Por Wilson Tapia Villalobos
A los intelectuales les parece una manifestación de ignorancia; a los políticos, un desconocimiento a sus méritos; a los militares, el pago de Chile; a los siúticos, una rotería. La mayoría, sin embargo, contenta y satisfecha. Orgullosa de que las calles de sus barrios lleven nombres de futbolistas. No más generales, coroneles, capitanes, sargentos, almirantes o comodoros. Tampoco senadores o diputados. Tal vez en algunos años más, cuando el olvido haga su juego, personajes destacados de la política vuelvan a los letreros de las esquinas. Por ahora, solo futbolistas.
El cambio no ha sido planificado, ni siquiera pensado, por las autoridades. Los políticos han desaparecido porque la política está a la baja. Y eso involucra a los referentes más destacados. Tal vez se erigirá uno que otro monumento que recuerde a algún presidente o funcionario público probo. Hasta es posible que en ciertas avenidas se grabe el nombre de personajes que dejaron huellas en la estética o en la educación nacional. Pero quienes la llevarán serán los futbolistas. El último en ser agregado a la ya larga lista fue Francisco (el Gato) Silva Gajardo, autor del gol de penal que le dio el triunfo a Chile en la Copa América Centenario.
Es un fenómeno que obedece a la realidad que se vive hoy. Y no es tan diferente de lo que ocurría en el pasado. Antes y ahora, las emociones marcan las preferencias populares. La sobrecarga de militares en nuestras calles obedeció a la exaltación patriótica que produjeron las guerras impulsadas por el poder. Fue una respuesta emocional ante el sacrificio por la patria. El heroísmo era exhibido como la justificación para tanta destrucción y pérdida de vidas humanas. Era una forma de rendir homenaje a héroes, reales o ficticios. Así se justificaba ayer el costo del expansionismo que siempre traía aparejado beneficios económicos para los que detentaban el poder.
Hoy, sin tanta destrucción -las barras bravas ponen la bestialidad de la violencia, pero no es comparable con la hecatombe de una guerra- se mueven los mismos mecanismos emocionales. Los héroes posmodernos son quienes nos representan en la arena del fútbol. Son los que muestran al mundo la capacidad de la estirpe nacional. Son los que nos hacen “grandes”. Y son, sin duda, referentes para la juventud.
Uno puede estar o no de acuerdo con lo que culturalmente esto significa. Pero no es diferente a lo de antaño y que nos acompaña hasta hoy. Simplemente el imán de las emociones multitudinarias se cambió. Y tal como ocurría ayer, los medios de comunicación se encargan de presentar las hazañas. De machacar con los logros y transformarlos en epopeyas muy parecidas a las que rodeaban a los dioses de la antigüedad. Igual que lo que se hacía con los héroes de tantas batallas. Que, hambrientos, mal armados, eran capaces de enfrentar a fuerzas que los sobrepasaban en número y en armamento. Y llamados a rendirse, contestaban con la altivez propia del héroe: ¡JAMÁS!; o con un: ¡O VIVIR CON HONOR O MORIR CON GLORIA!
Hoy, la tecnología permite mayor instantaneidad, aunque la veracidad siempre va a poder ser puesta en duda. Además la complejidad de la vida actual genera una serie de condicionamientos que posiblemente se relacionan con el enclaustramiento y la nueva forma de establecer relaciones. Es lo que podría explicar que un actor o actriz de TV sea vista como un buen proyecto a diputado o senador. Y que un conductor de noticias tenga cartas suficientes para ser ungido candidato a la presidencia de la República.
Son cambios que ha traído el momento civilizatorio en que vivimos. Pero en el fondo, no difieren demasiado de lo que se acostumbraba en el pasado. Al cohecho en dinero lo ha reemplazado el cohecho del glamour propalado por los medios. Y la gesta heroica en las batallas, han dejado paso al esfuerzo casi mítico por marcar un gol o impedir uno en el arco propio.
Todo demasiado emocional. Pero ese no es el problema de fondo. Finalmente el ser humano es cabeza y corazón. Lo preocupante es cómo se utilizan las emociones. Cómo se las hace invadir campos en que la razón, imbuida de cultura, debiera marcar territorios propios de la política y, especialmente, del sentido de la democracia.
Ojalá que haya más campeonatos de fútbol y menos guerras. Pero siempre está el peligro de la manipulación que acaba en el aprovechamiento. Y especialmente ahora que el fútbol se ha transformado en uno de los negocios más rentables, entre los que se halla también la venta de armas. Porque malas experiencias en tal sentido hay muchas. Empezando por la educación.
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