¿Qué hacer con familiares que se vuelven tóxicos?

Publicado por Equipo GV 8 Min de lectura

Por Franco Lotito C.www.aurigaservicios.cl
Conferencista, escritor e investigador (PUC)

“Aquel ‘familiar’ que te traiciona, que habla mal de ti a tus espaldas y con gente que nada tiene que ver con la familia, simplemente… no es familia”.

Cuando se busca el significado de la palabra “tóxico”, uno se encuentra con la siguiente explicación: “sustancia venenosa que puede causar trastornos y/o la muerte como consecuencia de los efectos que tiene sobre las personas”

Ahora bien, si ampliamos la palabra y buscamos las implicancias que tiene el concepto “persona tóxica”, el resultado no resulta ser muy diferente de la anterior definición, por cuanto, la persona tóxica –familiares, (pseudo)amigos, jefes abusivos– hace referencia a aquellos sujetos que afectan directa, severa y negativamente a sus más cercanos, debido, entre otros aspectos, a su personalidad inestable, egocéntrica, narcisista y manipuladora.

De acuerdo con la psicóloga española Raquel Aldana, las “personas tóxicas muestran patrones de comportamiento que son típicos y característicos de los individuos egocéntricos”, tal como es el caso de aquellos individuos que son poco empáticos en relación a lo que sienten o piensan los demás, siendo sujetos que, a menudo, se presentan como las “pobres víctimas” de una relación, sea ésta de tipo familiar, de amistad o laboral. Son personas que pueden ser frías, calculadoras, distantes, mentirosas y manipuladoras que inundan el ambiente –o la relación interpersonal– con emociones negativas y destructivas, intentando proyectar sus propios rencores, odio, frustración o resentimiento en los demás, ya sea de manera abierta o encubierta.

De ahí la importancia de verificar –y detectar– quién es la persona que tenemos frente a nosotros, y si es que es necesario alejarse lo antes posible de este tipo de sujetos, por cuanto, son individuos que nos hacen sentir mal y cuya compañía puede llegar a influir negativamente –más de lo que nosotros pensamos o creemos– en nuestra salud y bienestar, provocando “desconcierto, ansiedad, agotamiento, dolores de cabeza, depresión, trastornos del ánimo, trastornos del sueño y muchas otras enfermedades que pueden terminar, incluso, en ideaciones suicidas”.

Lo primero que hay que tener presente, es que no está en nuestro poder –ni tampoco es nuestro deber o responsabilidad– intentar hacerlos cambiar, ya que las respuestas que se reciben cuando uno intenta hacerlo, son siempre las mismas, a saber, que ellos y ellas son “inocentes y que son víctimas de las circunstancias”.

En ocasiones, lo mejor que una persona puede hacer para no empeorar las cosas, es mantener una distancia saludable o, simplemente, alejarse de los sujetos tóxicos, sin que importe mucho de quién se trate, ya que el más perjudicado será siempre aquél que busca el “abuenamiento”, de hacer las cosas en forma correcta, a través del diálogo y del acercarse al otro. El grave problema, es que con este tipo de personas el diálogo o la conducta correcta, simplemente, no existe, ya que son sujetos altaneros incapaces de escuchar, de respetar y prestar atención al otro, corriéndose el riesgo que el sujeto tóxico tergiverse las cosas a su gusto y transforme el diálogo en un monólogo imposible de romper y que está lleno de quejas, recriminaciones y acusaciones. 

Las personas deben saber que no es la “sangre” lo que te hace o te convierte en familia, sino que es el respeto, la confianza, el cariño, el amor, el compromiso con el otro, lo que crea y le da forma al vínculo familiar. Por lo tanto, la recomendación es una sola: si no existe lo anterior, entonces no hay que tener miedo a cortar las relaciones familiares, cuya conducta venenosa puede terminar enfermando en forma seria a la gente verdaderamente buena.

Las personas deben tener muy en cuenta, que nadie –ni siquiera los propios familiares cercanos– tienen el derecho a atentar en contra de su estabilidad física, mental o emocional, dado que el egocentrismo y negatividad de estos sujetos, su eterno papel de víctimas, su falta de empatía y de deferencia, su resentimiento y rencor, contaminan y coartan toda posibilidad de encuentro (o de reencuentro).

Hay que tener presente, que es uno mismo el que debe velar por el propio bien y es el principal responsable de buscar el camino hacia el bienestar y la tranquilidad interna, ya que puede suceder que un familiar podría provocar mucho más daño que un sujeto extraño. En este sentido, las personas deben eliminar el hábito de repetir en forma ritual “¡es que es tu hermana!”, “¡es que sigue siendo tu mamá!”, “¡es que es tu sangre!”, etc.

Las personas tóxicas son tóxicas, sin que importe mucho, si se trata de un extraño o de un familiar cercano que se ha vuelto venenoso. En este sentido, la persona tiene permitido –y está en todo su derecho– de alejarse de aquellos individuos que no tienen ningún reparo o cuidado en lastimar o engañar a otros.

Hay estudios que demuestran que hay familias tan tóxicas y venenosas, que es mejor cortar los vínculos y alejarse para siempre, con el objetivo de poder respirar libremente y ser todo cuanto la persona quiere ser. Lo anterior significa, que dicha persona debe cuidar mucho su autoestima y quererse lo suficiente a sí misma, para no permitir jamás que nadie la maltrate, ni siquiera si es que se trata de su propia familia, sea que hablemos del padre, la madre, la hermana, un hijo, un tío o un abuelo(a).

Digamos finalmente, que el pariente tóxico tiene la –mala– costumbre de aparecer ante personas que son ajenas a la familia, como “sujetos encantadores, simpáticos, serviciales, gentiles, de fácil risa, pero que es falsa”, es decir, aparecen como verdaderos camaleones y embaucadores profesionales. En rigor, son sujetos que tienden a engañar con palabras, gestos y cantos de sirenas a los de “afuera”, pero una vez que las personas ajenas a la familia se han ido, entonces surge el yo real, la verdadera serpiente interna de estos sujetos con sus manipulaciones, sus distintos roles de “pobre víctima”, sus rencores, odios y resentimientos acumulados, en un círculo vicioso difícil de romper.

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