Por Pablo Varas
Columnista Granvalparaiso.cl
Son muchos años los que han pasado para las tristes historias de vida que dejaron las Fuerzas Armada en esos tiempos de arrogancia, odio, con todo el poder que ellos y entre ellos se entregaron. Tiempo de enemigos con tanta sombra bajo la gorra y un país convertido en patio de regimiento.
Chile es un país dividido. El que se construyó hasta septiembre de 1973 y el otro que se impuso a partir desde esa fecha, y el que transita desigual hasta los tiempos actuales. La vida de millones de chilenos está cercada por la herencia de un modelo que desde 1990 con la Concertación y la Nueva Mayoría, han administrado favoreciendo intencionadamente a la acumulación de la riqueza concentrada en el más pequeño sector de la sociedad. Millones de chilenos ven pasar el supuesto desarrollo desde sus mismos lugares de casi eterna pobreza y precariedad cotidiana, mientras los grupos de poder se transan y dictan las normas del modelo político que ellos reclaman, mediante el soborno y el cohecho encontrando largos bolsillos parlamentarios dispuestos a entregarse baratos.
No habría sido posible una Ley de Punto Final en algún momento bajo la administración de la centro izquierda, hubo intentos, se trató a lograr acuerdos en ese sentido, como ejemplo libertad a los presos políticos por impunidad para las violaciones a los DD.HH. Entonces se optó por hacer todo lento, ir arrastrando los asuntos para que el tiempo fuera entregando la impunidad que siempre ha existido. Documentación que no era entregada en tribunales, declaraciones mentirosas, ningún militar reconociendo delitos, reivindicando incluso acciones criminales cometidas. Todo le ofrecieron a los militares, hasta una mesa de dialogo en el periodo de Ricardo Lagos. Tantos años perdida la Bitácora de La Esmeralda para saber el destino de un sacerdote detenido desaparecido.
Los criminales fueron muriendo de viejos, las Fuerzas Armadas cerraron sus puertas y ventanas de todos sus cuarteles para que la verdad ampliamente conocida no fuera entregada. También los militares quedaron con la herencia de la dictadura en un actuar como si de un vulgar cartel de delincuentes uniformados se tratara, el robo, el cohecho, los beneficios de todo tipo constituyéndose en un segmento parasitario.
Nunca los partidos concertacionistas buscaron profundizar para conocer la verdad integra, existiendo mecanismos y condiciones para aquello. Aceptaron sin vacilar lo que el ejército negaba, la indispensable documentación necesaria para conocer los detalles de cada caso y sus verdaderos responsables, le creyeron a los asesinos y no a las miles de víctimas La existencia de cientos de procesos y los antecedentes inconclusos del paradero de los detenidos desaparecidos, deja evidencia la complicidad, la verdad evidente de los pactos acordados entre el mundo civil desde la concertación y los uniformados.
Se cumple así lo exigido por Pinochet para entregar el gobierno a la administración del PS/PPD/PRSD/PDC, la defensa de sus hombres, bajo la premisa que de no aceptar que los uniformados sean sometidos a ningún juicio político y no alterar el modelo.
Allí los concertacionistas abandonaron todo camino de justicia, al entregar a un golpista la supuesta vuelta a la democracia con la pancarta de que la alegría había llegado y la triste expresión que significó más dolor para tantos chilenos golpeados hasta la muerte…”se hará justicia en la medida de lo posible”.
No se olvida cada nombre, cada casa y la calle desde donde desaparecieron hombres y mujeres, o el lugar cuando las bestias salían a matar sin importar el color que tenían las nubes. Lamentable es el paso por la historia breve de estos años al constatar como dirigentes de lo que fue en algún momento la izquierda, abandonaron a sus camaradas que no están, esos que resistieron desde el mismo día aquel. Qué asco y vergüenza provoca verlos impávidos paseándose ufanos por los caminos del olvido que tan poco les costó.
NADA ha cambiado en el mundo militar, la ética, la verdad, la verdadera defensa de la patria y sus intereses estratégicos no logran instalarse en los oscuros cuarteles. Siguen viviendo como si el Muro de Berlín aún existiera con uniformes decorados con las medallas de torturadores y asesinos de mujeres.
Tantas vidas de madres y cercanos que partieron sin la respuesta para sanar el violento dolor de los que no están, a los que esperaron, a esos que dejaron esparcidos por todas las esquinas de la patria, la esperanza de las anchas alamedas, algo parecido, o como se llame, pero diferente con lo que se convive cada día.
El Movimiento de Derechos Humanos que nació desde la verdad y la defensa de la vida, ha sido muchas veces traicionado. Promesas incumplidas, por años las puertas cerradas, justa demandas rechazadas, no escuchadas, y también usado para hacer política. Chile le debe más como república a Baltazar Garzón que al actual bloque político gobernante. No se olvida la larga aventura Lagos/Insunza/Piñera/Novoa y otros, para salvar de la justicia internacional a Pinochet, preso en Londres y al que los chilenos conocieron como un delincuente de baja estofa y poca monta.
Puntapeuco es la verdad de la justicia en la medida de lo posible.
El olvido intencionado y la traición de los que abandonaron al presidente de lentes gruesos que está en las páginas escritas por los grandes libertadores de la patria. Una prisión convertido en un centro privilegiado para militares y civiles condenados por delitos abominables, donde sin temor podemos sostener que después de tantos crímenes la poesía no existe ya.
No hubo fuerza para repetir lo que había que hacer justamente, repetir como aquel 28 de abril del 45 en la Piazzale Loreto. Qué justo hubiera sido, cómo un país se hubiera dignificado, como habrían sido de alegres los nuevos días que llegarían.
Nunca existió verdadera voluntad de cerrar Puntapauco.
No constituye un acto de reparación para toda sociedad que necesita y reclama, la privación de libertad de unos cuantos asesinos ante tanta bestialidad desatada. La verdad incuestionable se encuentra entre los que crecieron con enorme dolor sin padres o hermanos, nuestros compañeros con los cuales se compartieron sueños, compromisos y militancia.
Legítimo es poner en duda el cierre de PuntaPeuco.
Todavía se constata la anuencia, la cabeza gacha de toda la clase política frente al uniforme y la gorra. Poco se espera ya del parlamento hundido en el descrédito y desprestigio, casi nada tampoco de la ciudadana que ya en sus últimos días se olvida de sus propios compromisos.
Queda mucho por recorrer en busca de la justa reparación jurídica. Es por esto la imperiosa necesidad de reconstruir un Movimiento de Derechos Humanos, amplio, participativo, no excluyente y democráticamente elegido por todos los familiares, para que se encargue de continuar en los tiempos que están por venir de no bajar absolutamente ninguna exigencia. Para que las Agrupaciones de Familiares no sean instancias de repartición donde miles de familiares no están presentes, ni son escuchados. Así posiblemente se puedan dar pasos hacia tiempos mejores, donde no sólo sea motivo de alegría un recordatorio. Las exigencias de respeto a la vida y de justicia necesitan llegar hasta el último rincón de los cuarteles, para alcanzar una verdadera democratización de las Fuerzas Armadas. Sin aquello será Chile un país eternamente inconcluso.