Los patrones quieren ser felicitados por el respetable tal como eran algunos de sus inefables mayordomos. Sin embargo, carecen de cualidades administrativas en asuntos públicos
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columnista Granvalparaiso
Algo está ocurriendo con este gobierno de la derecha chilena, algo que parece no funcionarle debidamente. Está en el que quizás sea su mejor momento desde la época de la dictadura militar… sin embargo, las noticias no son buenas para ella. Ni para el resto de los mortales que habitan nuestra nación.
Una especie de manto oscuro parece cernirse siempre sobre las sociedades de aquellos países donde gobierna la derecha… y los problemas se van sumando con persistente porfía. Chile no es la excepción. Posiblemente, a las tiendas partidistas esclavas del neoliberalismo y del mercado sin fronteras les cueste gobernar en sistemas que sean parecidos a la democracia institucional. Tal vez, sólo pueden hacerlo en regímenes donde los derechos civiles y los derechos humanos se encuentran sojuzgados por reglas de la actividad bursátil y cambiaria, pero, siempre y cuando estas dominen sin contrapeso la agenda ‘social’ de tales autoridades.
Claro que gobernar en esas condiciones es tarea fácil, no requiere de mayores exigencias, pues el silencio y la violencia son argumentos suficientes para imponer legislaciones y abusos… más abusos que otras cosas. Entonces, ¿dónde está –o cuál es- el problema?
Obedeciendo mandatos de sus patrones extranjeros la derecha dura -¿o la económica?, vaya uno a saber- impuso el sistema imperante que, una vez instalado y concretizado, no tiene rival al frente. Ni siquiera los izquierdistas de mayor convicción y prosapia están en condiciones de plantear una alternativa viable que logre la adhesión mayoritaria del pueblo. Por ello, lo dicho, es el mejor momento de la derecha, sin embargo.
Aunque ella entronizó el sistema, fueron los socialdemócratas quienes mejor lo administraron en las primeras décadas una vez recuperada la democracia. El caso más emblemático lo representa precisamente nuestro país, donde la coalición -supuestamente centroizquierdista- Concertación de Partidos por la Democracia no sólo fue una magnífica curadora del sistema sino, yendo aún más lejos, se constituyó en su mejor aliada, a tal grado que ese bloque fue tildado como el de los ‘mayordomos’ de la derecha, de los patrones.
“Administrar bien el sistema” significó un crecimiento estratosférico en ganancias económicas para las mega empresas transnacionales, muy particularmente durante el gobierno de Ricardo Lagos. “Mis empresarios todos lo aman (a Lagos). Realmente le tienen una tremenda admiración”, afirmó el entonces líder de la cúpula empresarial chilena, agrupada en la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), Hernán Somerville, el cual no dijo “lo aprecian”, ni dijo que “lo respetan”, o “le agradecen”. Dijo, fuerte y claro, que “lo amaban”.
Sin embargo, como es característico de la derecha chilena, no bastaba tal hartazgo… quería más, quería todo, incluyendo la libertad para corromper y ser corrompida. El país que era considerado el ‘modelo’ del neoliberalismo devino en agencia política del delito y la corruptela. En ese ‘quererlo todo’ ella incluyó obviamente al gobierno. Lo obtuvo en enero del 2018 desalojando del palacio a sus útiles mayordomos. Sin embargo, el país no camina cómodo cuando el gobierno está en manos de los creadores del sistemita que asfixia a gran parte de la sociedad civil. Es como estar frente a un hermoso caballo, pero no bien se le deja libre se observa su acentuada cojera.
Los patrones quieren ser felicitados por el respetable tal como eran algunos de sus inefables mayordomos. Sin embargo, carecen de cualidades administrativas en asuntos públicos y sus decisiones apuntan siempre a la ganancia económica propia, sin interesarles que ello pueda perjudicar a la mayoría de los habitantes del país, a quienes ven sólo como clientes y empleados.
Y el caballo aumenta su cojera, así como aumenta la desaprobación ciudadana al gobierno patronal. ¿Qué hacer?, se preguntan los asesores del Presidente, nunca dispuestos –claro está- a restarle un centímetro ni un dólar al esquema programático de la expoliación a la que someten a las mayorías nacionales. Y bueno… si a la gente le agradaba el estilo utilizado por los mayordomos, entonces ni hablar, habrá que recurrir a él. Ese fue el pensamiento de los cerebros que nutren con ideas a Piñera.. o quizás don Sebastián nunca ha necesitado ideas de terceros para patinar sobre piso resbaladizo. Como haya sido, la cuestión es que Tatán comenzó a acompañar errores de personajes, lugares y fechas, con pensamientos y dichos ya mencionados por políticos de la vereda de enfrente.
Al actuar de esa forma, en un desesperado intento por lograr que la gente aplauda la explotación a la que es sometida, no sólo se le escabulle el objetivo deseado, sino además se convierte en el hazmerreir del mundo político, pues pasa a encarnar el personaje descrito por Pablo de Rokha en la década de 1930: “para ser un plagiario, menester es poseer un oportunismo desenfrenado, una vanidad sucia y enormemente objetiva, como de histrión o bufón fracasado, una gran capacidad de engaño y de mentiras” (aunque De Rokha dedicó esas líneas a Neruda, la verdad es que hoy vienen como anillo al dedo para definir a Sebastián Piñera, quien cumple cabalmente con los ‘atributos’ de todo plagiario).
La derecha comienza a barruntar que jamás podrá “tener todo”. El gobierno le cuelga como un traje de adulto podría quedarle a un niño. Es el símil del dueño de una empresa que sabe a ciencia cierta que sin sus trabajadores a cargo de las máquinas y las ventas, el negocio no funciona. Lo haría si ella –la empresa- fuese monopólica… y la derecha a su vez sabe que podría gobernar a placer y sin obstáculos si el sistema político no fuese una democracia. Con ella cojea… como el caballo.