Por Maria Victoria Peralta Espinosa
Académica U. Central y Premio Nacional de Educación
La inauguración de los Juegos Olímpicos en París bajo una lluvia constante y recordando los principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, a los cuales se agregaron otros actuales como la sororidad y lo deportivo, fue un desfile de cultura general, belleza y de humanidad, por lo tanto. Se sucedieron imágenes de la historia, del arte, del mundo de las letras, de la danza, de la música, del trabajo de reconstrucción de Notre Dame, entre otras, todo ello en el bello enmarque que ofrece la ciudad Luz y en especial la torre Eiffel, que cambio de colores y formas repetidamente.
En este contexto desfilaron atletas de más de 200 países y de todos los tiempos y condiciones con la alegría y solemnidad a la vez que implica este encuentro planetario, en un mundo tan convulsionado como estamos. Para culminar, la cantante canadiense Celine Dion interpretó el famoso Himno al amor de Edith Piaf en forma magistral y emocionante, porque es sabido, que sufre de una complicada enfermedad que la limita. Pero ahí estaba, con fuerza, cantándole al amor.
Y esa es la lección y reflexión que nos deja este espectacular inicio de estos Juegos Olímpicos. ¿Cómo el ser humano que es capaz de hacer tantas cosas buenas y bellas, realiza tanto en sentido contrario? Esa misma sensación tuvimos con nuestros Juegos Panamericanos; sentimos que éramos de nuevo un Chile unido que podíamos llevar a cabo desafíos importantes en paz y armonía, pero después parece que olvidamos casi todo.
Como educadora me atrevo a decir que no es crisis de inseguridad la que tenemos, sino de valores y virtudes que es lo que lleva a tanta “incivilidad” y destrucción de nuestros entornos y, por tanto, de nosotros mismos. Y eso es el resultado de una errónea formación y enseñanza que hemos entregamos como sociedad, donde lo negativo tiene más espacio que lo positivo. Susurremos a lo menos este himno al amor, y volvamos a EDUCAR de verdad para que podamos ir en un crescendo volviendo a lo que es propio de la esencia humana. Gracias París.