Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
Nuestra mala clase política es un claro ejemplo de comportamiento odioso, violento y sin ningún tipo de consideración entre sectores declaradamente irreconciliables de nuestra sociedad, los cuales, no han sido capaces –ni tampoco han mostrado voluntad alguna– para encontrar verdaderos puntos de acuerdo, ni siquiera cuando el país atraviesa por una de las peores y más graves crisis político-sociales de su historia.
Entre los distintos gobiernos que hemos tenido en los últimos 29 años de pseudo democracia –22 años de Concertación y Nueva Mayoría; 7 años de Alianza por Chile y Chile Vamos– y la eterna mala clase política, NUNCA fueron capaces de:
- Mejorar el abusivo sistema de AFP y acabar con las pensiones miserables y de hambre.
- Ninguno de ellos mostró voluntad –ni menos interés alguno– en mejorar el ingreso mínimo, con la única finalidad de mantener a varios millones de chilenos con sueldos de esclavos y mano de obra barata.
- Ninguno de ellos aceptó –¡hasta antes del estallido social!– bajar las obscenas dietas parlamentarias, los elevados sueldos e innumerables beneficios de los –supuestos– “servidores públicos”.
- Ninguno se atrevió a bajar los impuestos de los más ricos y poderosos de nuestro país. Al contrario: se les entregaron más regalías y rebajas a través de “leyes especiales”, vendiendo, incluso, hasta los derechos de agua del país.
- Ninguno quiso solucionar el indigno sistema de salud, que permite que miles de personas mueran innecesariamente cada año por no recibir la atención de especialistas o por falta de cirugías.
- Ninguno de ellos hizo esfuerzo alguno por cambiar un sistema educacional de mala calidad que sólo entrega a la sociedad personas semi-analfabetas, o en el mejor de los casos, estudiantes universitarios fracasados y con deudas millonarias.
- Ninguno fue capaz de castigar y mandar a la cárcel a parlamentarios corruptos, a los miembros de partidos políticos de todos los colores financiados y cooptados por empresas, ni menos castigar a los grandes empresarios especializados en llevar a cabo colusiones para esquilmar y abusar de la población. En lugar de ello, como “castigo”, estos sujetos sólo reciben “clases de éticas”.
Y lo peor, es que ante el estado de cuasi anarquía del “dejar hacer” que prima, hoy en día en Chile, nuestra mala clase política continúa impávida, mirándose contemplativamente el propio ombligo. Algunos ya hablan de la existencia de un “vacío de poder”, donde, quienes realmente estarían dictando el tono en nuestro querido Chile, serían los grupos de violentistas, delincuentes, encapuchados y saqueadores repartidos a lo largo y ancho de nuestro país, donde los actos vandálicos, el saqueo y la destrucción sin sentido se han convertido en la tónica, a raíz, de que ya no se trata tan sólo de manifestaciones pacíficas exigiendo justas, necesarias y sentidas demandas por parte de una amplia mayoría de este país, sino que de violencia y saqueo puros.
Una mayoría nacional, por otro lado, que ha sido sistemáticamente abusada por décadas –y sin una pizca de vergüenza– por parte de la privilegiada élite política y económica chilena, dando hoy exactamente lo mismo, si hablamos de políticos de derecha o de políticos de izquierda, de quienes –con justa razón– hoy en día, se dice que son la misma basura, sólo que con distinto olor. A lo anterior, se suman apelativos tales como: zánganos y sanguijuelas profesionales, los nuevos cafiches del Estado, etc., apelativos que describen, por cierto, su comportamiento habitual.
Al parecer, la ceguera y la sordera política se han adueñado de todo el parlamento, haciendo imposible que estas sanguijuelas profesionales pudieran alcanzar el llamado “acuerdo nacional por la paz”, en favor de todo un país que observa –consternado e impotente– como nuestros supuestos “líderes” –¿o más bien anti-líderes?– continúan descalificándose, acuchillándose entre ellos y traspasándose la culpa unos a otros, por el hecho de no lograr el urgente y necesario acuerdo nacional –transformado ahora en papel mojado–, sólo en función de cuidar sus intereses partidistas, así como también sus nefastas cuotas de poder que les permitan continuar usufructuando de sus privilegios a costa del sacrificio, del sudor y la sangre del pueblo al que dicen “servir” (en realidad, abusar).
