El reciente fallo en La Haya ¿a quién avergüenza y molesta? Al pueblo no… a la clase dominante, sí.
Por Arturo Alejandro Muñoz
Si a la clase patronal chilena algo le duele y le hiere cual fierro al rojo vivo aplicado sobre la piel, es saberse derrotada y humillada por un adversario al que trató siempre con la punta del zapato creyéndolo inferior, mínimo. “Indios de mierda”, recuerdo que decían de Evo Morales y de su pueblo en reuniones y happy hours.
La humillación experimentada por la veleidad de las cofradías empresariales y políticas de Chile ante los ojos del mundo, se ha podido observar también en las declaraciones emitidas por varios de sus más ‘eméritos’ representantes, independiente de la tienda partidista a la que puedan pertenecer. Para ellos resulta casi un atentado religioso que la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ) rechazara categóricamente la argumentación presentada ante ese tribunal por personas tan “decentes”, y de buen aspecto físico al estilo ‘europeo y gente bien’, privilegiando las osadías destempladas que indígenas altiplánicos de piel muy morena y hablar pausado portaban cual banderas de razón y dignidad.
“¿Cómo ha sido posible que esto ocurriera?”, se pregunta esa clase de personas (que en Chile es minoría, lo que no ha sido óbice para que se adueñe del país). A esa interrogante agregan explicaciones que, de verdad, agreden a los chilenos. “Bolivia no ha ganado nada”, lenguajeó nuestra mandataria, dejándose llevar por la argumentación de políticos interesados en defender a ultranza intereses de sus verdaderos mandantes megaempresariales, por lo que no dudan en contravenir materias de derecho internacional apostando sus fichas exclusivamente al Tratado de 1904, cual si este fuera la panacea que soluciona las impetraciones, necesidades, avances tecnológicos y nuevas realidades de dos países supuestamente hermanos, aunque lo anterior se desglose de todo un siglo transcurrido desde su firma.
Llama la atención y produce extrañeza que muchos chilenos pierdan los estribos ante un fallo de la CIJ que concluye afirmando su competencia para juzgar y dirimir la protesta interpuesta por el gobierno boliviano, pero, esos mismos compatriotas nada dijeron ante la indignante y antipatriótica entrega del borde costero y mar chileno a manos de siete familias dueñas de megaempresas. Hay un claro componente racista y clasista en todo este embrollo, pues si tales megaempresarios hubiesen sido bolivianos descendientes de una de sus históricas etnias, ¿Pablo Longueira y sus adláteres, les habrían regalado esas mismas franquicias?
Digámoslo sin medias tintas… las cofradías políticas del duopolio, así como la ‘flor y nata’ del megaempresariado chileno y sus ujieres militares y parlamentarios, siempre han metido en el mismo saco de la ignominia a mapuche, boliviano y peruano. Los Rapa-Nui se han salvado porque (tal como dijo un querido profesor en la universidad hace ya una punta de años), “bailan muy bien atrapando las miradas lascivas de turistas y racistas”, y además, geográficamente, se encuentran muy lejos de las ambiciones de los depredadores y pirañas, por lo que estos no poseen intereses económicos en la isla.
En La Haya, la CIJ propinó sonora bofetada a la soberbia y vanidad de la clase propietaria de este país que en realidad es republicano, democrático e independiente sólo en las declaraciones y escritos mediáticos. Muchos de aquellos que hoy impetran dar un portazo a esa Corte Internacional de Justicia y a la propia nación boliviana, creyendo que de tal laya se defiende la soberanía e independencia de este país, necesitan saber que actualmente recorre el subcontinente una frase que es una férrea verdad: “en Sudamérica hay un país llamado Chile donde nada es de Chile”.
El agua, las carreteras, la telefonía, la salud, la previsión social, la energía eléctrica, los bosques, la minería, la banca, el mar, las sanitarias, el transporte público, los puertos, los lagos, la educación, las comunicaciones (e incluso parte importante de la geografía austral, como es aquella en manos de Douglas Tompkins), son elementos vitales de toda nación que, en nuestro caso, pertenecen en su totalidad a particulares.
Chile no posee un Foreign Office, como Inglaterra, ni un Torre Tagle, como Perú, lugares donde esas naciones forman, capacitan y estructuran a sus respectivos cuerpos diplomáticos para que ellos, independientemente del gobierno de turno, representen a sus países administrando una verdadera política de estado. Aquí, los dueños de la férula y el poder creen ser tan “distintos” al resto de los habitantes de América Latina que suponen más que suficiente, en materias internacionales, nominar a algunos individuos que conforman su “servicio político-doméstico” para representarlos en el exterior, especialmente cuando se trata de dialogar o discutir con naciones donde la mayoría de la población pertenece a raza no blanca”.
Por ello, a una clase dominante como esta que se montó en la grupa de Chile poniéndole bocado y riendas, le resulta inaceptable que algunos europeos (blancos y de ojos claros), privilegien la demanda de un país donde predominan –y gobiernan- las etnias originarias que en los salones del fundamentalismo católico-empresarial-militar son consideradas ‘inferiores’. No hay nada que a esas clases dominantes pueda dolerles más que su orgullo herido, su soberbia derrotada y su vanidad humillada.
