Por Dr. Rodrigo España
Director Escuela de Ciencia Política, U. Central
En las últimas semanas los debates presidenciales se han multiplicado, evidenciando que entramos en la recta final de las elecciones presidenciales. Es cierto que no existe un ambiente de campaña como antaño, recuerden que en elecciones anteriores las ciudades parecían la continuación de las fondas dieciocheras, por la cantidad de publicidad y propaganda política con la cual se saturaban los espacios públicos por parte de los distintos candidatos. No cabe duda que las limitaciones en el uso, tiempos y recursos que se han establecido con las normativas electoras de los últimos tiempos han tenido un impacto positivo en las campañas, y por ende en la contaminación visual de las ciudades. Estoy seguro que la mayoría de los ciudadanos agradecemos este cambio.
Respecto de los debates presidenciales, estos cumplen una función de tribuna de las distintas visiones de país que tiene cada uno de los candidatos, es un espacio para la confrontación -en el buen sentido de la palabra- directa, es un lugar de propaganda política en el cual hay una cierta igualdad de acceso y es gratuito, además es un momento en el cual los candidatos están expuestos a preguntas incomodas y difíciles por periodistas, moderadores o incluso los ciudadanos, dependiendo del formato del debate, que ponen a prueba la capacidad, conocimiento y carácter del candidato. Asimismo, los debates son un ejercicio necesario en un régimen democrático donde el respeto y la amistad cívica debiera ser el telón de fondo. Por último, estos debates, radiales o televisivos, son un buen espacio para el escrutinio público de quienes optan a un cargo de representación política.
Ahora bien, en los debates que se han realizado este año, incluyendo los de las primarias, se puede constatar que, en su mayoría, no han cumplido las funciones que describí anteriormente. No todos los candidatos han participado, algunos se excusan argumentado que tienen problemas de agenda y otros no han sido invitados. El formato de estos no ha permitido que se genere una confrontación de ideas, sino más bien una exposición superficial de algunos temas contingentes, además los presidenciables no se pueden interpelar entre ellos. Asimismo, el tiempo real de participación de los candidatos no supera los 15 minutos, y el rating de audiencia es muy bajo. Igualmente, la amistad cívica y el respeto entre los aspirantes a La Moneda ha estado ausente. Esperemos que en los debates que quedan esto cambie, para que no sea solo ruido y pocas nueces.