Sólo un pequeño ejemplo del alto nivel de hipocresía que distingue a nuestra mala clase política: a las pocas horas de haber firmado –un ahora inútil– “acuerdo con letra chica” entre diversos grupos políticos, salió a la luz, que aún cuando se logre que nuestros deshonorables diputados y senadores rebajen finalmente en un 50% sus “obesidades parlamentarias”, estos sujetos dejaron mañosamente intocadas sus numerosas asignaciones, viáticos y regalías varias, las cuales, sumadas, pueden alcanzar entre los 20 y los 23 millones de pesos mensuales. Si eso no es ser una clase política despreciable, hipócrita y con doble estándar, no se me ocurre qué otro nombre darle.
Pero no es sólo la clase política la hipócrita, ya que también se suman a este coro de maestros del doble estándar, la llamada “casta sindical”, muchos de cuyos altos dirigentes viven a “cuerpo de rey” a costa de sus afiliados y regalías del Estado, manejando enormes cantidades de dinero –que pueden llegar a ser multimillonarias–, tal como es el caso de la actual presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa, el presidente del Colegio de Profesores, Mario Aguilar –que tiene un patrimonio en propiedades que sobrepasa los cuatro mil millones de pesos– o el presidente de la ANEF, José Pérez, quienes siguen llamando a manifestaciones y huelgas nacionales, en lugar de moderar y bajar el tono de su lenguaje incitando a la violencia, con la finalidad de buscar tranquilizar los ánimos de la población.
Si alguien tiene alguna duda o interés en verificar lo que señalo, basta con que visite la página Web citada más abajo:
http://www.lasegunda.com/Noticias/Impreso/2012/08/773728/la-casta-sindical-el-estilo-y-las-platas-de-quienes-representan-a-los-trabajadores-en-chile
Lo concreto, es que la ciudadanía está harta y cansada de tanta corruptela, hipocresía, abuso, mentiras y doble moral por parte de nuestra desprestigiada clase gobernante, clase política y casta sindical, y exige un cambio radical, de modo tal, que nuestros deshonorables diputados y senadores –o sanguijuelas profesionales, si usted quiere– entiendan que deben comenzar, de una vez por todas, a legislar en favor del pueblo del que tanto se han aprovechado y burlado.
Ya lo decía Lee Kuan Yew, considerado el padre de la Patria de Singapur: “Si realmente quieres acabar con la corrupción, entonces debes estar dispuesto a mandar a la cárcel a tus familiares, amigos y compinches”.
Por cierto, que de continuar por un breve tiempo más por este mismo sendero del desencuentro, del aprovechamiento político, de la odiosidad y de la incertidumbre, entonces, a lo anterior, habremos de sumar el temido “frenazo económico”, inflación, recesión y una notoria alza en el desempleo, en forma paralela a la pérdida de credibilidad externa y ser vistos como un país tropical poco apto para invertir y hacer “good business”, a causa de la reinante inestabilidad política y social.
Digamos de paso, que de acuerdo con un estudio de la Consultora Randstad realizado el 20 de noviembre de 2019, el 52% de la población trabajadora teme hoy perder su empleo, producto de la crisis social.
En este sentido, no está de más decir, que si bien, el estallido social tuvo una clara fecha de inicio, en este momento histórico que vivimos los chilenos, no hay forma de pronosticar, predecir, aventurar –ni menos profetizar– una fecha de término.
Asimismo, estamos obligados a reconocer, que el estallido popular que tenemos como trasfondo social en nuestro país, nos está –literalmente– enfermando física y psicológicamente, todo lo cual, redunda en la presencia de mayores niveles de angustia, crisis de pánico, estrés y miedo, haciéndose transversalmente “democrático” el hecho de estar nerviosos, preocupados, de sentirnos irritables ante cualquier nuevo evento o situación que acontece en el país, lo que nos hace andar ansiosos, “saltarines” y con el alma en vilo. (La misma Consultora Randstad, determinó que el 79% de las personas consultadas reconoció que ha sentido ansiedad, estrés y miedo en estas semanas de crisis).
Digamos, finalmente –en forma clara y directa–, que quienes realmente terminarán en el abismo –y no sólo en forma metafórica–, no serán los poderosos, sino que la gente más pobre, modesta y vulnerable de nuestra nación, por cuanto, tanto los grandes empresarios, como así también la privilegiada clase política y gobernante de nuestro país siempre encuentran la forma de escabullirse y zafarse –de manera olímpica– de las grandes problemáticas que debe vivir el ciudadano de a pie, ya que estos sujetos se han preocupado de acumular grandes sumas de dinero, de modo tal, que con sus respectivas familias pueden llevarse consigo de forma muy rápida sus enormes riquezas a otros países, donde comenzar de nuevo, si es que ello fuera necesario.
Si todo esto no es una clara marcha directa hacia el abismo, no sabría qué otro calificativo darle.