Por Cristian Fernández.
A juzgar por lo observado, desde hace mucho tiempo, cuando se comenzó a gestar la idea de un cambio constitucional, han sido siempre los sectores más conservadores quienes han puesto trabas o sencillamente se han negado a participar de esta demanda ciudadana en forma deliberada. Bien lo podemos apreciar de forma cada vez más contundente en las declaraciones de políticos, intelectuales y gente de derechas que miran con mucho recelo esta opción que caería, a juicio de ellos, en manos de nefastas ideologías de extrema izquierda para convertir Chile en un antojadizo de ideal “bananero” de algún recóndito lugar del trópico.
Más allá de caricaturas dantescas, la demonización de este proceso responde a la necesidad de buscar o crear desde lo abstracto de la lucha ideológica unenemigo tangible, de concretizar un ente maligno contra el cual emprender una batalla. Y así, al principio de las movilizaciones, el mismo presidente de la República Sebastián Piñera se declararía en guerra. Siempre sosteniendo su visión de este ´enemigo poderoso e implacable´.
¿Y bien… quién es este enemigo?
Lógico era pensar que se refería al mismo Movimiento. A pesar de ello, esimposible visualizar a ciudadanos como usted o como yo transformándonos enprospectos de extremistas, era totalmente ilógico entender un movimiento transversal y apolítico catalogándolo de perjudicial por el solo hecho de ser social.
Entonces se debía buscar alguna manera criminalizarlo.
Junto con los primeros actos vandálicos, conocidos por todos, en puntos claves para la gran población trabajadora de las principales ciudades, en el metro de Santiago por ejemplo, de cuyos hechos nuestras autoridades aún están al debe en una investigación con resultados serios y formales, volcando toda responsabilidad en un par de individuos que posiblemente hayan sido parte de la agitación del momento y de un profesor que dañó un torniquete, arriesgando penas que están totalmente fuera de foco con la acción cometida, hubo una exacerbación de un inminente mal llamado violencia.
De esta manera, con medios de comunicación tendientes a la exhibición de saqueos y descontrol por doquier, de rumores y amenazas de tomas ilegales y exaltación de desórdenes mayúsculos llegamos a un punto más o menos estable con el correr de los días donde continuamos los difíciles pasos del proceso constituyente.
A consecuencia de esto, los desacuerdos persisten con insistencia.
¿Por qué tal reticencia de estos sectores?
¿Cuál es la verdadera causa de la total negación a esta idea?, ¿A qué grado de conexión responden las diferentes instituciones cuyo entramado es cada vez más amplio?
Pues bien, somos conscientes del sistema neoliberal implantado desde la dictadura. Poco tiempo después del golpe militar, una de las primeras medidasimpulsadas casi automáticamente por la junta de comandantes en jefe fue la elaboración de una Constitución que reemplazaba a la vigente desde 1925.
Esta nueva Carta Magna elaborada por un grupo de tecnócratas, conocidocomo la Comisión Ortúzar, se encargó de gestar un acuerdo que permitiera que la ideología neoliberal de Milton Friedman se desarrollara en Chile bajo la dirección de los reconocidos Chicago Boys, así como un plan piloto, y en base a lo conocido y planteado por Jaime Guzmán, esta sería una constitución cuyos amarres imposibilitarían su cambio eternamente.
Durante el gobierno militar se vieron privilegiados grupos empresariales y transnacionales quienes fueron incrementando su riqueza cada vez más. Igualmente se vieron favorecidos los grupos Militares y fuerzas policiales, ya que los mecanismos represivos debían contar con fuerzas dedicadas a controlar y suprimir cualquier idea contraria al régimen y ésta era la alianza perfecta.
Pasaron algunos de los años cruentos de nuestra historia enfrentando crisis, irregularidades, problemas sociales y la par pérdida de bienes nacionales, venta de empresas públicas, control de compañías extranjeras cuyo objetivo principal fue la extracción y enriquecimiento indiscriminados. Sin duda, la sensación de desagrado por parte de la población se hacía cada vez más fuerte y los partidos políticos, incluso en la clandestinidad, tuvieron un papel fundamental en la transición hacia la democracia.
En aquella época los partidos se encontraban en estrecha relación con las personas, luchando codo a codo. Y esa relación es la que convirtió a la clase política de aquellos años en verdaderos representantes del pueblo. Su lejanía con el poder los acercaba a la gente.
Terminada la dictadura militar, los intentos de reforma en gobiernos posteriores no hicieron más que ampliar la brecha entre las personas y el poder económico.
La oligarquía en Chile cada vez con más poder extendía sus lazos en el gobierno, las fuerzas armadas, la política, quienes resguardaban religiosamente los estándares del sistema. La educación, la salud, las pensiones, el mar, los recursos naturales, incluso el agua, quedaron en manos de privados pertenecientes a los mismos grupos oligárquicos.
Hoy, la clase política está inmersa en la vorágine del poder por lo cual cuesta cada vez más su cercanía con la gente. Y es al parecer, el enceguecimiento con la brillante luz del poder la que nubla los ojos de las personas.
Al día de hoy, los intereses de algunos nuevamente se ven enfrentados al ´enemigo´ que significa la participación de la ciudadanía. Un pueblo que continúa con la presión del día a día, con jóvenes que entienden de desigualdades y son capaces de reclamar sus derechos y los de todos. Con mujeres que a pesar de conformar el cincuenta más uno de la población aún tiene maltratada su igualdad de derechos en diversos ámbitos, y no hablo de feminismo, hablo de humanidad. Los pueblos originarios, con la maravillosa concepción de la vida, esa visión que sería una virtud que hubiésemos heredado y cuanto habríamos crecido como sociedad. Las disidencias y su valor intrínseco que nos permite apreciar un horizonte más lejano, pero no menos bello e interesante. Con todos aquellos que se levantan cada mañana para tener un país más justo.
El país debe avanzar con la participación de todos y es nuestro el deber de que esto se cumpla. Tenemos la capacidad de organizarnos, informarnos y elegir libremente lo que como sociedad queremos construir.