La pandemia pasará algún día, pero uno de sus efectos permanentes será el elevado porcentaje de fieles que dejarán de concurrir al templo, prefiriendo conectarse vía electrónica para el culto dominical
Por Raúl Gutiérrez V.
Viña del Mar, julio de 2020
LA SUSPENSIÓN FORZOSA de las misas o cultos a causa de la pandemia ha dado fuerte impulso a las transmisiones de estas ceremonias por internet. “Muchas congregaciones se han adaptado rápidamente a la nueva realidad”, dice el obispo Heinrich Bedford, de la Iglesia Luterana en Alemania. “Hemos visto una creatividad increíble, tanto en formatos digitales como no digitales. Es que el Espíritu Santo actúa a pesar de las máscaras faciales y el distanciamiento social “.
No corresponde decir que los fieles “participan” en estas liturgias. Aunque lo hagan con devoción y recogimiento, son simples espectadores. No es lo mismo, por cierto, que congregarse con los hermanos en la fe el domingo en el templo, intercambiar abrazos al momento del saludo de la paz, recibir en grupo cada quien el pan y el vino, cantar y orar juntos y al término del oficio compartir un café con galletas o hasta torta si alguien está de cumpleaños.
Pero el culto por internet es mejor que nada y constituye por parte del sacerdote o el pastor un intento por mantener aunque sea vicariamente los vínculos entre los parroquianos o miembros de las respectivas comunidades y sostenerlos en la esperanza en estos tiempos de desolación.
Las transmisiones de misas o cultos por Facebook, Instagram o Spotify entre otros han surgido como un mecanismo de urgencia y así lo comprueba la mediocre calidad de la mayoría de los productos audiovisuales que proliferan en las redes sociales.
UN PROCESO INEVITABLE
La calidad de estos videos tendrá que ir progresando en términos formales y de contenido. Ello se hará en verdad imperioso porque la asistencia física de fieles al templo, que ya venía en fuerte declinación desde mucho antes del estallido de la pandemia, seguirá menguando y un porcentaje creciente de la feligresía preferirá presenciar por internet la misa o el culto. Los templos se irán quedando vacíos y la única forma de evitar la dispersión de los fieles será ofrecerles liturgias vibrantes, interesantes y atractivas. Es probable que a muchos fieles les resulte chocante que de una u otra manera las transmisiones terminen asemejándose a un espectáculo en busca de rating. Sin embargo, a lo largo de la historia la música, la pintura, la oratoria y la poesía han sido utilizadas profusamente para solemnizar y amenizar las ceremonias o los recintos cultuales y atraer así a los fieles.
Aventuran los expertos que mientras no se descubra una vacuna o un remedio contra el covid 19 los sobrevivientes tendrán que aprender a vivir con el virus. Estarán obligados a observar hábitos preventivos que a van a contrapelo de la idiosincrasia de los latinos. Es que el virus podrá ser puesto bajo control, pero seguirá al acecho, buscando por dónde lanzar nuevas dentelladas. No se podrá entonces bajar la guardia. En el mejor de los casos, fingiremos que hemos vuelto a la normalidad, actuaremos como si hubiéramos vuelto al pasado, pero guardando múltiples precauciones, conscientes de que cualquier desliz costará caro.
En vez de entregar los himnarios a cada asistente a la entrada del templo, habrá que dejarlos en las bancas, cuidando al depositarlos sobre ellas el respeto de la distancia mínima de un metro; y los fieles deberán suponer que el libro ha sido sanitizado. Preferible olvidarse de la recuperación de los himnarios al término de la celebración y optar, en cambio, por la proyección de las letras, así como de los textos de las lecturas bíblicas, sobre una pantalla electrónica
¿Qué es eso de encontrarse en la puerta de la iglesia al cabo de tanto tiempo de separación y no poder darse un abrazo, debiendo contentarnos con un saludo a la distancia o con un toquecito con los codos? ¿Quién se atreverá a beber del mismo cáliz del cual han sorbido ya varios otros, por más que el oficiante lo limpie a cada momento con una servilleta? ¿Podrá el pastor o sacerdote ir distribuyendo por mano un trozo de pan o de galleta para revivir la última cena? ¿Tendremos que sacar del bolsillo o la cartera la botellita de gel a fin de frotarnos las manos apenas impartida la bendición que acostumbrábamos a recibir formando una cadena humana? ¿Encontraremos sabor al café si después de recibir la taza y la galleta por parte, únicamente, de un encargado, debemos mantenernos a conveniente distancia uno de otro?
