No acaban de disiparse en el aire los fragores del triunfo sobre Bolivia; la exacerbación y el paroxismo de la victoria, del triunfalismo, del chauvinismo, del patrioterismo barato no se han extinto.
Por Arturo Jaque Rojas.
Por el contrario, nos indican el predecible y trillado derrotero que seguirá la opinión pública, la agenda nacional o como diantres-¡los paniaguados de toda laya que trabajan para el sistema y su reproducción perpetua!-: periodistas y otros profesionales que están al servicio de las corporaciones que poseen y controlan los mass media, quieran denominar a la secreción que deriva de la sistemática manipulación de las conciencias.
¿Seguirán hablando de Arturo Vidal o de Alexis Sánchez, como los paradigmas que nuestra juventud debe admirar y emular?. ¿O regresaremos, demasiado pronto, a las teleseries turcas y a la rutina de esclavo, como tal ignorante e insensible de sus cadenas, su miseria, su degradación?.
El fenómeno no es insular ni atípico; ni propio ni exclusivo de nuestra idiosincrasia mestiza, que todavía avergüenza reconocer como realidad.
Se trata de comprometer a la Nación entera, en el cumplimiento de un objetivo que sería conquistar un laurel deportivo, una copa o una corona; incentivando en la audiencia o teleaudiencia el pathos de que si no se logra se corre el riesgo de un derrumbe cósmico, de un apocalipsis social, político, económico; y que si se consigue: los dioses se habrán apiadado de la suerte de quienes nunca han “tocado las estrellas”, para que cada boca pueda proclamar “ganamos”, en el momento del clímax. Si parecen aspersores de baba los que tienen que saturarnos, con sus majaderías y sus nonadas.
Al escuchar a los vociferantes relatores deportivos; y a los delirantes y fervorosos comentaristas, que nos regalan sesudos y brillantes análisi sobre los detalles más nimios y las anécdotas más banales de cada uno de estos partidos de fútbol, queda la impresión de que la vida, la historia, el fin último están en juego; que en cada una de estas justas, es todo o nada; y que el Olimpo espera a los hijos del barro, quienes agraciados por un talento de origen ignoto, son erigidos como ídolos…¿Será cierto que Prometeo regaló el fuego a los mortales; o todo e mentira?…
Las sardinas del TranSantiago, del Metro; la mano de obra con nula calificación, condenada a sueldos irrisorios; las empleadas domésticas, vejadas a diario; los prisioneros de las cárceles de pobre; los subcontratados y las subcontratadas al arbitrio de los empresarios que engordan sus fortunas y sus cuerpos; los mapuches oprimidos, encarcelados- ni hablar de los asesinados-; los estudiantes de liceos municipales destinados a la trituración; los obreros y campesinos, que dejan su cuerpo y alma en cada jornada; amén de toda la fauna de este país de contrastes abismantes: por una vez en su vida opaca e insignificante, salen del anonimato para “alcanzar la gloria”.
De suyo es global, como se suele decir hoy día; pero la paradoja es que: por la perversión con que actúa el mercado omnipotente, algo que convoca a millones, ha llegado a convertirse en una amalgama de masa y multitud, donde pareciera se pierde el individualismo y el egoísmo de la gratificación personal, para asumir un rol de responsabilidad histórica, y llegar a convertirse- cada individuo- en copartícipe de la cristalización de un destino superior y definitivo que compromete a la Patria. obtener una copa de fútbol.
Mas todo es un espejismo que dura lo que demora en cocinarse un resultado, ya sea favor o en contra; los que sacan cuentas alegres son los titiriteros, que hacen uso de su macabro arte- ominosa abstracción y coartada- que ha servido para los más terribles crímenes de que se tenga memoria.
Chile, no obstante, no se congrega para luchar por la reconquista de la independencia, para expulsar a los parásitos del Estado y del gobierno, para recuperar nuestros recursos naturales, en definitiva nuestra soberanía, nuestra libertad, nuestra dignidad. Chile, se ha convertido en una nación de idiotas.
En cuanto a la etimología de la palabra: idioté; es decir aquéllos que, para los griegos antiguos, no se preocupaban sino de los asuntos privados- nada más privado que ver un partido de fútbol disfrutando un asado en familia o con los amigos; o siendo un factor anónimo, una variable que no tiene ningún peso específico en la definición de lo radical que atañe al país; por ejemplo: una nueva constitución.
Conforman el monstruo de millones cabezas, que se apodera de las ciudades y los coliseos, en que tiene lugar esta catarsis a la inversa; y se despreocupan de lo público, como si no tuvieran sino importancia la concreción y realización plena de lo primero por sobre los último: que es vital que fulano o zutano anote un gol, antes de que o en vez de que yo me decida a expulsar a los administradores del modelo pinochetista-guzmaniano; olvidado por completo que la libertad y la dignidad tanto de los individuos como de los pueblos, se fragua en el compromiso con el destino colectivo, desde la conciencia cultivada y libre, esgrimiendo el discernimiento, el análisis, la ruptura con lo dado como válido en sí mismo.
Les hacen creer que es compromiso total y colectivo con el país; los llevan a devenir energúmenos que se disfrazan con una camiseta; a bárbaros que gritan y saltan por doquier, e invaden las calles y las avenidas; o si las entradas son más caras: a una concurrencia ABC1, que participa del circo romano porque sabe que es una distracción para pasar el tiempo y nada más que eso.