sus vidas provengan de sus esfuerzos, de sus múltiples capacidades y de sus propios méritos personales.
Entre los síntomas que caracterizan a las personas que sufren de este trastorno se cuentan los siguientes: (a) temor a no estar al nivel de lo que se espera de ellas, (b) elevadas auto expectativas y falta de confianza en las propias capacidades, (c) pensamientos negativos sobre uno mismo asociados a expectativas de fracaso, tales como: “No voy a ser capaz”, “Todo me va a salir mal”, “No soy tan bueno como la gente piensa”, etc., (d) incapacidad para apreciar y valorar las capacidades y logros propios, (e) miedo a mostrar alguna imperfección personal, (f) temor a perder una posición social o laboral que se ha ganado a través del propio esfuerzo, (g) sensación recurrente de no merecer los triunfos conseguidos, (h) dificultad para aceptar los elogios de terceros, (i) nivel elevado de perfeccionismo, entre otros.
Aquellas personas que sufren del síndrome del impostor tienden a auto convencerse que sus éxitos y logros se deben a causas y/o factores externos a ellas, tales como que recibieron la ayuda de terceros, o que, simplemente, tuvieron buena suerte y no porque fue gracias a sus propios esfuerzos. También les pasa que al no sentirse realmente capaces, competentes y a la altura del puesto que ocupan, las personas se esforzarán en hacer las cosas con la máxima perfección, lo que las lleva a sacrificar otras áreas importantes de su vida y de su bienestar personal.
Algunas de estas personas pueden llegar, incluso, a lo que se denomina como “auto sabotaje”: a raíz de la inseguridad que provoca este síndrome, el que se alimenta de las constantes comparaciones que realiza el sujeto con los demás, así como de una autocrítica excesiva, ello conduce a la persona a generar situaciones de auto sabotaje, a ser muy competitivo, a experimentar altos niveles de ansiedad y a sufrir de baja autoestima.
Asimismo, se produce una suerte de temor a ser descubiertos, por cuanto, las personas afectadas por este problema se sienten como si fueran “impostores”, ya que no confían en absoluto en sus cualidades y talentos, a raíz de lo cual, el temor a que alguien descubra su supuesta incompetencia los lleva a mantenerse en un segundo plano a fin de no destacar y, por esta vía, evitar atraer la atención de los demás sobre su persona.
Si bien, el síndrome del impostor no ha sido oficialmente reconocido como un trastorno mental en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), es un trastorno que se presenta de manera mucho más frecuente de lo que se piensa.
De todo lo anterior surge una gran pregunta: ¿es posible tratar a estas personas? Efectivamente, el síndrome del impostor se puede tratar y el sujeto afectado puede superar su problema por intermedio de la ayuda psicológica adecuada. El abordaje dependerá de las causas que condujeron al síndrome y desde dónde se gestaron los miedos y temores del sujeto. Los principales aspectos que se deben tratar y trabajar con el psicoterapeuta son la autoestima, el manejo y control en torno a la sobre exigencia a la que se somete la persona, la aceptación del fracaso, y la valoración y reconocimiento de los propios logros.
En forma paralela, es preciso analizar –y modificar– con el especialista los diálogos internos –o pensamientos intrusivos o degradantes– que hacen sentir menos valiosas a las personas.