Periodista, economista, escritor, el español Vicente Verdú nos sorprende con una obra dedicada a contradecir los afanes de los críticos actuales; una invitación a reflexionar sobre el estado del camino que han recorrido los intelectuales enciclopedistas en el final del último siglo y en la presente centuria.
Por Arturo Alejando Muñoz
Columnista Granvalparaiso.cl
La editorial hispano mexicana ‘Debate’ publicó hace algunos años el trabajo de Vicente Verdú, titulado “Yo y tú, objetos de lujo. El personismo, la primera revolución cultural del siglo XXI”. Dedicado a los críticos de la actualidad (donde quiera que se encuentren) pareciera apuntar con esmerada intención a aquellos iconoclastas del arte y la cultura moderna que habitan en países hispano parlantes, a quienes Verdú califica de equivocados y extemporáneos.
Ya en el prólogo del libro, el autor lanza sus dardos contra el ‘intelectualismo’ desmedido de muchos afirmando que “nuestra época tiene mala prensa. Y no sólo en el sentido literal, sino también en sentido audiovisual: está mal visto y suena peor referirse positivamente a ella. Lo correcto y lo ilustrado es despotricar contra lo que compone el panorama de la actualidad”. Es su primera embestida en un libro cuyas páginas no pueden ni deben ser recorridas con lectura veloz, pues tal error podría permitir que la pluma ágil de Verdú ponga en jaque la escala valórica que ha acompañado a muchos lectores desde sus tiernas infancias y que incrementaron con los estudios, el trabajo y la política clásica.
Pero, basta de interpretaciones subjetivas sobre el trabajo de este autor. Dejemos que él hable por sí mismo. Me permito insistir en que no debe ser leído velozmente.
<<La sociedad de consumo tiene, como misión, proveer de placeres sin tregua, y como destino, la diversión hasta morir. Esta cultura no ha prosperado con la penitencia del trabajo, sino con la fiesta sin fin. El autor del capitalismo de producción era intrínsecamente avaro y elitista; el autor del capitalismo de consumo es, sobre todo, consumidor y comunicador. Hay productos basura, telebasuras que producen ominosa satisfacción, pero ¿quién los califica? ¿Los ilustrados de media jornada laboral o los profesionales libres que habitan viviendas espaciosas y disponen de unas rentas que alcanzan holgadamente hasta fines de mes? La sociedad de masas junto a los medios de comunicación de masas y las estrecheces de las masas han enseñado más sobre la cultura real que el juicio de las elites: delgadas a fuerza de un deleite aislad>>”.
A este respecto nos remece con una opinión catastrófica asegurando que el capitalismo no es ya un sistema, sino una civilización. Desde tal perspectiva, Verdú ataca el asunto de los códigos literarios, cuestión que ha sido prioritaria para los intelectuales clásicos. Juzgue usted mismo.
<<Ahora es frecuente que se hable de la decadencia del cine de Hollywood, pero posiblemente Hollywood, que siempre ha sabido mucho de cine y de público, ha mutado al compás de la nueva sociedad. Nosotros, los ilustrados, seguimos viendo cine con códigos literarios y hasta filosóficos, esperamos de la cinta lo que demandaríamos paralelamente a un libro de Faulkner o Marguerite Duras, pero esta historia ha concluido. La celebración de horrendas películas llenas de efectos especiales por parte de la juventud no es consecuencia directa de que ‘no saben nada’, sino que saben algo que los adultos no llegaremos a saber jamás: ver cine con el canon de la imagen y el sonido, sin la expectativa de recibir estímulos morales o intelectuales, sino con la sola idea de pasar un buen rato. De esta manera, sin inversiones, sin planes de redención social, el arte ingresa en la constelación de las experiencias comunes, donde, como soñaba Rosseau para los promeneurs, Pascal para los voyageurs o Baudelaire para los flâneurs, cada día puede convertirse en un ‘domingo de la vida’>>
Reconozco que en esta parte del libro mis sentidos ya estaban alertados de cuán peligroso para mis incorruptibles valores enciclopedistas podría ser lo que vendría a continuación. Pese a mi humilde capacidad para anticipar el contenido de las futuras páginas, decidí seguir leyendo aún a costa de arriesgar mi propia tranquilidad espiritual.
