Hermanos brasileños… ahora nos conocen; así somos (los chilenos)

Publicado por Equipo GV 9 Min de lectura

En esto nos ha convertido el capitalismo rampante. Parafraseando a Neruda, “los de antes, ya no somos los mismos”. El neoliberalismo salvaje transformó a muchos chilenos en “marionetas con tarjetas de crédito”

RECONOZCO QUE ME avergüenza incluso el escribir estas líneas. Sé que ellas representan sólo a una parte de nuestra sociedad como país, pero lamentablemente es ese porcentaje el que muestra sus ‘dones’ con mayor desenfado a la luz pública, vale decir (en este caso) a los medios de prensa internacionales, que son –para mantenernos en la prolijidad del fiel de la balanza- tan portentosamente nefastos y mala leche como los que hay aquí en casa.

Viví algún tiempo –años ha- en Sao Paulo, ‘a cidade da garoa’, y siempre que el bolsillo y el tiempo lo han permitido he regresado a visitar mis viejas amistades, las calles, plazas y museos de esa urbe magnífica que me acogió con inolvidable cariño en mis calendarios de estudiante universitario. Entonces, y ahora, mis queridos amigos paulistas, cariocas y gaúchos (Sao Paulo, Rio de Janeiro y Porto Alegre, respectivamente) han extremado sus atenciones manifestándome, con una inefable certeza que resquebraja el alma,  “cuán cultos son los chilenos”, y para ello echan mano a íconos literarios de la talla de Neruda, Huidobro, la Mistral, Isabel Allende, Bolaño y varios más. Lo dicen con absoluta convicción… ¿cómo tajearles el ánimo y desmentirles sus opiniones? No sería de amigos bien amigos, ¿verdad?

Esos hermanos míos de allende la cordillera, los ríos y la ceje selva, se les ilumina el semblante cuando recuerdan que algunos de sus líderes locales (buenos y nada buenos) huyeron de Brasil durante la dictadura de militares infernales apellidados Castelo Branco, Costa e Silva, Garrastazú y otros, refugiándose en el entonces democrático Chile bajo las administraciones de Frei Montalva y Allende Gossens. Aquí encontraron campo fértil para completar sus estudios, para trabajar como académicos y prepararse adecuadamente cobijados por la Universidad de Chile, especialmente en el Instituto de Economía, en ese tiempo sito en la avenida Condell, en Santiago, al lado de la vieja escuela de Servicio Social, dependiente en aquellos ido años de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la misma ‘U’.

Teothonio dos Santos (gran economista y académico), César Maia (alcalde de Rio de Janeiro años más tarde, ya en democracia) y José Serra, quien después en su país ocupó cargos de ministro, gobernador, alcalde de Sao Paulo y dos veces candidato presidencial, fueron tres de aquellos insignes brasileños que pasaron por nuestro país… y que pese a haberse casado con chilenas también debieron “apretar cachete” cuando unos generales sediciosos dieron el golpe de estado contra el Chile democrático. Ni Serra. Ni Maia ni dos Santos han olvidado lo que significó Chile para sus éxitos profesionales… y para sus vidas. Mis amigos paulistas, gaúchos y cariocas tampoco lo olvidan.

Entonces, comienza el Mundial de Fútbol 2014 en Brasil, y los habitantes de esa nación-continente reciben una avalancha de chilenos cuyo número supera con creces las 20 mil personas, muchas de las cuales (muchísimos, tal vez) no se caracterizan precisamente por su formación académica ni por una cultura digna de aplauso, ya que me cabe la absoluta certeza que de esos 20 mil y pico de mis compatriotas, la gran mayoría no ha leído un puto libro en los últimos cinco años, y si algo de valor leyeron (alejado de bodrios como el diario LUN o ‘La Cuarta’) de seguro han comprendido maldita la cosa de lo que sus ojos recorrieron página a página.

Ochenta chilenos ingresaron a la fuerza a la sala de prensa del estadio Maracaná antes de comenzar el partido de fútbol que Chile jugaría con España, pateando puertas y derribando cuanto encontraron a su paso, argumentando una explicación tan burda y torpe como sus propias neuronas: “es que no había entradas disponibles”. Tuvieron mucha suerte, pues el coronel a cargo de la policía del lugar bien pudo haber dado la orden a los suyos para disparar a discreción, ya que en el primer momento de producida la avalancha se pensó que ella era parte de un ataque terrorista. La prensa del planeta estaba presente, y se encargó de informar urbi et orbi –en tantos idiomas como los habidos en la Torre de Babel- del desastre desquiciado que esos ‘chilenitos’ protagonizaron en el corazón de la gesta futbolera.

Por cierto, no se ha asfixiado en ello la acción de algunos de mis connacionales allá en Brasil. Escándalos de ebrios, revendedores de entradas falsas, chamulleros vendedólares truchos, ladrones de esquina, acosadores de mujeres, e incluso algunos ‘patos malos’ dedicados a saquear a sus propios compatriotas en ciertos campings para chilenos, han dado la nota alta en la tierra del  samba y del café.

“¿Pero, estos compatriotas tuyos, son los mismos que luchan allá en Chile por una educación de calidad, pública, laica y gratuita?”, me preguntan mis amigos brasileños. Pese a que mi respuesta es negativa, les extraña sobremanera la pasión con la que esos compatriotas míos cantan el himno nacional en los estadios, copan avenidas y playas, y protagonizan luchas cuerpo a acuerpo y combo a combo con turbas de fanáticos futboleros argentinos tan “inteligentes” como ellos… todo por una pelota de fútbol y una camiseta con marca de tiendas transnacionales.

“¿Se ponen las pilas para el fútbol, gastan lo que no tienen, pasan hambre, dejan botadas a sus familias y sus trabajos en Chile, cometen mil y una locura… pero jamás lo hacen por sus derechos, sino que por un campeonato deportivo que nada les arreglará ni empeorará en su país?”. Sí, respondo… sí… lo hacen porque no poseen otro mundo que no sea aquel que conocen a través de la televisión y de la prensa ‘oficial’, ambas amañadas y asociadas con el establishment político y económico en una ardua (y hasta hoy eficaz) tarea anti educacional, anti libertaria, anti democrática, propugnando la prevalencia de una educación de pésimo corte que propone el individualismo consumista y la adoración sin aliento al dinero y al éxito, sin importar cual sea el talante y la dignidad de este.

No tengo duda alguna que allá en el limbo de los inmortales, Mario Quintana, Vinicius de Moraes y Jorge Amado, le preguntan a Pablito Neruda “¿qué está pasando con tus hermanos chilenos?”… y nuestro insigne Nobel,  con los ojos arrasados por lágrimas de desencanto, debe responderles: “es que los de antes… ya no somos los mismos”.

“¡Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos! Están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo”. Eso escribió hace más setenta años el gran García Lorca… y si ustedes  me lo permiten, parafraseando al magnífico granadino, yo podría asegurar que “¡se acabaron los chilenos de gran talante cultural! Están aún atrapados por el influjo de quienes contrataron el quehacer de afiladas bayonetas militares amantes de la muerte, del dinero y enemigas consulares de la inteligencia, el arte y la cultura”.

El sistema neoliberal salvaje ha transformado a millones de chilenos (no a todos, afortunadamente) en vulgares marionetas con tarjetas de crédito, en piltrafas consumistas endeudadas hasta la tercera generación, y en infumables prepotentes que se tragaron el cuento de pertenecer a un país “casi” desarrollado llamado Chile… donde nada es de Chile.

Por Arturo Alejandro Muñoz

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