Por Daniel Sánchez
Psicólogo y académico U.Central
La juventud es compleja. Los adultos nos preguntamos si están mal, solos, perdidos o simplemente si hacen lo que quieren. Imaginamos que en nuestros tiempos de juventud, los adultos de esa época tenían las mismas dudas.
Hoy nos vemos enfrentados a consumo de sustancias, manifestaciones escolares, alza en ITS, por nombrar algunas y ante surge la duda de por qué la juventud está tan rebelde. Dicha etapa del desarrollo se caracteriza por ser un periodo de grandes conflictos, se van sucediendo procesos emocionales, psicológicos, sociales y biológicos, es en la necesaria vivencia de dichos procesos que sienten que deben explorar, experimentar e ir conociendo los misterios que la vida trae. Hasta ahí todo está bien, la dificultad ocurre cuando el mundo adulto suele mirar estas necesidades de exploración como ‘maña’, mal hábito o rebeldía y es ese el principal problema.
Desde una mirada ‘adultocentrica’ se suele exigir a la juventud los mismos patrones de comportamiento de los adultos; la literatura lo describe como un proceso de ‘moratoria social’, en que les tratamos como niños(as), pero les pedimos comportarse como adultos. Ahí otro problema, pues no se puede ser ambas cosas, quizás ayudaría empezar a comprender que son jóvenes en proceso de convertirse en adultos y es en ese camino que se van transformando en el cual los adultos debemos acompañar y abrazar.
Otra problemática surge cuando los padres deciden aplicar autoridad, sancionar conductas disruptivas y hacer caso omiso a estos procesos, desconociendo la importancia de acompañar, dialogar, establecer acuerdos y negociar, fomentar la confianza que surge del dialogo respetuoso, amoroso y de formas de negociar colaborativa.
Es posible negociar con adolescentes el horario de llegada de una fiesta, con un escolar si primero hace la tarea o juega y con un adulto en educación superior, los acuerdos respecto de la administración del hogar. Como puede verse, negociar pareciese ser un buen inicio de un tránsito fecundo.
El acceso al alcohol, drogas y o el riesgo de ETS están latentes, resulta casi inevitable que un joven explore, busque, indague y experimente, la clave radica en que en ese momento cuente con la confianza y afecto de un adulto a su lado, solo así entenderá que dichos misterios de la vida están para conocerse.
Negar la posibilidad de explorar y conocer conduce a actitudes de miedo, angustia y temor de vivir, la situación es difícil pues obliga a los cuidadores a ceder parte del control y diluir la asimetría de la relación con la juventud, algo en lo que debemos pensar si esperamos colaborar en la formación de personas con criterio, capacidad de decidir y ante todo responsables.