Inauguración del ‘ciclotrón’ en 1967 refrendó tempranamente el rechazo de la izquierda ortodoxa (¿hay otra?) a la democracia cristiana. Hubo otros eventos, cuál de ellos más severo y definitorio, pero este fue particularmente especial.
Por Arturo Alejandro Muñoz
Hay una fecha que de tiempo en tiempo aparece en mi memoria como una impronta etérea imposible de eludir. La fecha es el 6 de junio de 1967. El lugar: Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, para mayor abundamiento, el Pabellón MFQ (Matemáticas, Física, Química) del Instituto Pedagógico, en la actual comuna de Ñuñoa. El asunto: la inauguración del acelerador de partículas llamado ’Ciclotrón’, donado por la Universidad de California.
Esta magnífica donación pertenecía a la Facultad de Ciencias de la ‘U’, pero como no había espacio disponible en la Escuela de Ingeniería para su instalación, se hicieron gestiones ante el gobierno de Frei Montalva, el cual entregó a la Universidad de Chile un terreno en la ex-Chacra Santa Julia, en Ñuñoa, sitio que ahora se denomina campus Juan Gómez Millas, aledaño al Instituto Pedagógico.
El día de la inauguración oficial -insigne momento para la universidad-, asistirían las máximas autoridades de gobierno encabezadas por el propio presidente Eduardo Frei Montalva, junto a representantes de la Universidad de California y de la embajada de EEUU en Chile, además de la presencia de Rafael Caldera (en ese entonces candidato a la presidencia de Venezuela), y del ministro del interior de la época, Bernardo Leighton, entre muchas otras personalidades universitarias y políticas.
Pero, unos y otros olvidaron un par de cuestiones importantes. La primera de ellas fue no haber calibrado el grado y nivel de rechazo que el gobierno democristiano, tanto como el COPEI venezolano y la embajada de EEUU, provocaba en un amplio sector del estudiantado universitario; y la segunda cuestión que tampoco fue tomada en cuenta por los todavía ingenuos aparatos de seguridad del gobierno chileno, fue que el Ciclotrón formaba parte de los ‘regalos’ que Washington realizaba a sus países lacayos mediante el programa de la Alianza para el Progreso, programa odiado por millones de latinoamericanos (y amado, obviamente, por otros millones).
Equivocadamente, el presidente se arrimó a la controvertida Facultad pensando que su imagen de gobernante, amén de la presencia de tan ilustre visita, sería motivo sobrado para recibir aplausos y sonrisas, incluso en aquel Instituto donde se encontraban los alumnos más izquierdistas del país. Craso error. Una andanada de insultos, empujones, salivazos y golpes de puño, le dieron la bienvenida. El presidenciable venezolano –perteneciente a un partido político similar al del mandatario chileno- tuvo que ser sacado del Pedagógico por la propia comunidad académica, la que no evitó los litros de agua y de orines en bolsas plásticas que la gente del MIR, junto a comunistas y socialistas, le lanzó a mansalva. El Ministro del Interior, Bernardo Leighton, hombre simpático y siempre sonriente, trató de cubrir al ilustre visitante con su esmirriado cuerpo, recibiendo gran parte del regalo líquido y mal oliente que los alumnos insurgentes le hicieron llegar en aquella tremolina de gritos y golpes.
Un estudiante, miembro del novel grupo denominado MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), logró infiltrarse en medio del aparato de seguridad presidencial y golpeó al venezolano en la espalda. Dos de los “celadores” de la primera autoridad nacional chilena tuvieron la pésima idea de atrapar al causante del insulto e intentaron arrastrarlo hasta las afueras de la Facultad para, obviamente, entregarlo a los carabineros que se hallaban apostados en la avenida José Pedro Alessandri, frente al Instituto.
Se produjo de inmediato la reacción estudiantil, armándose una gresca de proporciones que obligó a los guardaespaldas presidenciales a salir prestamente del sitio, no sin haber recibido innumerables golpes de linchacos y cachiporras, amén de piedras y puntapiés, surgidos de todos los puntos del lugar.
Por vez primera el país escucharía la cantinela que sería emblema de la izquierda en los años venideros. Un coro de miristas, entre puñetazos y escupitajos, voceó la consigna pegajosa que muchos harían propia a partir del momento que supieron de ella.
– ¡¡Frei…escucha…ándate a la chucha!!
Carabineros no podía intervenir, ya que la legislación vigente en aquellos años impedía a las fuerzas del orden ingresar a los recintos universitarios. Los alumnos del Pedagógico (y de todas las casas de estudios superiores) estábamos cubiertos y protegidos legalmente por la “autonomía universitaria”.
La gresca continuó desatándose en los jardines y patios del “Peda”, enfrentando a izquierdistas con democristianos y derechistas, en una pelea que se recordó por años y que terminó únicamente al salir los miristas a la avenida Macul para trenzarse a pedradas con el poderoso “Grupo Móvil” de carabineros, mientras ambos amigos -nuestro presidente y el candidato llanero- escapaban en veloces coches hacia el centro de Santiago protegidos por motoristas de la policía.
A mi entender, en ese incidente del ‘Ciclotrón’ quedó definida la adversidad entre izquierdistas y democristianos, misma que alcanzó grados de violenta odiosidad durante el gobierno de la Unidad Popular, y que hoy vuelve a reflotar en la Nueva Mayoría. Las inefables uniones entre ambos sectores, siempre a mi entender, más allá de constituir gobierno, pero discrepando en las partes fundamentales de un programa consensuado durante la campaña, constituyen el escenario propicio para que ciertos dirigentes de ambos bandos accedan a arreglines, manejos oscuros y enriquecimientos ilícitos en conjunto con antiguos ‘enemigos’ capitalistas, ahora socios en la expoliación del país y su gente.
Recordar ese incidente del año 1967 es algo así como recoger un retazo olvidado de la historia de Chile, a objeto de reconstruir a partir de la casuística una identidad política que, seamos francos, en estas últimas décadas se ha disgregado debido a los reales intereses de un sector dizque progresista, al grado de disolver las esperanzas de la sociedad civil en las aguas pestilentes del libre mercado salvaje.
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