MEJORES PRODUCTOS AUDIOVISUALES
Habrá quienes privaticen por completo su fe y práctica cultual. “Me entiendo directamente con Dios y listo”. Es lo que un importante número de cristianos ha venido haciendo desde hace largo tiempo para demostrar su indignación ante la oleada interminable de revelaciones de abusos pedófilos de clérigos a lo largo y ancho del planeta. Otros, sobre todo en el mundo protestante, invocarán discrepancias con los pastores, algunos de los cuales se han precipitado al autoritarismo o incentivan en sus comunidades el culto a la personalidad.
Pero incluso hasta hace poco eran asiduos asistentes a los cultos semanales y que en el último tiempo, forzados por la amenaza de la pandemia, han debido conformarse con seguir los oficios por internet, encontrarán poderosas razones para perseverar en esta práctica cuando la crisis sanitaria quede en el recuerdo. Ya puede uno imaginarse los argumentos. “Cuesta mucho estacionarse cerca de la iglesia”, “en invierno la iglesia es un témpano”, “´como no han querido instalar amplificación, a menudo uno ni se entera del contenido de las lecturas”, “prefiero definir yo la hora que estaré disponible, la cual puede variar de un domingo al otro”.
Los desafíos para mejorar la calidad técnica del producto audiovisual que se coloque periódicamente en la red no son despreciables. Probablemente la parroquia o comunidad tendrá que invertir en una buena videocámara. Pero habrá asimismo que coordinar los aportes del organista, coro o solistas y de quienes sean llamados a servir de lectores, formular preguntas o motivar el sermón, hacer la oración después de la homilía, entregar en forma amena y completa los avisos que den cuenta de una comunidad vibrante, interesada en profundizar en su fe y en estrechar los vínculos entre sus integrantes y que atiende a los necesitados de apoyo material o espiritual, inclusiva, solidaria.
Todo ello demandará más tiempo, sin duda, y habrá que trabajar las transmisiones con bastante anticipación. Sin embargo, se trata de un desafío inescapable, dado que previsiblemente el grueso de la asistencia a la celebración dominical estará conformado por cibernautas.
LA IMAGEN DE QUÉ IGLESIA PROYECTAR
Por eso es tan importante que el producto audiovisual al que accedan quienes se conecten a la hora del culto o de la misa proyecte la imagen no de un clérigo que lo hace todo, sino de una comunidad que toma en serio eso de que todos los bautizados somos sacerdotes, profetas y reyes y que entre nosotros no existe una brecha insalvable entre clérigos y laicos.
El papa Francisco ha sido categórico a este respecto. Señalemos a vía de ejemplo el discurso que pronunció ante centenares de sacerdotes reunidos en la Catedral de Santiago durante su visita a Chile en enero de 2018. “La Iglesia no es ni será nunca una élite de consagrados. El olvido de este principio acarrea riesgos o deformaciones en nuestra propia vivencia personal. Los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados; no tienen que repetir como loros lo que les decimos”.
Protestantes y evangélicos deben revisar planteamientos básicos de la reforma planteada por Lutero. “Todos los cristianos pertenecen en verdad al mismo orden y no hay entre ellos ninguna diferencia excepto la del cargo. La pertenencia común e igual deriva del hecho de que tenemos un solo bautismo, un solo Evangelio, una sola fe y somos cristianos iguales, pues el bautismo, el Evangelio y la fe son los únicos que convierten a los hombres en eclesiásticos y cristianos”. Por eso afirma Lutero que todos los cristianos son sacerdotes por igual, pues “todos nosotros somos ordenados sacerdotes por el bautismo”.
Para el sacerdote e intelectual belga Gabriel Ringlet la circunstancia de poder congregarse en los templos para celebraciones presididas por clérigos constituye una oportunidad que hay que aprovechar. “Los laicos pueden rezar y celebrar sin la presencia de un sacerdote, ¡y eso está bien””. Según deja constancia el evangelio de Mateo, Jesús prometió que “allí donde dos o más se reúnan en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos”
La celebración de la misa o del culto no puede circunscribirse entonces a recoger las palabras, los gestos y los desplazamientos del oficiante, ya que se trata supuestamente de que el producto audiovisual refleje un encuentro de hermanos que celebran en común la fe que los une, la esperanza que los sostiene y la caridad a que el Señor los urge,
El producto audiovisual puede ser perfecto desde el punto de vista técnico, pero terminará siendo una lata si se centra excesivamente en el sacerdote o pastor, aparte de involucrar el riesgo de mostrar y promover una iglesia clericalista, en la que los laicos están condenados a ser simples espectadores. Ya es un avance que lean los textos, previas preparación para que lo hagan con la solemnidad y elocuencia necesarias. Es indispensable que así como se deja constancia del nombre del pastor, se identifique también a los lectores, lo cuales deben dejar el anonimato. Con colaboradores sin nombre no se construye comunidad, no hay iglesia.