Para Verdú, el antiguo mundo estaba representado por ‘maestros pensadores’ y ‘padres espirituales’, donde se concentraba el saber. Pero ahora el conocimiento y el saber se expanden en todas las direcciones ocupando extensas superficies a la manera de una sinapsis. Para este autor la cultura pierde profundidad en beneficio de la trama vasta y compleja. Al respecto, el escritor señala:
<<Por ello el sentido del humor es tan importante en nuestros días, y no se concibe un comunicador que no use esta forma de complicidad superficial y ampliable a todos los sentidos. La tragedia o el drama requieren alguna profundidad, pero nuestro tiempo, enemigo de lo trágico, incompatible con lo histórico, es eminentemente presencial y superficial. Ni profundamente religioso, ni agresivamente ateo, la partida se decide en un campo deslizante como la pantalla de todos los juegos>>.
De esa forma, Verdú nos dice que la cultura-culta tenía en su cabeza una sociedad atestada del saber elitista, pero la sociedad actual sólo puede moverse sin cargas ni nudos trascendentes. Esta cultura sin culto, sin bibliografías, apenas pesa, y la liviandad de su memoria es consecuente con su gran velocidad y complejidad desplegada en superficie. Los ilustrados odian ciertamente la ligereza pero, a su vez, son también odiados por sus descendientes inmediatos. Tal como en el complejo de Edipo donde el hijo es siempre quien mata al padre, las generaciones actuales entre los 25 y los 35 años son víctimas de los nacidos tras la Segunda Guerra Mundial, quienes han venido a asesinar la voz del hijo, a agostar sus iniciativas vacilantes, a dirigir sediciosamente sus conocimientos y a ejercer, sin tregua, una autoridad campanuda.
Es tan bestialmente asertivo el pensamiento de este autor, que obliga a la reflexión una vez que la indignada protesta ha concluido junto con la última página. Sin pretender constituirme en un profesional de la síntesis, transcribo una idea de Verdú que resume –a mi juicio- el alma de la propuesta desarrollada en su libro y que, además, abre la compuerta para una discusión mayor.
<<Durante todo el siglo veinte la nueva generación siempre fue más rica que la anterior, pero la racha terminó a la altura de los jóvenes adultos de ahora. Jóvenes resentidos por la precariedad de los empleos, desengañados políticamente, y necesitados, como nunca antes, de las consolas, el porno, la droga y el home video. A una baja calidad de trabajo correspondería una baja calidad del ocio, pero hablar de la calidad en la cultura no tiene sentido, pues la cultura es la cultura. La cultura es lo que hay. Y siempre en detrimento de la etapa anterior>>.
¡¡Touché!! Con los hijos de la generación del 68 parece haber concluido la etapa de la cultura-culta basada esencialmente en el código escrito, en los modos literarios, .en el pensamiento hondo y en la excavación interior. Ese tipo de cultura ha concluido, pues la nueva, la potente cultura actual, se confunde con el estilo. No habrá pues nuevos Ateneos, Cenáculos ni Graneros Mesopotámicos, a no ser que se quiera distraer a los turistas.
Nuestros antepasados más egregios lo fueron gracias a los libros, y nosotros mismos (los adultos) crecimos desde y con la página impresa. ¿La radio, el cine y la televisión? Fueron para nosotros medios de comunicación que a la vez sirvieron como elementos de entretenimiento, pero hoy –para los jóvenes actuales- constituyen verdaderos medios de cultura.
No concuerdo plenamente con todo lo expuesto por el escritor español en esta obra, pero al menos gracias a ella pondré celo y cuidado al momento de opinar sobre la actual forma que tienen los jóvenes para encarar la cultura, pues recordaré –necesaria y dolidamente- que estos nuevos moradores del planeta conforman una generación mejor que la mía, aunque ello signifique detrimento para mis propias experiencias ilustradas y enciclopedistas.