Por: EDA CLEARY, Socióloga.
La “infiltración intrigante” de la política chilena es un hecho evidente. A este estado se suma, sin embargo, un nepotismo desenfrenado, que no conoce vergüenza ni miramiento alguno con nada ni nadie. Los hijos “apitutados” salen como mala hierba al ruedo público. Del hijo “regalón” de la “Presidenta Madre” que hizo temblar al Gobierno por asuntos de enriquecimiento personal, se pasa directamente al nombramiento del “fiscal-hijo” del senador socialista Montes para aplacar los posibles efectos del Caso Penta a través de SQM sobre miembros de la Nueva Mayoría. El juego de la intriga y contraintriga entre las “asociaciones partidarias” de Gobierno y oposición está desatado. Cada cual defiende sus intereses particulares y utiliza la institucionalidad vigente para mantenerse en el poder a cualquier costo y totalmente al margen de las necesidades de la población chilena. Los abusos siguen su marca triunfal.
La “cocina” de la reforma tributaria, la crisis “Penta-UDI”, la arista SQM de “Penta-Nueva Mayoría”, el escándalo “Dávalos-Lucksic” y los escándalos ambientales son solo botones de muestra, entre muchos otros, de cómo los organismos del Estado se entremezclan con la acción intrigante de personeros públicos y privados de toda laya: unos que mienten descaradamente, otros que se quedan de vacaciones, otros que se camuflan, otros que devuelven dinero, empresarios que se sinceran para no sucumbir ante tribunales y, desde luego, no faltan los altos funcionarios del Estado que ven su chance de acomodarse en mejores puestos en este ambiente de “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Unos quieren el lucro, otros el poder y muchos desean ambos y en esto están.
Chile tiene mala memoria, como sabemos, y gusta mucho de ufanarse sobre su “seriedad”, su “democracia” que da “ejemplos al mundo”, siendo un “buena casa” en un “mal barrio”, aludiendo a nuestros vecinos. Pero ni siquiera esta arrogancia sobre nuestra cultura del diálogo, ha sido capaz de reconocer que el proceso de “infiltración intrigante” y nepótica de la política nacional ya se ha instalado en nuestro país para quedarse.
La intriga no es otra cosa que sacar provecho personal sin dar la cara, perjudicando a un tercero y utilizando ayudantes, que a veces son “tontos útiles” y otras veces son “operadores” al tanto de los objetivos y que sacan su tajada. La intriga es una pelea secreta en tríada (instigador-asistente-víctima), pero que puede mutar a una de sus formas más peculiares que es el “contubernio a plena luz del día”. Se miente todos los días y a cada rato, pues ya la mentira específica pierde eficacia. El “instigador intrigante” es un tipo con gran conocimiento de su medio y sabe nadar en las aguas del secretismo y la manipulación de los otros. Conoce la emocionalidad y el “talón de Aquiles” de todos los que lo rodean y maneja esta información como un arma potencial. La difamación, el acoso de género, las amenazas soterradas, los despidos inesperados, las adulaciones interesadas, los traslados laborales, los nombramientos relámpago y la burla son algunas de sus armas favoritas para develar las debilidades del otro dependiendo del interés específico del momento. Pero eso tampoco basta, porque se trata sólo de un golpe directo sobre la base de un exclusivo aspecto. Lo complejo sucede cuando el intrigante decide irse por la vía de los golpes múltiples e indirectos desde varios frentes, similar a lo que sucede en una mesa de billar.
El máximo grado de intriga, es decir, el contubernio o complot, se alcanza cuando estas técnicas aisladas no bastan, ni el “Talón de Aquiles” ni el “Golpe de billar”. Se hace necesario, entonces, pasar a refinar todas estas estrategias en un plan concienzudo de acción simultánea con golpes tanto directos como indirectos, donde los instigadores, en este caso, no aparecen jamás, hasta lograr sus objetivos. Si el complot logra tener éxito, serán sus equipos ayudantes, aquellos que aparezcan y salgan portando algún “premio intrigante de consuelo” (puestos, ascensos, bonos de rendimiento, viajes, etc.), pues el “premio intrigante” principal queda reservado a sus instigadores, y en política éste consiste siempre en mantenerse en el poder a todo evento, detrás o frente a las bambalinas. Si fracasan, y/o algún asistente decide traicionar al instigador, si es que lo conoce, generalmente el instigador se retira al mundo de las sombras y lo neutraliza con un disparo directo a su “Talón de Aquiles”, para concentrarse en su próxima intriga. Se trata de un estilo de vida, una forma de hacer política que al final del camino invade toda la superestructura de una sociedad y alcanza hasta los más bajos escalafones. Nuestro país todavía no ha alcanzado estos niveles.
El ejemplo más perfecto y acabado de “infiltración intrigante” de la política, es actualmente México, aunque no el único. Allí el desgaste es tal, que ya ni siquiera el manejo intrigante logra destrabar los conflictos por el poder, pues mientras los políticos estaban en su juego de intriga y contraintriga durante décadas, la criminalidad organizada había instalado sus propias estructuras de poder, donde “ya nada importa”: ni el Estado, ni los partidos, ni la gente, ni la sociedad, ni las ideas políticas, pues ellos ya alcanzaron su “premio” máximo, que es decidir sobre la vida y la muerte de las personas para ganar dinero.
Esta experiencia en la región es dramática y la conocemos en su estadio final, pero sabemos que el camino hacia allá fue largo y tenebroso. Lo concreto es que no hubo fuerza política, ni intelectual alguna con la convicción, fuerza y decisión de detener este fatal desarrollo a tiempo. Ahora es tarde, están en el “sálvese quien pueda”, y los que más sufren son los más débiles, pues no cuentan con los recursos propios para defenderse.
Chile tiene mala memoria como sabemos, y gusta mucho de ufanarse sobre su “seriedad”, su “democracia” que da “ejemplos al mundo”, siendo un “buena casa” en un “mal barrio”, aludiendo a nuestros vecinos. Pero ni siquiera esta arrogancia sobre nuestra cultura del diálogo, ha sido capaz de reconocer que el proceso de “infiltración intrigante” y nepótica de la política nacional ya se ha instalado en nuestro país para quedarse. Cuando Tomás Mosciatti decía que el caso del “hijo-fiscal” era una “porquería”, tenía razón y muchos chilenos nos identificamos con él, pues tenemos conciencia acerca de la amenaza que pende sobre nuestras cabezas a manos de la actual clase política en su conjunto, que no sólo es intrigante y nepótica, sino que sumamente irresponsable.
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