La Mentira de Juan Herrera

Publicado por Equipo GV 4 Min de lectura

Por Juan Pablo ArriazaLos_Herrera

La escena de la exitosa serie “Los 80” que emite Canal 13, en que los protagonistas (Ana y Juan) deciden mentir sobre su estado matrimonial, para conseguir un cupo en el colegio de su hija, es un revelador anticipo del eje central respecto a las consecuencias que ha producido el sistema educacional chileno: excluyente y segregador.

“Es por el bien y el futuro de la Anita”, le mencionaba una preocupada Ana a su esposo Juan Herrera. Esta justificación revela el giro clave que la educación chilena tuvo en aras de un proceso complejo, como fue la municipalización y la irrupción de los establecimientos particulares subvencionados al modelo escolar. El problema por cierto no está en estos últimos, en la medida que contribuyen al sistema educacional desde un proyecto serio y sin fin de lucro.

La real trampa está en que los colegios no seleccionan alumnos, sino que seleccionan a los padres y a sus familias. Seleccionan billeteras, status y en definitiva clase social.

Ana y Juan saben (y confían) que su hija cuenta con las capacidades para ingresar al nuevo colegio. Sin embargo, saben que si dicen la verdad sobre su separación matrimonial, quedan fuera. Si mienten, entran al colegio.

Lo anterior ha sido demostrado por investigaciones chilenas desde hace décadas (Universidad Diego Portales, Universidad de Chile), que muchos colegios que seleccionan no lo hacen por razones académicas sino por motivos socio-económicos, y peor aún, por razones que reproducen la diferencia de clases: estado civil de los padres y salarios.

La calidad de la educación que entrega el establecimiento queda relegada a un segundo o hasta un tercer plano. Lo importante para muchos sostenedores es mantener la matrícula, conservar la subvención estatal por sobre otras consideraciones.

La mayor dificultad en estos últimos 30 años es haber permitido que sea el mercado el que regule los destinos en las aulas chilenas, dejando en manos de la oferta y la demanda un sistema que no ha sido capaz de generar equilibrios. El deterioro de la educación pública ha sido responsabilidad de todos.

Por tanto, es una responsabilidad retomar la senda de una educación pública, gratuita y de calidad para todos. Sin exclusión, donde todos aportan, particulares pagados, subvencionados y escuelas públicas. Sin embargo, convengamos que ha sido la educación pública la que se ha postergado, en manos de la ilusión de una educación no-pública que siempre es de calidad.

Hay colegios privados de pésima calidad, como también los hay excelentes. Lo mismo para el sistema municipal. La trampa se encuentra, en gran parte, en la selección. Una forma refinada de discriminación y de reproducir la sociedad: ricos con ricos, pobres con pobres.

La Reforma Educacional profundiza en el corazón de nuestra sociedad desigual y segregadora. Por ello es contracultural. Una mejor educación es aquella que integra: mejores ambientes de aprendizajes se generan cuando hay diversidad en la sala de clases, cuando estamos dispuestos a democratizar.

Si a finales de la década de los 80, muchos “Juan Herrera” mintieron (y hoy siguen haciéndolo) para que sus hijos ingresen a colegios con “mejores oportunidades”, hoy en 2014 miles de establecimientos educacionales han aprendido también a mentir para conseguir más matrícula, ofreciendo “programas educativos de excelencia”, “porcentajes de ingreso a la educación superior como criterio de calidad”.

La Reforma Educacional es necesaria, es imperiosa, es ahora.

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