Por Alejandro Lavquén
El diputado de la UDI, Ignacio Urrutia, un bravucón con fuero parlamentario, ha manifestado, con ocasión de la aprobación de un bono de carácter reparatorio para las víctimas de prisión política y tortura, que “los verdaderos patriotas están [presos] en Punta Peuco”. Es decir: Para el diputado Urrutia son verdaderos patriotas aquellos criminales que cumplen condena por delitos de lesa humanidad. Opinión que también han manifestado su par Jorge Ulloa y una cáfila de cómplices civiles de la tiranía militar. Para ellos, patriotismo es haber adiestrado perros para violar seres humanos, haber torturado personas indefensas y desarmadas, haber asesinado y hecho desaparecer compatriotas. Uno de sus mayores ejemplos de patriotismo es el bombardeo a La Moneda el 11 de septiembre de 1973, cuando cientos de soldados armados con aviones, tanques y artillería pesada “combatieron” contra Salvador Allende y algunos miembros de su guardia. El presidente sólo estaba armado de un fusil.
En cualquier país del mundo que se considere democrático no se permitiría hacer alarde de la delincuencia y acciones genocidas, pretendiendo otorgarle categoría de héroes a criminales procesados y condenados por dichos hechos. Menos que lo hagan autoridades de un poder del Estado. En el mismo tema, el comandante en jefe del ejército, general Humberto Oviedo, semanas antes, declaró ante la comisión de defensa de la cámara de diputados, en un lenguaje lleno de subterfugios –y con arrogancia implícita incluida- que dejaran de presionar al ejército pues ellos sabían lo que tenían que hacer. Discurso que, en el fondo, buscaba justificar la exhibición de fotos de violadores de los derechos humanos en dependencias del ejército, como es el caso del ex director de la DINA, recientemente fallecido, general (r) Manuel Contreras, que purgaba condenas por más de quinientos años. La derecha pinochetista, representada por la UDI y personajes como el diputado Urrutia, junto a la alta oficialidad de las fuerzas armadas, no cejan en su discurso histórico distorsionado y lleno de impunidad, siendo su principal medio de comunicación el diarioEl Mercurio y su cadena.
Pero: ¿Por qué sucede esto en Chile? ¿Por qué en nuestro país se da de manera tan concreta el adagio popular: “El ladrón detrás del juez”? ¿Por qué no existe una condena del 100 % de la ciudadanía contra tales farsas? Las respuestas podrían ser muchas, manipulación de la opinión pública, manipulación de la historia, infiltración del imaginario cultural de los chilenos, el patrioterismo inoculado por décadas en la conciencia social, etcétera, pero existe una razón que está por sobre todas: La traición de la Concertación al programa de gobierno con que fue electo Patricio Aylwin, manifestada en el contubernio, a cambio de prebendas económicas, de los principales dirigentes de los partidos de la Concertación, con la derecha pinochetista y económica. Las pruebas sobran. Las causas judiciales también. En todo caso, hay algo que está claro, los patriotas del diputado Urrutia no podrían golpear hoy al pueblo como lo hicieron en 1973, pues la resistencia sería distinta. Nadie se entregaría sin defender su libertad contra las hordas militares con toda la fuerza de un pueblo dispuesto a vivir decentemente. Eso el diputado Urrutia y sus acólitos deberían tenerlo presente. La guitarra hoy la tocarían miles de miles en todas las calles del país.
Concuerdo plenamente con su opinión sobre el diputado Urrutia y todos los esbirros de Pinochet que siguen en el poder. Que Urrutia llame a los militares condenados por crímenes de lesa humanidad “patriotas” es una afrenta a todos los chilenos. Es más, él y todo el séquito de apernados que están en el Congreso desde la época de Pinochet son todo lo contrario a patriotas; son los chilenos más vendepatrias que existen. Durante la dictadura se encargaron de privatizar todo lo que encontraron a su paso. Hasta el día de hoy sufrimos las consecuencias de la desnacionalización del cobre -la destrucción del legado de Allende- y ahora Chile solo cuenta con el 30% de la explotación del metal que más dinero trae a las arcas fiscales. Un informe sobre las privatizaciones en la dictadura realizado una Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados concluyó que el estado chileno pierde 20 mil millones de dólares anuales por ese 70% de la minería nacional que le pertenece a empresas multinacionales. Quizás el gobierno de la presidenta Bachelet no hubiera tenido que hablar de un “realismo sin renuncia” si contara con todo ese capital que se ha perdido gracias a nuestro querido Urrutia y sus amigos.
