Reforma electoral y clase política

Publicado por Equipo GV 2 Min de lectura

Por Alejandro Lavquén

reformaEl día 20 de enero los parlamentarios de la Nueva Mayoría celebraron el fin del sistema Binominal como si hubiesen ganado un mundial de fútbol o logrado la independencia del país. Banderas, gritos, abrazos, fotos partidarias y otros ingredientes dignos de la teleserie más pica cebolla que puedan imaginar. Para todo el mundo –salvo para la derecha pinochetista- era evidente que el sistema Binominal constituía la mayor aberración electoral. La encarnación misma de la antidemocracia. Pues bien, dicho sistema fue cambiado por uno proporcional, lamentablemente no pensando en la democracia ni nada parecido, sino que pensando en la conveniencia de los partidos políticos. Los candidatos independientes quedan en absoluta desventaja. El sistema proporcional aprobado permite el arrastre y eso no es democrático porque, lo mismo que el Binominal, da la posibilidad de elegir candidatos con menos votos que sus oponentes. El método de reparto aprobado por el Parlamento es el Método D’Hondt.

El problema de fondo, para que en Chile exista un Parlamento verdaderamente democrático y que legisle para bienestar de todos los chilenos, generando leyes justas y respetando las libertades individuales y colectivas, no pasa por un sistema electoral tal o cuál, sino que pasa por un cambio de actitud de los políticos. Pasa porque comprendan -de una vez por todas- que ellos se deben al pueblo y no al revés. La clase política chilena (salvo contadísimas excepciones) está maleada, apoltronada, adicta a la dolce vita financiada con el trabajo ajeno. Se coluden con los empresarios, con la iglesia, con los militares y con patrones extranjeros. Culturalmente son una porquería, y no conocen la palabra decencia.

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