La Iglesia Católica en el Infierno

Publicado por Equipo GV 14 Min de lectura

Y solo podrá salvarse si su casta sacerdotal renuncia al poder sin contrapeso que por siglos ha ejercido sobre sus fieles

Por Raúl Gutiérrez V.* – Julio de 2019

 

iglesiaAUNQUE DEVOTO JUDÍO, Jesús no fue santo de la devoción de la casta sacerdotal de su religión. El evangelista Mateo refiere que los príncipes de los sacerdotesllegaron a odiarlo con tal pasión, que conspiraron activamente para darle muerte. Marcos aventura que fue por temor de verse desplazados desde su condición privilegiada. Así le preguntan exasperados con qué autoridad sana enfermos incluso en sábado, día en que los judíos debían guardar estricto reposo. “¡No te está permitido perdonar los pecados. Nosotros somos los únicos autorizados!” Un odio que se alimentaba también de envidia, la misma que llevó a Caín a asesinar a su hermano Abel. Tenían la autoridad y el poder, por lo que podían imponer leyes y mandamientos, pero, asevera el evangelista, «no entraban en el corazón del pueblo”.

El comportamiento de la jerarquía católica es sorprendentemente similar al de la casta sacerdotal judía hace un par de milenios y que llevó a Jesús a pronunciar las expresiones más severas de su predicación. “¡Ay de ustedes, hipócritas semejantes a sepulcros blanqueados! Hermosos por fuera; llenos de huesos de muertos y de inmundicia, por dentro”.

Esta casta sacerdotal, que ejerce sin contrapeso el poder desde que el cristianismo se transformó en religión oficial, ha llevado a la Iglesia al despeñadero. Mientras imponía exigencias desmesuradas a sus fieles de condición modesta, buena parte del clero disfrutaba de privilegios irritantes y se permitía, seguro de su impunidad, vicios cuya revelación causan ahora escándalo y repulsión. Les viene como anillo al dedo las denuncias de Jesús contra los jerarcas de la religión judía.  “Atan cargas tan pesadas que es imposible soportarlas, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni con un dedo”.

DERRUMBE DE LA INSTITUCION
Los fieles ya no son mayoritariamente campesinos analfabetos, como durante buena parte de la historia de la institución, sino un universo sustancialmente mejor preparado y con una creciente conciencia de sus derechos. Así se ha gestado una crisis de una gravedad sin precedentes, que casta sacerdotal trata de minimizar con el argumento de que la institución ha logrado perdurar por casi dos milenios. Es cierto que Jesús prometió que “las puertas del infierno no prevalecerán contra mi iglesia”, pero parece que no se puso en el caso de que la amenaza de derrumbe viniera desde el interior.

El impacto que la sucesión alucinante de escándalos sexuales perpetrados por clérigos católicos ha sido tan severo que en muchas parroquias la asistencia a la misa dominical ha caído la mitad de la que se registraba apenas un par de años. El fenómeno se reproduce a escala universal, sea en Australia como en Estados Unidos, en Irlanda como en países africanos, y explica la caída en picada del prestigio de la institución, cuyo desplome ha salpicado a otras iglesias cristianas. Pastores luteranos habituados a vestir el alzacuellos semejante al de los sacerdotes católicos han debido abandonar el atuendo ante los insultos y amenazas de que son objeto en lugares públicos por parte de indignados transeúntes.

Si quienes encubrieron los delitos ahora tratan de minimizar la crisis, otros se esfuerzan de buena fe por establecer protocolos que permitan reducir la posibilidad de conductas indebidas por parte del clero. La amenaza de las penas del infierno va de la mano de un clima generalizado de sospecha y de una desmoralización generalizada de sacerdotes, que sienten que están pagando justos por pecadores. A ello se agrega la sostenida y rápida disminución en el número de efectivos del clero, acompañada de un marcado envejecimiento de los sobrevivientes.

El desánimo alcanza también a los laicos comprometidos, lo que torna el panorama más complicado porque este sector es clave para una reforma a fondo que permita la supervivencia de la institución.

Es que la mera dictación de normas más rigurosas para prevenir, detectar y castigar conductas abusivas delictuales del clero no devolverá vitalidad a la Iglesia Católica. La causa de la crisis reside en la existencia de un estamento que contrariando las enseñanzas del Evangelio han concentrado el poder dentro de la institución y lo ha ejercido con una mentalidad excesivamente mundana. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe totalmente sentenció a fines del siglo XIX el historiador británico Lord Acton, católico por más señas La curia vaticana es una conspicua expresión de esta realidad que costó la vida al papa Juan Pablo I, forzó la renuncia de Benedicto XVI y ha tenido por las cuerdas a Francisco.

EL PECADO DEL CLERICALISMO
La mentalidad que permitió la instalación y consolidación de dicha casta en el Vaticano se percibe en la abrumadora mayoría de las diócesis y parroquias católicas, donde los sacerdotes se acostumbraron a hacer y deshacer, sin tomar mayormente en cuenta a sus feligreses. Esa mentalidad, que el papa Francisco considera una enfermedad, se llama clericalismo.

