Por Pablo Varas
Escritor
Los militares que cometieron delitos de Lesa Humanidad deben cumplir sus condenas hasta el último día. Los delitos cometidos no son los que un ratero practica todos los días, o los que un carterista con elegancia nos levanta la billetera.
Mientras el asombro no se acabe las futuras generaciones seguirán sintiendo el dolor de miles y miles, no sólo las víctimas, sino que sus familiares. Muchos bajaron la cabeza para que no sean agredidos, incluso insultados. Tantos que enterraron a sus muertos y huyeron del país para salvarse. Esos militares que quemaron vivos a sus detenidos en Villa Grimaldi, esos valientes soldados que salían a cazar a militantes de izquierda. Morén Brito, Marchenko, es que el listado es largo, como la patria misma.
Nunca las Fuerzas Armadas se han reconocido culpables, todo lo contrario. Levantan la monserga de eso de la inmensa mayoría de chilenos, ocultan cuando mandaban a sus mujeres a tirar granos de trigo a la casa del General Prats sencillamente porque no tenían pantalones muchos y otros preparaban el golpe militar. No es necesario que reconozcan sus delitos, ya se sabe que fueron ellos con nombres y apellidos.
Es verdad que la venganza no está en este lado de la vereda, pero se quiere que también lo esté la justicia y la reparación que pide los familiares y la sociedad, eso nada pero tampoco nada menos. Nos hacen falta nuestros compañeros, estarían también canosos y jugando con los nietos.
Los crímenes que se cometieron durante la dictadura cívico-militar, sobrepasaron lo que había sucedido en nuestra corta historia como pueblo. En la memoria y los libros están las masacres obreras en el norte, las marchas obreras donde se les disparó a mujeres embarazadas, a los pobladores en Puerto Montt, tal como sucediera en el gobierno de Eduardo Frei 1964-1970.
No todos los militares del ejército chileno que sacaron sus corvos para despedazar a compatriotas, supuestamente agentes de la KGB o que escondían armamento en sus casas, están en prisión. La lentitud de los procesos, las medidas dilatorias de sus abogados hacen que la impunidad esté presente. El paso de los años hace que los asesinos también se hagan viejos, y sucede entonces que sufren de graves deterioro mental, que han olvidado todo y que pasan sus días mirando una ampolleta.
Esos viejos militares que habitan Punta Peuco, algunos con las dolencias normales para su edad, están pidiendo salir del encierro y para ello piden que intervenga la iglesia católica, que sean los curas los que intercedan para que ellos pidan perdón.
El perdón es un asunto de la iglesia. El mundo laico y civil pide se haga justicia y los que han cometido delitos deben pagar con la privación de libertad.
La iglesia no está en condiciones para interceder ante nada, su historia la condena. Son millones de hombres y mujeres los que han caído porque sus autoridades/papas/cardenales/clérigos así lo han ordenado. Suficiente dolor sufrió cuando se amenazó a Galileo Galilei su osadía al demostrar que la tierra giraba alrededor del sol.
Los protestantes conocen a William Tyndale, figura muy relevante, traductor de la biblia al inglés a quien se le impidió imprimir el Nuevo Testamento. En 1535 William fue encarcelado y un año después fue ahorcado y quemado en una plaza pública. Juana de Arco convenció a Carlos VII de expulsar a los ingleses del territorio francés. La condenaron por haber dicho que había escuchado la voz de Dios y la quemaron en la hoguera en la ciudad de Ruan.
Entre los miles de crímenes cometidos en nombre de Dios y en defensa de este, encontramos la Santa Inquisición, en este periodo todos eran culpables, no se movía una hoja sin que los inquisidores lo supieran. Bajo pretextos divinos las arcas de la iglesia se hicieron incontables. Todo era requisado, tierras, monedas, joyas, oro, plata, todo lo que brille era ganancia. Después vino la cacería de brujas, eso dejó otro regadero de miles y miles de muertos en nombre de la cruz.
La iglesia se siente muy ufana en estos días, nuevamente está en la foto. Ya pasó Karadima, el cura Tato, los Legionarios de Cristo, ahora deja los brazos abiertos para que esos viejos valientes soldados puedan volver a sus casa sin cumplir la totalidad de la pena. La iglesia está acostumbrada y practica la impunidad como si de un partido de futbol se tratara.
No le podemos pedir a la iglesia que recuerde a Joan Alsina, sacerdote fusilado en septiembre de 1973, o el cura Antonio Llidó detenido desaparecido, o aquel otro que mataron en tortura en la Esmeralda, ellos eran según sus leyendas hijos de Dios y Dios los abandonó. Fue la justicia de los hombres la que encontró a los culpables de estos delitos y los condenó.
La relación entre los condenados por delitos de Lesa Humanidad, son asuntos del mundo civil y laico. Ellos deben saber que desde 1925 se separó la iglesia del Estado, y así debe continuar. Bastantes son los beneficios del usufructo y favores que han sido dádivas civiles para estar bien con las sotanas.
Pues bien, la iglesia a sus aposentos, Punta Peuco es el justo lugar para los criminales y allí deberán quedarse hasta que se cumplan las condenas. Así lo exige la civilización y la dignidad de los pueblos que luchan de manera cotidiana para ser verdaderamente libres, llevando el pasado no como una mochila sino con los sueños de que seremos el algún momento de la historia levantar las cimientes de un modelo nuevo y más justo, y con eso nos damos por pagados.