Por Arturo Jaque Rojas
Como primera reflexión, debo hacer hincapié en que no anhelo una revolución violenta para el país, ya que hemos tenido demasiado de sevicia y saña contra los indefensos en la historia de Chile; sobre todo durante el siglo XX de hecho: todas las veces el pueblo ha estado inerme.
Desde el 73 en adelante: violencia, sangre, sufrimiento, dolor, muertes horrorosas, exiliados, cadáveres destrozados o flotando en ríos o arrojados al mar, familias desintegradas, detenidos desparecidos, ejecutados políticos, que se resume en la frase voluntad de aniquilamiento y exterminio de la izquierda y del tejido político, social, cultural, sindical, ideológico que costó casi un siglo gestar y formar; y, desde los 90 en adelante, prisioneros políticos mapuches y weichafes asesinados en “democracia”.
Dicho lo anterior, como aproximación al meollo del asunto, cabe consignar que: Las fuerzas de la izquierda, parecen en retroceso en América Latina; mientras que los heraldos y quintacolumnistas del imperialismo globalizado, cantan victoria; a mi juicio, en forma prematura, tal como lo hicieron con Fukuyama y su cacareado fin de la historia.
Sacan cuentas alegres, después de la derrota electoral de algunos gobiernos de este sello, del aislamiento de otro- Venezuela, en particular, que parece se ha convertido en una obsesión, como en su minuto lo fue el gobierno de Salvador Allende, mutatis mutandis, para la derecha del continente y del mundo, a efectos de derrocar a como dé lugar a Maduro-; y de la consumación de golpes blandos que defenestraron a dos presidentes y una mandataria; a saber: de Honduras, Paraguay y Brasil, en menos de diez años; sin embargo, elegidos democráticamente y con toda legitimidad.
Por su parte, el gobierno neoliberal en Chile, sigue jugando el doble juego que intentar complacer a las masas, con reformas que no alteran el ADN del sistema, pero que engendran alteración anímica para los dueños del capital, rentitas e inversores.
Paradójicamente, el desastre que es la señora mandataria- cuyo hijo es un delincuente, que no es perseguido por estar protegido por la vaguedad de las leyes que castigan los delitos de la suerte que él perpetra- recibe elogios, desde el extranjero, por doquier; especialmente, de su emperador, míster Obama, ya que nada de lo se hace en algún rincón de sus dominios puede ejecutarse sin contar con su visto bueno y con su aprobación explícita; y ella muy sumisa y obsecuente, concurre a rendir pleitesía y a buscar aprobación.
Mientras tanto, el tiempo transcurre; y la memoria del pueblo continúa llenándose de hoyos, por donde se cuelan los datos, nociones, información, conocimiento, y se pierden para siempre, en un agujero negro de olvido absoluto, en medio del embobamiento que deriva de las luces de artificio, de la última novedad tecnológica que ofrece el mercado.
Así, se borra de un plumazo todo lo que es necesario e imperativo conocer, como materia prima, para “tomar conciencia”, llevar a cabo un acto de rebeldía desde la lucidez y voluntad irreductible, para reconquistar la dignidad y ejecutar un alzamiento generalizado en pos de recuperar la soberanía, primero a través de los movimientos de protesta pacífica, sin descartar a priori otros recursos en un futuro indeterminado.
Más de algún o alguna de los que profitan del sistema y sus bondades, deben estar atacados de la risa, ya que esto no pasa de ser “un delirio de un anarquista, si según los apologistas y salvaguardias del sistema y el modelo, la gente es más feliz que nunca ya que su nivel de vida, asociado a su nivel de consumo, se ha incrementado de forma sin precedentes”.
En alguna medida, debo aplaudir a los enemigos de clase, ya que ellos han logrado, con todo su ejército de periodistas, abogados y fiscales, publicistas, ideólogos, manipuladores de la verdad, testaferros y paniaguados que cobran por sus servicios prestados como una meretriz vip, proyectar el statu quo.
La atmósfera es de un estado de atontamiento, de adormecimiento, de sopor, en que es casi imposible abrir los ojos un poco más allá de lo permitido, para observar el crimen sobre la base del cual se fundó el nuevo país: el golpe del Estado del 73; la aprobación de la constitución de 1980, antidemocrática desde todo punto de vista; y la traición ulterior de la concertación, que bañó de legitimidad el nuevo orden de cosas hasta el día de hoy merced a Lagos, y que permitió el reciclaje y travestismo de los y las revolucionarios y revolucionarias, de jacobinos que deseaban incendiar el universo en empresarios de la felonía.
A la sociedad chilena, que habita en lo profundo de una ofuscación, derivada de su encadenamiento a la maquinaria de la necesidad artificial, ya le da lo mismo los casos de corrupción que afectan e involucran a moros y a cristianos.
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Por Arturo Jaque Rojas
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