“Te aseguro que será, precisamente, el enemigo que él desprecie por débil e inferior quien actuará como verdugo” (personaje Johannes Hindenburg, en la novela “A la sombra de la swástica”).
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Si bien estoy totalmente de acuerdo con que la indignación provocada por el fallo de La Haya en la clase alta chilena se debe puramente al racismo inherente de la misma, quiero destacar que por mucho que no afecte al pueblo en sí, este también se ha pronunciado en contra del fallo por una razón muy simple: ignorancia.
Siete de cada diez chilenos sostiene que no se le debe otorgar salida al mar con soberanía al pueblo boliviano debido a que “le pertenece a todos los chilenos”. ¿Sabrán ellos que los verdaderos dueños son en realidad los Angelini, Sarkis, Stengel, Cifuentes, Jiménez, Izquierdo y Cruz? Siete familias privilegiadas con la exportación gratuita de los recursos pesqueros de Chile y propietarios del 76% de la capacidad pesquera industrial del país. Para ellos, las decisiones que se tomen con respecto al mar chileno afectan directamente sus bolsillos, ¡qué tragedia!
La ignorancia también prevalece en la clase política, cuyas declaraciones dejaron mucho que desear. Una de ellas fue emitida por el ex ministro de Defensa de los gobiernos de Sebastián Piñera y de Ricardo Lagos, Jaime Ravinet, quien afirmó que “Chile debe notificar a Naciones Unidas y a La Haya que nos retiramos del juicio y que su fallo es inoponible, porque lo que está haciendo la Corte es una aberración jurídica”. Sin embargo, si el señor Ravinet se hubiese informado lo suficiente sabría que retirarse del juicio no implica que este se detenga, sino que el Estado renuncia a su derecho de presentar una defensa, lo que eventualmente significaría perder el caso. Asimismo, al contrario de lo que piensa el ex ministro de Piñera, la decisión es completamente jurídica, ya que lo único que la CIJ (Corte Internacional de Justicia) hizo fue interpretar el tratado, sin invención alguna. Lamentablemente, declaraciones como estas abundaron entre los políticos, lo que nos lleva a reconsiderar si de verdad somos gobernados por personas conscientes de la contingencia nacional o si estas solo se ocupan de perseguir ideales populistas.
Ahora bien, volviendo al punto del comienzo –y sin ánimos de defender a nuestros “patrones”— considero que el racismo y la xenofobia no son algo propio de la clase adinerada, sino que se puede encontrar en cualquier grupo social. Basta con prestar una mínima atención a los comentarios sobre el fallo de La Haya para darse cuenta de que el chileno promedio se siente lo suficientemente superior a ese boliviano de estatura baja y tez oscura que ve en televisión o de vez en cuando en la calle como para burlarse de él. De lo contrario, ¿cree usted que la película “Los 33” hubiese incluido tantas bromas innecesarias en contra del minero de nacionalidad boliviana?
Chile es un país xenófobo y racista, el fallo de la Haya es el fiel reflejo de ello. No existe empatía con aquel que es nuestro vecino y ha vivido una historia parecida a la nuestra, pero sí con el europeo de piel blanca que nos visita una vez al año y que aún no aprende nada sobre nosotros. Informarse antes de opinar y dejar a un lado los delirios de grandeza, eso es lo que pueblo chileno necesita.
Es cierto, nuestro complejo de superioridad racial, impulsado principalmente por nuestra tendencia a imitar y/o adoptar todo lo que los países del primer mundo hacen (EEUU, como el ejemplo más claro), eleva nuestros egos y nos hace olvidar nuestra identidad, esa identidad tan manoseada, perdida y dañada a lo largo de la existencia de nuestro país.
El caso de Bolivia no es actual. Lamentablemente, es casi parte de nuestra idiosincrasia el tratar en menos al pueblo boliviano. Se evidencia en todos lados: el comentario en la micro, la entrevista aleatoria al chileno común y corriente en la calle, la rutina de un humorista en un programa de “humor” televisivo (hace no mucho Bolivia protestó por una rutina de “Los locos del humor” en un programa nacional, donde se burlaban de la demanda marítima), un partido de fútbol entre ambas selecciones o los comentarios en las redes sociales, que son bastante desinhibidos y no muestran ningún tipo de compasión. Es por esta razón, que al “pueblo chileno” le golpeó tanto la decisión de la Corte. “¿Cómo cresta le dieron la razón a estos indiecitos?” fue una oración que escuché más de una vez durante esta semana (a veces variando los adjetivos calificativos).
Concuerdo absolutamente contigo. Da rabia ver a un compatriota insultando de manera desproporcionada al pueblo Boliviano por querer una salida al mar y da más rabia aún que ni la mitad de todos los que hoy se lamentan a gritos se haya pronunciado cuando nuestro mar fue entregado en bandeja de plata a las 7 familias más poderosas de Chile. Y es que un fallo a favor de Bolivia (que otorgue soberanía en el territorio en disputa) afecta directamente a los bolsillos de estas familias, por lo que es totalmente válido (y un poco obvio) cuestionarnos el verdadero fin que persiguen los de cuello y corbata que están apelando en la Corte.
Solo nos queda esperar a que esta actitud tan altanera que tenemos como país algún día se acabe y que seamos capaces de ver, con altitud de miras, más allá de nuestras narices.