Se Busca Joven Talentoso(a) para Estudiar Pedagogía

Publicado por Equipo GV 9 Min de lectura

Por Tatiana Díaz ArceClase-Profesores-uach.cl_
Directora de Investigación Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación

Con el propósito de mejorar la calidad de la educación de nuestro país y reconociendo que los profesores constituyen el principal factor para llevar adelante tan compleja tarea, ahora se está apostando a atraer a estudiantes talentosos a las carreras de pedagogía. El concepto de calidad educativa ha estado en el discurso público al menos desde el comienzo de los 90, y luego de haberse diseñado e implementado un conjunto de disímiles estrategias focalizadas en los docentes para alcanzar dicho fin, tales como capacitación docente, pasantías al extranjero, evaluación docente y ahora último los estándares de formación inicial de profesores y la prueba Inicia, lo cierto es que ninguna de estas medidas por separado, ni ellas en su conjunto, han logrado darle a nuestro sistema educativo la calidad deseada ni la equidad demandada.
A estas estrategias podrían adicionarse el sinnúmero de maniobras emprendidas en escuelas y liceos para rendir la prueba Simce, las que por sí mismas constituyen verdaderos procesos de entrenamiento, y en algunos casos de adiestramiento estudiantil, a fin de aparecer en los hipervalorados rankings de calidad, los que evidentemente no hacen más que contaminar a la opinión pública respecto de cuál es la verdadera labor de un profesor.
Como se ha señalado, las acciones tendientes al mejoramiento de la calidad de la educación han penetrado distintos flancos, sin embargo, uno hasta ahora casi inexplorado ha sido el del estudiante que opta por una carrera de pedagogía.
Sin embargo, aún hay aspectos poco definidos en torno a esta nueva estrategia, ¿se trata simplemente de seleccionar estudiantes con puntajes PSU más elevados o con un mejor lugar en el ranking de su establecimiento escolar? Dado el impacto social que significa formar buenos profesores se esperaría que la política pública en esta materia fuera bastante más que eso, pues, en suma, de lo que se trata, entre otras cosas, es de preguntarse ¿qué se entiende por un estudiante talentoso? o, mejor dicho, ¿qué define que alguien sea talentoso para ejercer la profesión docente? y de ¿cómo identificar a ese supuesto talento pedagógico?
Nada se había dicho, al menos en voz alta, sobre las características deseables de la o el joven que quiere convertirse en profesor. Ciertamente se ha instalado una beca, la denominada Vocación de Profesor, pero aún no hay evidencias que demuestren prístinamente cuanta vocación o interés por la carrera docente hay detrás de los miles de beneficiarios de esta ayuda estatal. Hoy el foco es otro, no es el de la zanahoria de una beca o el garrote de la medición al término de la formación inicial, sino que se ha abierto una nueva ruta en pos de obtener al término del proceso formativo a un maestro(a) “más calificado(a)” para ejercer la pedagogía. Sin embargo, aún hay aspectos poco definidos en torno a esta nueva estrategia, ¿se trata simplemente de seleccionar estudiantes con puntajes PSU más elevados o con un mejor lugar en el ranking de su establecimiento escolar? Dado el impacto social que significa formar buenos profesores se esperaría que la política pública en esta materia fuera bastante más que eso, pues, en suma, de lo que se trata, entre otras cosas, es de preguntarse ¿qué se entiende por un estudiante talentoso? o, mejor dicho, ¿qué define que alguien sea talentoso para ejercer la profesión docente? y de ¿cómo identificar a ese supuesto talento pedagógico?
Primero, resulta imprescindible desmenuzar el concepto talentoso y, segundo, se requiere ponerlo en contexto, esto es, precisar a qué tipo de características se está denominando bajo la adjetivación de talentoso o talentosa, y de hacer la distinción respecto de en qué tipo de circunstancias se desplegarán tales características. En relación a lo primero, podría hipotetizarse que se trata de estudiantes con una actitud positiva hacia el abordaje de desafíos cognitivos, pero también con aptitudes o habilidades para abordar tales retos y, por ende, ser capaces de aprender, cualidad que, dicho sea de paso, más que atribuible a factores innatos, es más bien imputable a las experiencias y oportunidades de desarrollo disponibles. Además, esto aparentemente no marcaría ninguna diferencia con el objetivo de buscar alumnos talentosos para el estudio de la medicina, el derecho, la ingeniería, la arquitectura, o cualquier otra actividad profesional o simplemente laboral, por dar algunos ejemplos; qué institución, empresa o jefe no quiere contar entre sus filas con un sujeto con habilidad para aprender.
En cuanto al contexto en que se evidenciaría el talento, las precisiones se vuelven aún más complejas, pues las capacidades para generar aprendizajes propios deben evidenciarse en función de lograr que otros sean capaces de aprender, considerando también que esos otros no corresponden a un tipo de sujeto estándar, sino que, por el contrario, se trata de personas diversas, con experiencias de vida diferentes y que se sitúan en realidades o ambientes distintos. En consecuencia, ¿cómo identificar si un estudiante posee talento para la pedagogía si no ha debido enfrentar previamente los retos de la práctica pedagógica? Claramente esto no es comparable al llamado talento artístico, donde a partir de la calidad de una performance se determina si el ejecutante despliega niveles de realización más que aceptables; aquí estamos hablando de que el supuesto talento pedagógico se evidencia en un otro que no es el sujeto al cual se le evalúa como talentoso, es decir, la idoneidad para la pedagogía se evalúa en la evidencia del otro que aprende y no en el que genera el aprendizaje.
En este marco de definiciones, pareciera que el propósito de atraer estudiantes talentosos a las carreras de pedagogía es una cuestión que no se resuelve solo con pensar cómo entusiasmamos con becas, bonos postitulación o pasantías al extranjero a alumnos con altos puntajes PSU o lugares destacados en los rankings de sus establecimientos escolares, pues estos rendimientos cuantitativos no permiten predecir si un estudiante, futuro profesor, reunirá el conjunto de características necesarias para lograr que otros aprendan.
Probablemente esta nueva estrategia esté transitando por una senda altamente incierta. Es de esperar que las iniciativas destinadas a reclutar “estudiantes talentosos” para las carreras de pedagogía, y que ya están en marcha en algunas instituciones de educación superior, puedan dilucidar con claridad qué es aquello que están buscando y, si eso tras lo cual orientan sus esfuerzos es realmente lo que se ha dado en denominar Talento Pedagógico. No hay que olvidar que un buen docente no se define por la concurrencia afortunada de factores genéticos, al contrario, un buen maestro se crea, se forma y se forja mediante un proceso que involucra un conjunto de experiencias altamente complejas, cuya ingeniería de diseño, implementación, evaluación y ajuste sigue siendo la “piedra filosofal” de la anhelada educación de calidad.

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