Por Basthian Carrasco Campos y Javier González Arellano
International Institute for Philosophy and Social Studies
IIPSS.com
[responsivevoice voice=”Spanish Male” buttontext=”Pulsa para Escuchar”]
Hemos sido testigos de los diversos golpes a la memoria de las víctimas de la dictadura cívico-militar de Pinochet. Desde el poder judicial, los embates llegaron desde la Segunda Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia. Al episodio se le denominó el “Supremazo” y consistió en una serie de fallos judiciales que les otorgó la libertad condicional a reos condenados por crímenes de lesa humanidad, contraviniendo las medidas exigidas por los tratados internacionales suscritos por el Estado, que forman parte del ordenamiento jurídico y tienen un lugar preeminente en la estructura normativa del país.
Desde la política, hay muchos ejemplos, pero nos detendremos en las intervenciones del diputado Urrutia (UDI) que trato de “terroristas” a las víctimas de prisión política y tortura. Qué decir de las palabras del fugaz exministro Mauricio Rojas, quien sostuvo, en una publicación, que el museo de la memoria y los derechos humanos es “un montaje”, utilizando calificativos como “vergonzoso” y “mentiroso”. Y del error no forzado de Piñera que, inmediatamente después del polémico episodio del museo de la memoria, anunció la creación del museo de la democracia.
Y qué decir del actuar de la sociedad civil. Ahí está la corporación 11 de septiembre, quienes, en una definición de manual de negacionismo y equidistancia, proponen la creación del museo de la verdad para honrar y justificar el actuar de los militares durante los 17 años de dictadura. Y, finalmente, en el día internacional de las víctimas de desapariciones forzadas, el grupo nacionalista Movimiento Social Patriota (MSP) colgó un cartel en el Parque por la Paz Villa Grimaldi que sostenía que en ese sitio “[…] la izquierda lucra con la memoria de los chilenos torturados”. Dicho sea de paso, son palabras similares a las que una vez utilizó el excandidato José Antonio Kast cuando le entregó su apoyo a Urrutia sobre el episodio que ya hemos mencionado.
En definitiva, golpes a la memoria de las víctimas provenientes del poder judicial, político y la sociedad civil. Dichos golpes son cotidianos, son pan de cada día. Y es que es cosa de ver las hemerotecas de la prensa, escuchar la radio y ver la televisión ¡En los matinales existen personajes que se declaran abiertamente pinochetistas y defienden el legado del dictador! Bueno, dirán, eso es parte de la libertad de expresión y pueden llevar razón. Pero dicho derecho, el de la libre expresión, tiene un límite y en este caso es la memoria de las víctimas. Una cosa es sentirse identificado con el dictador y su legado, y la otra es menospreciar e incluso insultar la memoria de las víctimas. Es que dichos apologistas de la dictadura y los indiferentes- -“si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”, dijo Desmond Tutu-, no se dan cuenta de que sus palabras y actos hacen pasar nuevamente a las víctimas por el trauma que produjo la barbarie y sus consecuencias. No se enteran del daño que producen y del sufrimiento que desencadenan. En definitiva, no saben nada de la revictimización.
Todas estas acciones representan tan sólo unos pocos ejemplos de los cotidianos golpes a la memoria de las víctimas. Y durante este año se darán más. Este 2018 será un año cargado de recuerdo para las víctimas y, por lo tanto, de argumentos contra las víctimas. Primero, se conmemoran 45 años del Golpe de Estado. Segundo, 30 años del plebiscito de 1988 y, tercero, 20 años de la detención de Pinochet en Londres. Todas han sido fechas emblemáticas en nuestra historia reciente. La primera, marcó el fin del gobierno democrático de Salvador Allende y el inicio de la terrorífica dictadura cívico-militar. La segunda, el comienzo de la posdictadura y la lucha por la justicia, verdad, reparación y no repetición en democracia. Y la tercera, fue un punto de inflexión en materia de justicia transicional: se puso en jaque el pacto de impunidad de la transición y comenzaron a fluir las demandas por las causas de violaciones a los derechos humanos. Pero ¿por qué conmemoramos el Golpe de Estado y no las demás fechas? ¿qué hace del Golpe una fecha tan importante en nuestra historia reciente? En definitiva, ¿qué hace del “11” una fecha eterna?