La oración a la hora del ofertorio es otra oportunidad preciosa para que laicos de la comunidad, debidamente preparados para evitar repeticiones, reiteraciones o exabruptos, muestren que la celebración dominical es un producto de la comunidad.
La tradición dicta en nuestras iglesias que el sermón sea resorte del párroco, sacerdote o pastor. Sin embargo, el auge de las redes sociales y sus distintos instrumentos van de la mano de una mentalidad que no solo permite, sino que incentiva la participación de quienes las frecuentan. Este ejercicio supone la conversión de nuestros clérigos, sean ellos sacerdotes o pastores, de modo de transformarse en personas dispuestas no solo a escuchar, sino que a ceder la palabra a sus hermanos en la fe.
La creciente utilización de las redes sociales debiera entonces ir acompañada de una mayor interacción entre el emisor y los receptores de las homilías o prédicas. Imagínese que tras la lectura del Evangelio se presentan audiovideos preparados con la debida anticipación que muestren a dos o tres fieles planteando preguntas o interrogantes que los textos bíblicos de ese domingo les suscitan. Eso permitiría al pastor o sacerdote a tomar más en cuenta las inquietudes y reflexiones de los fieles y hacer de cada encuentro litúrgico un evento menos previsible y por ende más atractivo.
Antes de la bendición final será aconsejable mostrar, con apoyo audiovisual, las actividades solidarias, de formación y acompañamiento que promueve o ejecuta la respectiva iglesia, incentivando la generosidad de la feligresía, llamada sin inhibiciones a efectuar aportes por la vía virtual. El dinero, al igual que las armas o los avances científicos o tecnológicos pueden ser usados para el bien o para el mal. La difusión del Evangelio demanda ingentes recursos y solo una mentalidad católica preconciliar puede desconocerlo o avergonzarse de pedir a los fieles que sustenten a sus iglesias.
PREPARAR RECURSOS HUMANOS CALIFICADOS
No cabe descuidar los esfuerzos tendientes a fortalecer el conocimiento mutuo entre los fieles. Es cierto que nuestras comunidades no son clubes sociales, pero no puede ser que muchos parroquianos ignoren el nombre y la actividad de hermanos con quienes se han encontrado con frecuencia en el templo durante décadas.
La preparación de encuentros litúrgicos de estas características puede resultar muy exigente tanto desde el punto de vista técnico como del contenido. Muchas comunidades han sufrido en el último tiempo la emigración a veces silenciosa, en ocasiones tumultuosa, de gran número de fieles, lo que ha impactado también la disponibilidad de recursos. Por eso es que en los países donde la indiferencia religiosa ha alcanzado niveles más intensos numerosos templos han debido reconvertirse incluso en discotheques.
No resulta demasiado fantasioso elucubrar que hacia el futuro nuestras iglesias serán principalmente virtuales. Las parroquias o los templos tradicionales se irán convirtiendo cada vez más en piezas de museo, testimonio de una época que quedó atrás.
En este escenario cuesta imaginar que cada pequeña iglesia o comunidad vaya a involucrarse por su cuenta en la preparación de una liturgia semanal de las características señaladas. Las actuales parroquias o iglesias deberán coordinar sus esfuerzos y recursos, sobre todo humanos, para mejorar la calidad de sus productos audiovisuales, lo que podría ayudar a fortalecer los lazos ecuménicos, es decir entre diversas iglesias cristianas.
Si quieren hacer creciente uso de las redes sociales, las iglesias cristianas deben abrirse al escrutinio de los visitantes, no solo fieles, sino que, incluso ojalá, curiosos y hasta hostiles, ante quienes deberán estar dispuestas, como Pablo en el Areópago, a dar razones de la esperanza que las anima, incluso en tiempos de desolación.