Pero ¿se puede hablar de clericalismo dentro de Iglesia? Durante largo tiempo el término fue utilizado por quienes resistían el poder y la influencia desmesurados que los jerarcas de la Iglesia ejercían en la esfera política, es decir en la conducción de la sociedad.  Gracias a dicha resistencia, de la cual fueron parte las iglesias salidas de la Reforma protestante, se logró en época reciente la separación de la Iglesia y el Estado, con lo que se redujo sustancialmente el poder del estamento sacerdotal.

Pero existe otro clericalismo, tan funesto como el anterior y que ha sido denunciado con fuerza por el papa Francisco. Consiste en el poder casi absoluto que han ejercido y siguen ejerciendo sacerdotes, obispos y cardenales dentro de la Iglesia y sobre los fieles (laicos). El resultado ha sido catastrófico para la institución pues han condenado a la inmensa masa de católicos a la condición de parapléjicos en la fe, incapaces de dar testimonio de ella en público y de vivir su religión con libertad y paz interior. Los sacerdotes, obispos y el papa piensan y deciden, supuestamente, por los fieles porque se consideran superiores desde el punto de vista intelectual y ético. Es muy elocuente el término “reducción al estado laical”, medida que se aplica a los sacerdotes que han incurrido en conductas de extrema gravedad y que envuelve un evidente menosprecio por los laicos católicos.

Lúcido comentario del catedrático español Ángel Rodríguez: “Si he de ser justo, debo aclarar que en mis más de 40 años de sacerdocio he visto pocas veces la mentalidad clerical entre los sacerdotes que están en estrecho contacto con los fieles. Más fácil es encontrarla entre los que por una razón o por otra viven entre libros o papeles y tienen pocas ocasiones de apreciar la competencia humana y la sabiduría cristiana de la que muchas veces dan muestra los fieles laicos”.

Francisco ha evocado varias veces que cuando era el cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, llegaban a menudo curas muy emprendedores y le decían: «En la parroquia tengo un laico que ‘vale oro’. Y me lo pintaban como un laico de primera. Y luego me preguntaban: ¿Qué le parece si lo hacemos diácono? Este es el problema: al laico que vale, lo hacemos diácono. Lo clericalizamos”.

El clericalismo lleva a la utilización de los laicos supuestamente favorecidos por un trato preferente por parte de la jerarquía, que los utiliza como juniors para los mandados, en palabras del propio Francisco. ”El clericalismo coarta las iniciativas y, hasta me animo a decir, osadías necesarias para llevar el Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. Poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. A nadie han bautizado cura, ni obispo; nos han bautizados laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar”.

El acelerado retroceso del catolicismo en vastas regiones del mundo obedece en medida importante al debilitamiento de ese fuego profético, atribuible al virus del clericalismo. Otra dimensión clave de esta enfermedad es el menosprecio por las mujeres, que pese a los discursos de mala conciencia siguen siendo doblemente discriminadas dentro de esa Iglesia. Despilfarra así el potencial evangelizador de mucho más del 50% de su laicado.

PROTESTANTISMO. EXPERIENCIA Y RIESGOS
Es cierto que por razones históricas y de mentalidad las iglesias protestantes de la primera generación, entre ellas la luterana y la anglicana, exhiben un perfil acentuadamente más democrático, incluso en países latinos. Un solo maestro, todos hermanos es una de las consignas desde el surgimiento de la reforma hace medio milenio, principio que impone un sólido obstáculo a la tentación clericalista. Martín Lutero postuló la igualdad esencial de todos los miembros de la Iglesia, llamados sin excepción por la gracia del bautismo a ser testigos del Evangelio y del amor incondicional de Dios por los seres humanos.

En estas comunidades cristianas las autoridades son elegidas por votación entre los fieles comprometidos y ejercen el cargo por un periodo determinado. Las definiciones teológicas y pastorales son adoptadas por instancias en las cuales el peso de los laicos es considerable. Las diócesis y parroquias gozan de elevada autonomía y se respira una cultura de mayor respeto e incluso valoración de las discrepancias. En la mayoría de estas iglesias las mujeres cobran creciente importancia, al punto que ya son numerosas, por ejemplo, las obispas anglicanas y luteranas.

Otro factor gravitante es la libertad de conciencia de que gozan, por ejemplo, los luteranos. La jerarquía de estas iglesias no pretende ni está en condiciones de impartir “órdenes de partido” a los fieles ni de alinearlos en torno a definiciones tajantes en materias valóricas o políticas. Las diferentes comunidades se pronuncian al respecto, pero nadie puede inmiscuirse en la conciencia personal, presionando al individuo para que piense o actúe de acuerdo a los dictados de la mayoría.

Sin embargo, las iglesias protestantes no debieran caer en el conformismo ni asumir aires de una supuesta superioridad ante la Católica, menos aún en circunstancias, tan amargas para los fieles de esta última. El vicio del clericalismo acecha también al interior de las comunidades protestantes. En algunas la participación es solo de fachada porque, más allá de los principios y estatutos, el pastor es un pequeño monarca absoluto y manipula a su antojo a los feligreses. El escándalo que el entonces obispo de la influyente Iglesia Evangélica Pentecostal protagonizó hace poco en Chile muestra hasta dónde se puede llegar cuando la autoridad religiosa concentra un poder excesivo en sus manos.

 

 

 

 

 

* Aunque el autor es miembro de la Iglesia Luterana en Valparaíso sus opiniones revisten un carácter estrictamente personal

 

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