Sin duda alguna, el Golpe de Estado llevado a cabo ese fatídico 11 de septiembre de 1973 representa el acontecimiento y, a su vez, la fecha más importante de la historia del siglo XX del país. Su legado marcó tanto a las generaciones que lo vivieron como a las actuales generaciones herederas (y, sin duda, marcará a las venideras). El “11” representa un antes y un después y continúa constituyendo, desde el 73’ a la actualidad, uno de los principales motivos de polarización política, social y cultural del país.
Se preguntarán, entonces, ¿por qué conmemoramos un día trágico que sólo trae de vuelta los antiguos fantasmas y revive las más grandes pesadillas colectivas tanto de izquierda como de derecha? Porque conmemorar es recordar un acontecimiento histórico, pero no de cualquier tipo, sino aquel que otorga significado a lo que somos colectivamente, es decir, un acontecimiento que configura la identidad colectiva de la sociedad a la que pertenecemos. Precisamente el Golpe de Estado interrumpió y transformó nuestra vida, es decir, configuró nuestra identidad colectiva. Y esa configuración, digamos, no fue algo natural, más bien fue una política de Estado del régimen dictatorial. Veamos.
Desde 1974, el bando golpista instauró que la conmemoración del Golpe fuera pública. Se quería mostrar que se había recuperado el país, la paz interna y la libertad perdida durante el gobierno de la Unidad Popular. La centralidad de esta conmemoración era demostrar a la nación y al mundo el apoyo por parte de la población -del ciudadano de a pie- al gobierno cívico-militar. En esto colaboraron decididamente gobierno de facto, los sectores empresariales, los gremios y comerciantes simpatizantes del nuevo régimen. Incluso, en 1981, el “11” se instauró como feriado nacional y se le denominó coloquialmente el Dia de la Liberación Nacional. En definitiva, gracias al control total de los poderes estatales, la complicidad de sectores de la sociedad civil y los medios de comunicación, el régimen dictatorial logró imponer una memoria colectiva hegemónica basada en un relato sobre la liberación y salvación del país de caer en las garras del comunismo.
Del lado de los derrotados, la conmemoración era privada, expresaba dolor y duelo, y, para muchas, el comienzo del luto eterno y la búsqueda incansable de sus seres queridos. Era el Chile vencido, invisibilizado, con temor y desconfianza, producto de la persecución política a la que estaban constantemente sometidos. La alegría de los vencedores era el dolor de las familiares de los presos políticos, desaparecidos, asesinados, torturados y vejadas por parte de los aparatos represivos del Estado. Era el fin de la democracia, la libertad y lo sueños de justicia social. El terror triunfó y posicionó al silencio a modo de recuerdo reprimido. Pero, con el paso del tiempo, estás memorias individuales, de víctimas y opositores al régimen, se fueron articulando y creando un propio relato de los hechos, es decir, su propia verdad, posicionando su discurso en el centro del debate nacional e internacional. Comenzó la lucha por la memoria y el “11”, para los ciudadanos reprimidos, empezó a forjarse como una fecha de reivindicación, de protesta social, de búsqueda de verdad, de justicia y recuperación de sus sueños democráticos. Fueron 17 años de lucha y resistencia contra todo el aparataje del Estado, que contaba con el respaldo de los poderes económicos y una buena parte de la sociedad civil.
