Por Hernán Narbona.
@hnarbona
Estamos en marzo y desde hace un año el país se ha visto prácticamente paralizado por el impacto de una sucesión de escándalos de corrupción, Caval, Penta, Soquimich, Aguas Andinas, Corpesca, etc. Es algo redundante, pero inaceptable a la sana conciencia.
Se destapó algo que por décadas unos pocos francotiradores denunciamos en el Periodismo Independiente y en la redes sociales, peleando contra malas prácticas que han estado entronizadas en el sistema político desde que en 1990 se pactó la transición y se mantuvo incólumes los pilares del sistema neoliberal implantado a través de la Constitución de 1980.
En esa transición, pactada de espaldas a la civilidad, las supuestas fuerzas progresistas renunciaron a la legítima aspiración de revisar la apropiación de las empresas públicas a precios viles y que generaron monopolios privados altamente lucrativos, los que, a poco andar, se aliaron estratégicamente con socios internacionales, articulando redes nuevas de poder político-económico a nivel global.
Chile se volvió consumista y obsecuente, sobre endeudado y temeroso. Aterrizaron en la economía chilena los intereses españoles, en la banca, las sanitarias, las concesiones de carreteras. Cambiaron las caras de los administradores del sistema, pero sin tocar para nada los aspectos estructurales del modelo, entiéndase, el sistema previsional, la banca, el binominalismo. Las concesiones fueron fuente de enriquecimiento ilícito para muchos, con contratos leoninos que perjudicaban a los usuarios o consumidores. Se mantuvo ese Estado mínimo y subsidiario que no tiene recursos para fiscalizar debidamente a los agentes económicos.
Chile entró de los noventa en adelante en una economía de capitalismo salvaje, abusador y depredador, con una colusión evidente de los intereses corporativos y los gobiernos de turno. Los chilenos que creyeron ingenuamente en la democracia emergente, se han ido dando cuenta de haber vivido una gran estafa, puesto que todo el sistema ha favorecido la concentración de la riqueza y al enriquecimiento de las élites que actuaban a cargo del modelo.
En ese derrotero de 26 años post gobierno militar, se profundizó el modelo, se privatizó el agua, las concesiones fueron fuente de lucro y sobresueldos para grupos de políticos corruptos y así, los eufemismos y el cinismo político fueron la tónica de nuestra convivencia. La ruta de la corrupción ha sido un sinfín, un continuo de defraudaciones, malversación de fondos públicos, enriquecimiento ilícito, nepotismo, cohecho, financiamiento ilícito de campañas, evasión fiscal.
Las banderas que levanta la sociedad civil con indignación, apuntan a un Estado con integridad, transparencia y verdad. El gran riesgo es que, pese a esa sensación de desprotección, la comunidad no asuma sus deberes cívicos, se abstenga, no vote, no se manifieste y terminemos en un círculo vicioso de individualismo y fragmentación social.
Si queremos un cambio moral en nuestra sociedad, hay que airear la casa y no volver a acumular la basura bajo las alfombras de los palacios. Sin violencia, como para el plebiscito del No, debiéramos generar un movimiento civil que imponga cambios en nuestra deteriorada institucionalidad, que, se ha visto, no funciona o no la dejan funcionar.
Ciudadanos, vayamos de la Indignación al Compromiso.
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