Por Paola Tapia
Directora Carrera de Derecho, U. Central
El respeto es un derecho que debemos exigir y, en el caso de las autoridades y de quienes lideran entidades privadas y públicas, es algo que debe ser ganado y mantenido. No viene dado per se con la elección o designación del cargo, ni es incondicional.
La democracia del respeto supone el valor para defender las posiciones que se sostienen, pero con el mismo ímpetu, escuchar las de quienes no piensan igual, no viven igual y tienen otra serie de legítimas demandas.
La última encuesta CEP da cuenta de la desconfianza generalizada en el sistema político: 64% de los encuestados no se identifica con ninguna posición política y existen altos índices de desconfianza, lejanía y desaprobación.
Escuchar, priorizar y disminuir esa desconfianza debe ser una tarea central, pero no sólo para el gobierno. Urge recuperar la confianza en el sistema político, pero para ello debe ponerse fin a las promesas incumplidas, las expectativas insatisfechas y recriminaciones mutuas. Hoy las personas esperan que se les hable desde el respeto, la probidad, la transparencia y la igualdad de trato. Para lograrlo, es necesario buscar equilibrios, entregar información y así evitar que las plazas sean sólo ocupados por los más polémicos y disruptivos o por ideologías sectarias y radicalizadas.
No es posible la democracia del respeto desde la intolerancia ni la falta de educación; se debe construir desde los debates y la ética, desde una opinión pública ecuánime en espacios y cobertura. En esta tarea, los ciudadanos también tenemos mucho que aportar. Debemos ser activos y participativos en las discusiones. Sólo así será posible avanzar y no detenerse en el avance de corrientes demagógicas e irresponsables, que en otros lugares del mundo ya han llegado a puestos que hasta hace algunos años eran inimaginables de conquistar.
Construir sobre la base del respeto es la única forma para equiparar a aquellos discursos que convocan desde la insatisfacción, enarbolando banderas populistas.