Dicha lucha por la memoria continúa hasta la actualidad. A 45 años del Golpe de Estado, la memoria de las víctimas clama justicia, verdad y reparación. La memoria de las víctimas sigue exigiendo la colaboración de los victimarios para saber dónde están sus familiares desaparecidos. Por su parte, la memoria de la “familia militar” clama, por un lado, olvido, pasar página, borrón y cuenta nueva, y por otro, la exaltación de la figura del dictador y su gobierno. En esta lucha, ¿es acaso la memoria sinónimo de justicia? ¿es acaso el olvido sinónimo de injusticia?
Tener presente la memoria de las víctimas, es tener presente la injusticia cometida. Sin la memoria de las víctimas los hechos y experiencias que ellas vivieron se extinguen, se desvanecen, no podemos decir que tuvieron lugar y, por lo tanto, se niega la existencia de la injusticia. El olvido que quieren imponer los que se identifican con los victimarios es sanción y perpetuación de la injusticia, y este ha sido el destino para la mayor parte de los sufrimientos de la humanidad. Por eso, el potencial de la memoria reside en extraer del olvido el sufrimiento de la víctima, dando cause a su voz y experiencia ¡Es gritar que ahí hubo una injusticia! y, por consecuente, es el paso necesario para que podamos hablar de justicia. Precisamente, recordar las injusticias que se cometieron contra las víctimas es, en cierto sentido, una forma de hacer justicia. Decimos en cierto sentido, porque jamás podremos saldar la deuda impagable que tenemos con ellas. No hay medida de reparación alguna que enmiende la injusticia de ser desaparecido, asesinado, torturado o exiliado. Lo único que podemos hacer es mantener vivo su recuerdo.
La memoria de las víctimas nos interpela colectivamente al preguntarnos por qué hemos construido nuestra sociedad en base a la injusticia. Si, muchos no lo ven, pero nuestro presente está construido sobre la barbarie del pasado reciente. Por lo tanto, tenemos una responsabilidad hacia ese pasado, ya que nosotros, los herederos de ese tiempo pretérito, formamos parte de ese presente levantado sobre aquellas injusticias. Por esto, y por muchas otras razones, es que el “11” representa esa fecha eterna, interminable. Es el día que marcó el comienzo de la barbarie a modo de crímenes de lesa humanidad. Si esto es así, ¿por qué seguimos defendiendo, negando, minimizando e incluso justificando la barbarie? Si somos capaces de olvidar los crímenes de lesa humanidad, naturalizándolos, restándole importancia, nada impide que la barbarie vuelva a ocurrir. Por eso tenemos el deber de recordar, para que no vuelva a suceder nunca más. Este el vínculo entre memoria y el nunca más.
Hace poco tiempo, el Estudio Internacional de Educación Cívica y Formación Ciudadana (ICCS, siglas en inglés), arrojó cifras preocupantes para nuestro país: el 57 por ciento de los estudiantes chilenos de octavo básico justificaron un régimen dictatorial siempre y cuando cumpla con la promesa de traer orden y seguridad, y un 52 por ciento de los estudiantes lo justifica en la medida que la dictadura traiga beneficios económicos al país. ¡Y es que no hemos aprendido nada! No hemos sido capaz de traspasar la importancia de la memoria de las víctimas a las nuevas generaciones.
Chile continúa polarizado y mientras siga vigente está actitud arrogante de las personas que se identifican con los victimarios o la actitud indiferente de algunos sectores de la sociedad y no exista conciencia del dolor y sufrimiento ocasionado, difícil, por no decir imposible, es que podamos caminar hacía la tan anhelada promesa incumplida de la reconciliación social. Si consideramos que las injusticias pasadas están prescritas o el pasado clausurado o enterrado, nada impide que esa lógica que impulsa la injusticia se siga repitiendo, es decir, se reproduzca en un futuro. Por todo esto, a 45 años del Golpe de Estado, tenemos el deber de recordar todo lo que razonablemente no podemos esperar que las chilenas y los chilenos olviden.
[/responsivevoice]