Por Francisco Vidal
“Los fallos del TC en las materias ideológicas más profundas deberían abrir los ojos a la ciudadanía para que vinculen la necesidad de una nueva Carta Fundamental, sin muros infranqueables que permitan a la soberanía popular expresarse en la conducción de los destinos del país…”
A partir del fallo del Tribunal Constitucional sobre la gratuidad de la educación superior se abrió nuevamente el tema de los enclaves autoritarios y/o contramayoritarios que generaron la dictadura y sus “cómplices pasivos”. Para comprender mejor esta situación tenemos que recurrir una vez más a la historia reciente. El Tribunal Constitucional, no obstante las reformas del año 2005, mantuvo su carácter binominal desde el punto de vista de las orientaciones políticas de sus integrantes. La raíz de esta conformación está en un contexto muy superior, y tiene que ver con la construcción del edificio institucional y económico-social derivado de la dictadura y de la derecha política y económica. En ese contexto, parece pertinente leer un artículo de Jaime Guzmán de 1979 en la revista Realidad bajo el título “El camino político”, en el que planteó lo siguiente: “que las alternativas que compitan por el poder no sean sustancialmente diferentes o que, en el peor de los casos, el enraizamiento social de los beneficios de la propiedad privada y la iniciativa económica particular sea de tal modo extendido y vigoroso, que todo intento efectivo por atentar en su contra esté destinado a estrellarse contra un muro muy difícil de franquear”.
Las dificultades que tuvimos en la Concertación y hoy día en la Nueva Mayoría para cambiar las bases de ese modelo precisamente están en el diseño que se hizo para evitar el cambio, y que se constituyen en los denominados muros infranqueables. Antes de construirse estos muros, la dictadura y los “cómplices pasivos” utilizaron la retroexcavadora más grande que conoce la historia de Chile. La retroexcavadora del senador Quintana es un juguete para niños de prekínder al lado de esta otra, porque literalmente barrieron con todo lo que se había construido y elaborado en Chile desde la década de los 30, y en particular a partir del triunfo del Frente Popular. Barrieron con los derechos humanos, con las libertades, con la educación pública, la salud pública, la previsión y los derechos laborales, etc. Incluso, aunque llama a escándalo -pero la verdad es la verdad-, retroexcavaron seres humanos (operación retiro de televisores, 1978).
Posteriormente al uso de esta maquinaria, levantaron los muros para impedir que ese edificio cambiara. El primer muro fue el sistema binominal. A partir de la última elección parlamentaria de 1973 y del resultado del plebiscito del 88 se confirmó que la derecha era una minoría. En consecuencia, de lo que se trataba es que la minoría nunca pierda, a lo menos empata. A partir de lo anterior se construyó un sistema electoral, en el que un tercio más uno elige uno, y dos tercios menos uno elige otro. Como esto hay que aterrizarlo en un ejemplo, en la elección senatorial de Santiago Poniente de 1989 los candidatos de la Concertación (Zaldívar y Lagos) obtuvieron 807.948 votos, y los candidatos de la derecha (Guzmán y Otero), 424.252 votos. El resultado del sistema: 1 y 1. Nos demoramos 25 años en votar este muro, y lo logró Peñailillo, el tan vilipendiado ex ministro, donde fracasamos todos los ex ministros del Interior, incluyéndome.
El segundo muro fueron los senadores designados que lo botamos el 2005. Siempre se ve esta situación como una concesión democrática de la derecha, no obstante que en estricto rigor, por la forma de designación de estos senadores, la derecha terminó perdiendo su ventaja original.
El tercer muro sigue vigente, y son los supraquórums que impiden los cambios fundamentales a la Constitución. La inmensa mayoría que obtuvimos en la última elección parlamentaria no alcanza para las reformas en aquellos aspectos sustantivos que requieren de dos tercios; es decir, de 80 diputados en la Cámara y de 25 parlamentarios en el Senado.
El cuarto muro es el Tribunal Constitucional. Los fallos del TC en las materias ideológicas más profundas deberían abrir los ojos a la ciudadanía para que vinculen la necesidad de una nueva Carta Fundamental, sin muros infranqueables que permitan a la soberanía popular expresarse en la conducción de los destinos del país y su orientación. De lo que se trata es romper con el proyecto ideológico de Guzmán, que nos planteaba que el sistema era inmodificable, a pesar de que la soberanía popular dijera otra cosa.
LA DERECHA Y SUS “MUROS INFRANQUEABLES” https://t.co/WcGjs9NlZm