Por Cristián Fuentes
Facultad de Gobierno, U.Central
El escenario político chileno que se perfila después de las últimas elecciones, tiene características especiales que vale la pena analizar. La casi nula capacidad de prever los resultados, tanto de la primera como de la segunda vuelta, derivó en sorpresas que demorarán en ser procesadas, aunque existen ciertos elementos que permiten adelantar situaciones y respuestas, a lo menos en el terreno de los intentos y de las posibilidades.
Una de esas peculiaridades es que el nuevo sistema electoral proporcional acabó con la división en dos grandes coaliciones, admitiendo a un tercer actor colectivo que complejiza el cuadro, por lo que tanto acuerdos como disensos deberán ser tratados en medio de una geometría variable, sustancialmente distinta a la binominal que primó en los últimos 27 años. Tampoco existe ya un partido de centro hegemónico, pudiendo identificar al centro en la derecha y en la izquierda, fuerzas que están sometidas a desafíos estructurales que determinarán su impronta en los próximos años.
Ante la ausencia de faros ideológicos y con un electorado en parte despolitizado que oscila al ritmo de las demandas del momento, la izquierda, centroizquierda o progresismo, cualquiera sea el nombre con el que se le quiera llamar, requiere fijar las coordenadas sobre las cuales levantar su discurso. El diagnóstico de la derrota y la consiguiente autocrítica, la necesidad de cambios al modelo, la profundidad y velocidad de las transformaciones o todas ellas juntas, son algunas de las interrogantes que deben ser contestadas, lo cual requiere de una reflexión profunda, en un ambiente que acostumbra a ser hostil cuando se está en la oposición y, todavía más, si se encuentra cruzado por tendencias centrífugas.
Mientras el gobierno de Sebastián Piñera sale a ofrecer acuerdos y a captar voluntades, la (centro) izquierda necesitará afinar un esquema de plataformas convergentes que reconozca la pluralidad de opciones que existen en sus filas, ordenando su acción en anillos concéntricos, que vayan desde las mayores a las menores coincidencias, junto a pactos puntuales que complementen los objetivos formulados alrededor de ejes estratégicos claros, construidos mediante un diálogo sin exclusiones.
La propia naturaleza de este espacio obliga a recuperar una estrecha relación con los movimientos sociales y estimular la generación de nuevos liderazgos, terminar con el clientelismo como núcleo aglutinador de los partidos, impulsar un decidido programa anticorrupción, estimular la democracia interna y renovar prácticas, alentando un proceso sustancial de modernización que pueda enfrentar la crisis de representación que afecta a nuestro sistema político.
En medio del descrédito de las instituciones y de una abstención que supera la mitad del electorado, la izquierda debe sostener una arquitectura de articulación realista que le permita mantener una cierta coordinación, mientras maduran los procesos que le permitirán resituarse en la escena nacional, aunque no sepamos todavía sobre la extensión probable del tiempo y del espacio.