Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Conferencista, escritor e investigador (PUC)
“Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto” (Georg C. Lichtenberg, científico y escritor alemán, siglo XVIII)
Para refrendar y reafirmar la frase del científico y escritor Georg C. Lichtenberg basta con citar una frase escrita por el Dr. Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, en su libro “Cómo hacer que la globalización funcione” al consignar que “más vale ser una vaca en Europa o en Estados Unidos que un pobre en Latinoamérica”, por una razón muy fácil de comprender y que debería avergonzar a la clase política y gobernante de muchos países del mundo, a saber, que en Europa y Estados Unidos las vacas son subvencionadas con dos dólares al día, en tanto, que cientos de millones de pobres están obligados a vivir con U$1.75 por día. Así de simple.
Dos profesores, uno de la U. de Harvard y otro del Massachusetts Institute of Technology (MIT) se unieron para escribir un libro que lleva un título muy significativo: “Por qué fracasan los países: el origen del poder, la prosperidad y la pobreza” (“Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty”, en inglés). La pregunta que surge al respecto de este libro es… ¿por qué razón hay que prestar atención a estos dos profesores? Muy fácil: los profesores que enseñan en ambas universidades han recibido la no despreciable cifra de 237 premios Nobeles de todas las especialidades (76 Premios Nobel el MIT y 161 la Universidad de Harvard), en tanto que hay muchos países –entre ellos, Brasil, el país más grande de América Latina– que en toda su historia jamás han recibido un Premio Nobel. Con estos antecedentes a la mano, podemos pensar que ambos investigadores tienen algo importante que decir y aportar.
Uno de ellos, el Dr. Daron Acemoglu, es profesor de Economía, en tanto que el Dr. James Robinson es profesor de Ciencias Políticas, y juntos han abordado el grave y eterno problema del subdesarrollo tan común en numerosos países de nuestro agobiado planeta Tierra, tratando de explicar –y poniendo en evidencia con lujo de detalles– numerosos casos tomados de la “vida real de naciones que fracasaron” (y fracasan) miserablemente en sus intentos de favorecer al ciudadano común y de a pie.
Otro investigador, el Dr. Noam Chomsky, es aún más gráfico y titula su libro “Estados fallidos: el abuso de poder y el ataque a la democracia” refiriéndose a aquellos estados cuya clase política no tiene ningún interés en defender y proteger a sus ciudadanos de la violencia, la narcodelincuencia, la corrupción e incluso, de la autodestrucción.
Acemoglu y Robinson plantean que las hipótesis habituales de tipo cultural, religioso, genético, racial, geográfico o climático, sólo explicarían una parte muy menor de por qué razón existe tanta desigualdad, pobreza, desconfianza y escasa disposición a colaborar entre las naciones, y entre los ciudadanos de dichas naciones. Ellos destacan, entre otras cosas, que las instituciones formales de una determinada sociedad “no han sido creadas para ser eficientes socialmente y actuar en beneficio de sus ciudadanos, sino que, por el contrario, han sido creadas para servir a los intereses de quienes tienen el poder de negociar y dictar el diseño de las leyes, las normas y las regulaciones de un país”, sin que importe mucho, si los que gobiernan son de derecha, de centro o de izquierda.
¿O cómo se podría explicar que los “delitos flagrantes de cuello y corbata”, donde las estafas a manos de políticos y de grandes empresarios que se elevan a miles de millones de dólares se castiguen con “clases de ética”?
No es de extrañar lo que dicen estos dos investigadores, al señalar que las instituciones económicas y políticas que rigen las sociedades actuales pueden ser de dos tipos: (a) extractivas o (b) inclusivas. Y, por cierto, que la mayoría de los países subdesarrollados o en vías de desarrollo lo que tienen son instituciones de tipo netamente extractivas y de carácter depredatorio. ¿Los fundamentos para afirmar lo anterior? Las instituciones económicas y políticas que rigen los destinos de estas naciones se dedican –sin ningún tipo de recato o de vergüenza– a diseñar regulaciones y leyes destinadas a hacer prosperar la extracción de rentas y recursos en favor de una minoría altamente privilegiada, en desmedro de una gran mayoría indefensa e impotente frente a la habitual injusticia económica, social y educacional.
¿Cómo se logra esto? Muy sencillo. A través de: (a) la promulgación de perdonazos y la condonación por no pago de impuestos por valor de cientos de millones de dólares, (b) con leyes de amarre constitucional que favorecen a unos pocos, (c) centralización extrema y rígida en la conducción de la política y la economía, (d) senadores y diputados que se “atornillan” a sus escaños de forma prácticamente indefinida, (e) financiamiento sucio de campañas políticas por intermedio de platas negras y orquestadas por grandes empresarios y por poderosas bandas de narcotraficantes, (f) presencia de un extenso tráfico de influencias, (g) pago de cohecho a centenares de funcionarios públicos, jueces, alcaldes, fiscales y abogados, (h) la existencia de lavado de activos y un larguísimo etcétera. Dicho de manera sintética: el “pueblo ha sido secuestrado por su clase política y económica”.
Lo más triste y frustrante, es que ningún grupo político –sea este grupo de derecha o de izquierda– está dispuesto a realizar modificaciones al statu quo reinante, o bien, a cambiar las “reglas del juego” de manera voluntaria… si eso implica la pérdida del poder político que tienen. Si usted no lo cree, analice el lector todas las triquiñuelas que llevan a cabo los partidos políticos y sus representantes, con el objetivo último de mantener –y aumentar si es posible– su cuota de poder en cada elección que se lleva a cabo. Tanto es así, que a raíz de una pronta y nueva elección los 32 partidos políticos de nuestro país están desesperados por encontrar vías –ya sean legales e ilegales- de hacerse con el poder.
Distinto sería el caso si los países en desarrollo pudieran tener instituciones políticas y económicas del “tipo inclusivo” como en Noruega, Dinamarca, Finlandia o Suecia, donde el bienestar de la comunidad tiene prioridad absoluta por sobre el bienestar individual, donde las reglas del juego son claras y justas, ya que posibilitan la participación de la gran mayoría de las personas en los beneficios que entregan las actividades económicas del país, donde se aprovechan los talentos y las habilidades de las personas y se entrega a cada individuo la posibilidad de elegir lo que es mejor para él o para ella, despejando el camino para dar espacio al crecimiento económico, al desarrollo tecnológico, a la innovación, el acceso a salud y a una educación de alta calidad.