Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
De acuerdo con el Diccionario de Psicología de Friedrich Dorsch un trauma se define como una “vivencia que afecta profundamente a un individuo”, y se trata de “vivencias, cuyas características son de espanto, angustia, gran repugnancia, etc., que dejan consecuencias persistentes en las personas”.
En este sentido, aquellos traumas que se producen durante el período de la infancia dejan marcas y huellas que, posteriormente, continúan teniendo efectos en la etapa adulta de las personas. La razón es bastante simple de comprender: estos traumas están en lo profundo de la mente y del estrato emocional de las personas, y se manifiestan bajo la forma de malestares, trastornos severos y/o dificultades para alcanzar una vida plena y satisfactoria.
Los traumas más graves durante la infancia y la niñez suelen generarse a partir de situaciones en las que los menores perciben que su propia vida o la vida de las personas significativas en su crianza están en peligro, ya sea que se trate del padre o de la madre.
Ahora bien, ¿qué determina que los traumas sean tan intensos y dejen huellas tan profundas? Algunos de los factores son: el grado y extensión del daño perpetrado en contra del menor, la frecuencia con que estos traumas ocurren, la edad del menor en la que acontecen, si existen o no recursos psicológicos disponibles para enfrentar dichos traumas y el apoyo o la ayuda con los que se hayan contado.
El Dr. Stephen Grosz, psicoanalista y profesor en University College de Londres, en una de sus publicaciones señala que “para un niño pequeño la violencia es una experiencia abrumadora, incontrolable y terrible, y sus efectos emocionales pueden permanecer durante toda la vida”.
Revisemos, entonces, algunos de los traumas más graves, de acuerdo con la información suministrada por la revista de psicología “La mente es maravillosa”:
- El abuso emocional: esta conducta representa uno de los traumas más graves que pueden ocurrir durante la infancia y está relacionada con acciones tales como la violencia verbal constante, la ausencia de muestras de cariño y afecto por parte de su entorno familiar cercano, recurrentes episodios de humillación y menosprecio. Tanto es así, que un estudio realizado en el año 2016 por los investigadores Dante Cicchetti, Susan Hetzel y Fred Rogosch titulado “Una investigación sobre el maltrato infantil y los mecanismos epigenéticos de riesgo para la salud física y mental” puso en evidencia que conductas de esta naturaleza producen cambios significativos en el cerebro de los menores.
- El abuso físico: este tiene lugar cuando se producen lesiones en el cuerpo del menor como consecuencia directa de la agresión realizada por un adulto en contra del niño. Este tipo de maltrato determina que un menor –y posterior adulto– sea más vulnerable ante agentes externos que pueden precipitar una enfermedad mental o física.
- El abuso sexual: este es uno de los traumas más graves, por cuanto, se trata de una experiencia claramente traumática, que los menores viven como un atentado en contra de su integridad física y psicológica, en relación con la cual, las consecuencias pueden perdurar durante toda la vida. Este tipo de abuso incluye cualquier conducta sexual forzada que invada la intimidad e integridad de los menores por parte de una persona adulta.
- El maltrato por negligencia o desatención por parte de la familia del menor: esto tiene que ver con la falta de protección de los niños ante sus necesidades básicas, así como de la presencia de riesgos potenciales para los menores, tales como ambientes donde prima el alcohol y la droga. La privación de cuidados básicos genera, asimismo, carencias físicas, psicológicas y sociales. Sus consecuencias se correlacionan con la intensidad del abandono experimentado y de ciertos factores de riesgo presentes en el entorno.
- El abuso y violencia ejercida en contra de la madre del menor: los menores que son testigos presenciales del maltrato hacia la madre presentan un riesgo muy alto de desarrollar problemas de salud con mayor facilidad. Asimismo, es más factible que, posteriormente, ejerzan violencia en la vida adulta y sean más propensos a presentar trastornos como ansiedad y depresión. También es muy común que experimenten fuertes sentimientos de culpa por no haber estado en condiciones de ayudar o salvar a la madre de la violencia.
- El abuso de sustancias en el hogar: el grupo Pompidou bajo el liderazgo de la Dra. Corina Giacomello realizó una investigación titulada “Niños cuyos padres consumen drogas” (“Children whose parents use drugs”, en inglés), donde salió a la luz que estos menores presentan un mayor riesgo de convertirse en futuros consumidores de drogas y alcohol, así como también padecer de trastornos del estado de ánimo y una serie de problemas de salud mental.
- El encarcelamiento de uno de los progenitores: aquellos menores que tienen a uno de sus padres encarcelado no sólo pierden la posibilidad de mantener un contacto habitual con dicho progenitor, sino que, además, presentan niveles más altos de estrés, por cuanto, ellos experimentan “una sensación de pérdida continua y, a menudo, tienen problemas para formarse un modelo coherente de autoridad y de familia”. Lo habitual, es que esta situación genere en los menores trastornos de apego, síntomas de estrés postraumático o déficit atencional, entre otros.
Digamos, finalmente, que por regla general, aquella persona que haya sufrido uno o más de los traumas que han sido señalados más arriba durante su niñez, necesita de la ayuda y de apoyo profesional. Es posible que el sujeto afectado no lo advierta, pero son esas marcas y huellas del pasado que, muy a menudo, le impiden crecer y avanzar en la vida. Lo recomendable, es que estas personas sean tratadas tan pronto como sea posible, ya que “entre más temprano se aborde el trauma vivido, tanto mayores son las probabilidades de que dicho trauma tenga efectos menos determinantes”.