Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, Investigador y Escritor (PUC-UACh)
“A ti político, que me pides más esfuerzo, sacrificio y trabajo… ¿por qué no empiezas tú por dar el ejemplo?”.
“Hay dos tipos de economistas: los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que trabajamos para hacer menos pobres a los pobres”. (José Luis Sampedro, escritor, humanista y economista español)
Demasiado a menudo, la población de diversos países latinoamericanos se ha visto obligada a sufrir lo indecible a causa de condiciones de pobreza, inequidad en la repartición de la riqueza, grandes desigualdades económicas, actos arbitrarios, así como también a causa de la llamada “injusticia social”.
Lo anterior, debido entre otras cosas, a la existencia de un nepotismo que se niega a desaparecer, así como también, a la variopinta “pitutocracia” enquistada en los diversos gobiernos y que desangran a las naciones. Estos factores no sólo afectan a una parte importante de Latinoamérica, sino que también carcomen y estrangulan lentamente a Chile, donde el nepotismo, la pitutocracia, el amiguismo, el compadrazgo, el padrinazgo y el tráfico de influencias parecen reinar a sus anchas.
Mario Waissbluth, por ejemplo, señaló en su conocido libro “Tejado de vidrio” que “la pitutocracia en Chile bajo el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet había alcanzado niveles exorbitantes” y con presencia en todas las reparticiones del estado, incluyendo al palacio presidencial de La Moneda. Es de esperar, entonces, que el segundo gobierno del presidente Piñera no repita el esquema y/o fórmula del Gobierno anterior, por cuanto, de nada nos sirve pontificar acerca de la necesidad de ser “honestos”, “probos”, “éticos”, “transparentes”, etc., si esta ética no resulta ser otra cosa que “moralina”, es decir, moral con anilina, lo que nos hace recordar al famoso cura Gatica, quién se dedicada a predicar, no así a practicar aquello que exigía a los demás.
Ya hemos visto, que incluso las fuerzas armadas, de orden y seguridad, quienes, supuestamente, está ahí para resguardar la vida y los bienes de los ciudadanos de este país, se unieron muy felices y alegres al asalto en masa de las cajas fiscales: un centenar de altos oficiales de carabineros coludidos entre sí –incluidos varios generales– han festinado y se han repartido entre ellos una cifra cercana a los treinta mil millones de pesos. Por otro lado, en el MilicoGate, diversos altos oficiales del ejército también anduvieron haciendo de las suyas, desvalijando las arcas del Fisco por intermedio del desfalco a los fondos de la Ley Reservada del Cobre por montos multimillonarios en dólares, desaparecidos como por arte de magia. La “magia” del amiguismo y de la pitutocracia.
Hoy, nos encontramos en una fase que podríamos llamar “de indigestión plena” y –de continuar así– nos faltará poco para que comencemos con el proceso de “demolición total” del resto de justicia, respeto y equidad que aún nos queda en nuestro país. El objetivo de terminar, de una vez por todas, con la repelente práctica del nepotismo, de la pitutocracia, del compadrazgo, del amiguismo, etc., es evitar que caigamos en una suerte de fase “vomitiva”, es decir, con grandes arcadas de rechazo por parte de la ciudadanía que observa impotente cómo sus líderes y autoridades de gobierno se reparten puestos y posiciones de trabajo altamente remunerados, cómo se reparten, alegremente, bienes, riquezas y botines mal habidos.
Son pocas las personas que aún dudan, de que estamos sumergidos en un sistema que debe –y necesita– cambiar radicalmente y en un muy corto plazo, de otra forma, el final que nos espera, será un precipicio sin fondo y sin retorno.
Las hechos y situaciones que retrasan a nuestro país –y que constituyen un verdadero lastre que nos hunde un poco más cada día–, incluyen Gobiernos autocomplacientes e indulgentes consigo mismos, cuando, por ejemplo, se dedican a blindar y proteger a su gente y a los “amigos ideológicos” que son sorprendidos estafando al Estado –una conducta que, claramente, ayuda a promover la corrupción y el tráfico de influencias– en lugar de identificar a estos sujetos, expulsarlos de sus filas y castigarlos como corresponde en un estado –supuestamente– de derecho.
¿Por qué razón no se debe permitir que esto continúe? Muy simple: nos encontramos en una sociedad, donde las personas honestas y trabajadoras que desean avanzar y crecer, no pueden utilizar en plenitud sus talentos, su sana ambición de progreso económico, su gran ingenio, ni la óptima formación académica que hayan podido alcanzar en sus estudios, en función de los miles de “primos”, “tíos”, “sobrinos”, “hermanos”, “ahijados”, “amiguis” “nueras” y “suegras” incompetentes que aparecen, por obra y gracia del espíritu santo, ocupando puestos importantes –con sueldos millonarios, por cierto– en el gobierno y diversas reparticiones del Estado, sin tener los méritos –ni los conocimientos y competencias necesarias– para que esto sea así.
¿Cuánto cinismo, hipocresía y doble estándar es posible practicar, sin que se les caiga la cara de vergüenza a quienes avalan –y protegen– este tipo de (in)conductas?
Una inmensa mayoría de la población de Chile continuará siendo pobre y desigual, mientras Chile siga siendo gobernado por una reducida élite política y económica que se ha hecho un hábito dedicarse a organizar a la sociedad de manera tal, que todo lo que hace, lo hace legislando en su propio beneficio y en el de sus “amiguis” ideológicos, a costa, por supuesto, del sudor y sangre del pueblo bajo su gobierno.
Tanto el poder político como así también el poder económico se han concentrado en muy pocas manos y se lo está utilizando para crear una gran riqueza sólo para todos aquellos que adhieren a ciertas ideologías políticas, dando hoy, exactamente lo mismo, ser de “izquierda” o ser de “derecha”. Ser “comunista” o ser “momio”. Para qué hablar de ser “demócrata cristiano”, ya que hoy, dicho partido, no tiene nada de nada: ni de demócrata, ni menos de cristiano. Todos por igual, abusan del sistema que los lleva –por turno– al poder. Por lo tanto, a la basura y el estiércol, aunque le cambien el nombre, siguen siendo solo eso: basura y estiércol.
Es de esperar, que en Chile, los ciudadanos no tengan la necesidad de tener que expulsar –o derrocar por la fuerza– a las élites que controlan el poder y la economía del país, con el objetivo de crear una sociedad más igualitaria en la que los derechos y el poder político estén mucho más –y mucho mejor– repartidos; en una sociedad en la que el gobierno de turno esté OBLIGADO a rendir cuentas y asumir sus responsabilidades ante los ciudadanos de la nación que gobiernan, y en una sociedad en la que la gran mayoría de la población pueda aprovechar –en justicia– las oportunidades profesionales y económicas que se entreguen a todos por igual y en base a sus méritos, y no sólo a una minoría elitista y corrupta que se empecina en retener el poder y apoderarse de la riqueza nacional. Confiemos, entonces, en que esa élite será capaz de darse cuenta a tiempo de los graves errores que está cometiendo, antes de que sea tarde y lo tenga que pagar muy caro.