Lo más patético es que la gente sigue votando por ellos y como llevan décadas en el poder, se sienten con el derecho de emitir declaraciones donde ensalzan la figura del dictador y defienden a sus sicarios. En países serios sería inaudito que las autoridades salieran a recalcar las virtudes de asesinos y genocidas. Por ejemplo, en Alemania el repudio a la figura de Hitler es transversal, las esvásticas están prohibidas, negar las atrocidades del nazismo es ilegal y ciertamente no hay nadie en el congreso o la televisión hablando de lo virtuoso del gobierno de Adolf Hitler, a pesar de que revitalizó la economía y la industria alemana, tal como hiciera Pinochet. En Chile estamos años luz de semejante legislación. Es cosa de recordar como Cristián Labbé hizo un homenaje público a Miguel Krassnoff, otro condenado por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, cuando aún era alcalde. ¿A quién le cabe en la cabeza que algo así sea permitido en estos tiempos? Hasta hay plazas y carreteras que siguen llevando el nombre de Augusto Pinochet. ¿Cómo es posible que se pisotee de semejante manera la memoria de todos los asesinados en dictadura? Ni siquiera los políticos de la Nueva Mayoría, supuestamente opositores a Pinochet, son capaces de iniciar un proceso constituyente para erradicar de una vez por todas la ilegítima Constitución del 81.
Todo esto me hace pensar que nuestra clase política en su totalidad está feliz con el status quo. Se acostumbraron a mamar de la teta del Estado y no quieren soltarla. Cambiar la Constitución de Pinochet, por ejemplo, no los beneficiaría en absoluto, porque seguramente perderían el poder y beneficios que aman. Renacionalizar el cobre tampoco les conviene, porque ya hemos visto que hay fuerzas detrás de la política financiando campañas precisamente para que no se pasen leyes que puedan hacerles perder dinero a los dueños de Chile. Y pasar leyes para que se deje de idolatrar públicamente a Pinochet no les interesa tampoco, menos cuando gente como el Ministro Burgos eran tan buenos amigos del dictador.
Al parecer, Chile se ha llenado de los “patriotas” de los que habla Urrutia y están todos preocupados de velar por sus patrióticos intereses. Ojalá algún día nuestros patriotas no sean tan vendepatrias y nos convirtamos en un país mejor, uno que respete a su gente y sus intereses.
Concuerdo plenamente con su opinión sobre el diputado Urrutia y todos los esbirros de Pinochet que siguen en el poder. Que Urrutia llame a los militares condenados por crímenes de lesa humanidad “patriotas” es una afrenta a todos los chilenos. Es más, él y todo el séquito de apernados que están en el Congreso desde la época de Pinochet son todo lo contrario a patriotas; son los chilenos más vendepatrias que existen. Durante la dictadura se encargaron de privatizar todo lo que encontraron a su paso. Hasta el día de hoy sufrimos las consecuencias de la desnacionalización del cobre -la destrucción del legado de Allende- y ahora Chile solo cuenta con el 30% de la explotación del metal que más dinero trae a las arcas fiscales. Un informe sobre las privatizaciones en la dictadura realizado una Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados concluyó que el estado chileno pierde 20 mil millones de dólares anuales por ese 70% de la minería nacional que le pertenece a empresas multinacionales. Quizás el gobierno de la presidenta Bachelet no hubiera tenido que hablar de un “realismo sin renuncia” si contara con todo ese capital que se ha perdido gracias a nuestro querido Urrutia y sus amigos.
Lo más patético es que la gente sigue votando por ellos y como llevan décadas en el poder, se sienten con el derecho de emitir declaraciones donde ensalzan la figura del dictador y defienden a sus sicarios. En países serios sería inaudito que las autoridades salieran a recalcar las virtudes de asesinos y genocidas. Por ejemplo, en Alemania el repudio a la figura de Hitler es transversal, las esvásticas están prohibidas, negar las atrocidades del nazismo es ilegal y ciertamente no hay nadie en el congreso o la televisión hablando de lo virtuoso del gobierno de Adolf Hitler, a pesar de que revitalizó la economía y la industria alemana, tal como hiciera Pinochet. En Chile estamos años luz de semejante legislación. Es cosa de recordar como Cristián Labbé hizo un homenaje público a Miguel Krassnoff, otro condenado por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, cuando aún era alcalde. ¿A quién le cabe en la cabeza que algo así sea permitido en estos tiempos? Hasta hay plazas y carreteras que siguen llevando el nombre de Augusto Pinochet. ¿Cómo es posible que se pisotee de semejante manera la memoria de todos los asesinados en dictadura? Ni siquiera los políticos de la Nueva Mayoría, supuestamente opositores a Pinochet, son capaces de iniciar un proceso constituyente para erradicar de una vez por todas la ilegítima Constitución del 81.
Todo esto me hace pensar que nuestra clase política en su totalidad está feliz con el status quo. Se acostumbraron a mamar de la teta del Estado y no quieren soltarla. Cambiar la Constitución de Pinochet, por ejemplo, no los beneficiaría en absoluto, porque seguramente perderían el poder y beneficios que aman. Renacionalizar el cobre tampoco les conviene, porque ya hemos visto que hay fuerzas detrás de la política financiando campañas precisamente para que no se pasen leyes que puedan hacerles perder dinero a los dueños de Chile. Y pasar leyes para que se deje de idolatrar públicamente a Pinochet no les interesa tampoco, menos cuando gente como el Ministro Burgos eran tan buenos amigos del dictador.
Al parecer, Chile se ha llenado de los “patriotas” de los que habla Urrutia y están todos preocupados de velar por sus patrióticos intereses. Ojalá algún día nuestros patriotas no sean tan vendepatrias y nos convirtamos en un país mejor, uno que respete a su gente y sus intereses.