Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
Hasta los 25 años, Bárbara Arrowsmith Young, una mujer de origen canadiense, escribía al revés, no era capaz de comprender las diferencias temporales entre ayer, hoy y mañana, ni mucho menos ver y decir la hora en un reloj análogo. Una simple suma de dos dígitos era una tortura para ella, porque su cerebro no procesaba todos los números, sino que los elegía al azar para realizar la operación y siempre llegaba a resultados diferentes.
Como muchos otros niños, Bárbara era tímida y callada, pero sus motivos eran diferentes: le daba miedo jugar con otros niños, ya que no era capaz de controlar bien el lado izquierdo de su cuerpo y tampoco comprendía las reglas de los juegos más básicos. Siendo más grande, tampoco era capaz de comprender las metáforas o las analogías y el humor o la ironía eran un recurso desconocido para ella. A los seis años fue diagnosticada de “bloqueo mental”, diagnóstico que hoy, en realidad, correspondería a una “discapacidad múltiple de aprendizaje”.
Esta es parte de la historia que la propia Bárbara Arrowsmith narra en un libro autobiográfico titulado “La mujer que cambió su cerebro”. También es un relato de cómo la desesperación, la intuición, el esfuerzo y la perseverancia la llevaron a convertirse en la primera persona en comprobar en la práctica lo que la ciencia demostraría algunos años después en los laboratorios experimentales: la “neuroplasticidad del cerebro”, es decir, que una variedad de diversos estímulos pueden generar nuevas redes neuronales y modificar la estructura cerebral.
No obstante que en su colegio fue considerada una “persona lenta para aprender” y era objeto de burlas por parte de sus compañeros, ella logró terminar la educación media. ¿Cómo fue eso posible? Por alguna razón –que Bárbara tampoco podía entender– tenía una memoria auditiva y visual privilegiada: todo lo que veía, escuchaba o leía quedaba registrado en su memoria, siendo capaz de repetirlo casi sin errores.
Lo que sus profesores no sabían, era que no comprendía absolutamente nada de lo que estaba recitando. Su habilidad memorística le permitió, incluso, ingresar a la universidad, aunque allí comenzaría un nuevo calvario para ella, porque toda lectura o conversación abstracta que debía hacer como tarea se le escapaba, ya que mientras sus compañeros eran capaces de interpretar el libro “Moby Dick” de Herman Melville como el símbolo de la obsesión de un hombre por una ballena albina, Bárbara sólo podía visualizar a la ballena como figura principal del libro.
El estrés resultante de esta situación académica era tan intolerante para ella que pensó varias veces en suicidarse. Sin embargo, a los 25 años cayó en sus manos un libro del neuropsicólogo y médico ruso Alexander Luria titulado: “El hombre con un mundo destruido: la historia de una herida en el cerebro”, donde el Dr. Luria relata la historia de Zazetsky, un soldado ruso que recibió una bala en el cerebro y que sufría graves trastornos cognitivos que describían a la perfección lo que le sucedía a Bárbara: ninguno de los dos era capaz de entender o decir la hora del día en un reloj.
Bárbara comprendió en ese mismo instante, que así como una bala había dañado el cerebro del soldado, el cerebro de ella había llegado al mundo dañado como parte de su carga genética. Fue un momento crucial, ya que tal como Bárbara relata en su libro: “Había evidencia de que mis problemas de aprendizaje eran físicos, lo que me hizo pasar de la desesperación a la caza de una solución de lo que ahora sabía era un problema de mi cerebro”.
Efectivamente, tal como ella descubriría con la ayuda de especialistas en el cerebro, el problema de Bárbara se localizaba en una zona del hemisferio izquierdo de su cerebro donde se conectan tres regiones: el “lóbulo temporal” (ligado al sonido y al lenguaje), el “occipital” (relacionado con la vista) y el “parietal” (responsable de las sensaciones kinestésicas.
Bárbara veía y escuchaba bien, pero el problema era que no podía hacer asociaciones lógicas entre esos estímulos, lo que le impedía, por ejemplo, comprender las metáforas o las analogías y ni hablar de las ironías, a tal punto que el humor era un recurso desconocido para ella que no lograba entender ni elaborar. De igual forma, carecía de razonamiento espacial, lo que le impedía leer mapas o imaginar espacios en tres dimensiones.
Si bien el libro del Dr. Luria había calmado su desesperación, fue sólo cuando supo de la investigación del Dr. Mark Rosenzweig, de la Universidad de California, que se abrió ante sus ojos una solución real a su problema, ya que este psicólogo había demostrado que el cerebro de las ratas podía ser modificado en respuesta a la estimulación, a raíz de lo cual, Bárbara pensó que “si una rata podía hacerlo, probablemente un ser humano también podía”, y se embarcó en esa tarea contra viento y marea.
Basada en los resultados de la investigación de este psicólogo, ella creo un ejercicio para fortalecer el área de su cerebro que sabía estaba dañada, sin estar segura de si funcionaría. Un amigo la ayudaba a colocar las manecillas del reloj para que marcara la hora que aparecía en una tarjeta, a continuación de lo cual, ella dibujaba cómo se veía el reloj a esa hora en otra tarjeta para recordarlo. Ella llegó a realizar este ejercicio hasta por 12 horas al día y, en la medida que mejoraban sus habilidades, complejizaba cada vez más las tareas.
Luego de un año, Bárbara era capaz de ver perfectamente la hora en cualquier reloj. Sin embargo, lo más impresionante llegaría un año más tarde, cuando comenzó a comprender lo que leía en los libros y podía entender las noticias en la televisión, es decir, ¡lo había conseguido! Había fortalecido a tal punto “las conexiones neuronales de asociación, que había logrado modificar su funcionamiento”. Ella continuó haciendo estos ejercicios durante dos años, superando así todos sus problemas de aprendizaje y comprensión.
Luego de varias décadas de estudios e investigaciones, Bárbara Arrowsmith se convirtió en Magíster en Psicología y en la Directora de su propio programa de aprendizaje –el Programa Arrowsmith–, presente en más de 40 escuelas de Canadá, Estados Unidos y Australia, habiendo ayudado a más de cinco mil estudiantes con problemas de aprendizaje y percepción. Niños y jóvenes practican los mismos ejercicios que, intuitivamente, le permitieron a Bárbara salir adelante.
Hoy, esta psicóloga y conferencista ya no practica ningún tipo especial de ejercicio, asegurando que “ya no es necesario, por cuanto, una vez que el cerebro comienza a operar como debe ser, sus funciones no vuelven a decaer”.
Esta es una extraordinaria historia que demuestra de manera gráfica lo que hace en un ser humano la perseverancia, la disciplina y la fuerza de voluntad cuando se tiene claro el objetivo que se desea alcanzar. Expresado de otra manera: es imposible derrotar a una persona que nunca se rinde.