Por Wilson Tapia Villalobos
La izquierda enfrenta desafíos en casi todo el mundo. Para muchos, es una opción que intenta reinventarse. Para otros, las derrotas sufridas aún no le permiten levantar alternativas. No faltan quienes sostienen que la epidemia del sistema que combaten, la corrupción, la ha atrapado en sus redes.
El periodista y escritor uruguayo, Esteban Valente, hace un descarnado análisis de la situación política brasileña -“Other News. Información que el mercado elimina” 16.4.2018-. Allí esboza la responsabilidad del Partido de los Trabajadores (PT) en la actual situación del ex presidente Luis Inacio “Lula” da Silva. Durante los trece años en que ejerció el poder el PT, los grados de corrupción no disminuyeron. Posiblemente aumentaron. El esquema que ya utilizaba la política brasileña, fue aprovechado por el PT y profundizado, afirma. No desconoce los avances que se realizaron en combatir la pobreza, pero al leerlo, queda flotando la pregunta: ¿la izquierda olvidó que “un mundo mejor” no puede construirse sin los valores morales que combaten la explotación del hombre por el hombre?
Valente ve en este proceder una responsabilidad que va más allá de la acción personal de Lula. A éste lo exculpa y le reconoce el liderazgo para haber logrado, en sus dos mandatos, sacar de la pobreza a cerca de 30 millones de brasileños. Y a ello se debería la gran popularidad que aún mantiene entre los electores. Sin embargo, el PT tendría que cargar con una enorme responsabilidad política de otro orden. Era imposible que el Partido desconociera los manejos que sus propios dirigentes hicieron para que grandes empresas siguieran teniendo el campo abierto para lograr utilidades desmesuradas. Y, de ese modo, continuaran corrompiendo el ejercicio político. Incluso, apunta a la responsabilidad que al PT le cupo en las alianzas que hizo con otros partidos para continuar en el poder. Entre éstos, menciona al último que logró, cuando colocó a Michel Temer como vicepresidente de Dilma Rousseff. Temer, el actual presidente de Brasil, es militante del Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), sobre cuyos integrantes pesa la mayor cantidad de denuncias de corrupción. El mismo se encuentra inmerso en varias investigaciones.
Pero lo que ocurre en Brasil está lejos de ser un caso excepcional. El cuestionamiento del periodista uruguayo al PT es extensible a lo que ocurre también con otras agrupaciones de izquierda del continente. Y se puede generalizar más aún si la crítica se extiende a las alternativas que plantean los partidos que, supuestamente, estarían por cambiar el sistema. En tal sentido, Chile no es la excepción. Son varias las agrupaciones, de derecha e izquierda, que han sido investigadas por su connivencia con empresas que financiaron campañas de sus parlamentarios. ¿A cambio de qué lo hicieron? Evidentemente, para sacar ventajas de las decisiones que el Gobierno o el Parlamento debían adoptar en áreas que afectarían a sus intereses.
La maniobra debiera ser condenada con mucha mayor fuerza de la que hemos visto hasta ahora. Cuando la acción de servicio público comienza a ser utilizada para sacar beneficios personales, se cae en una grave trasgresión a los valores. Pero en el caso de la izquierda, además, está la renuncia a la convicción de que un sistema corrupto no puede ser reformado, o cambiado de raíz, por personajes que se benefician de sus lacras.
Si uno observa el comportamiento del Partido Socialista (PS), llega a la conclusión de que, luego del retorno a la democracia, su caminar ha sido zigzagueante en esta materia. Líderes tan destacados como Ricardo Lagos, abrieron las puertas al dominio de grandes empresas -nacionales y extranjeras- en áreas sociales esenciales ¿Qué utilidad tuvo para el Partido tal actitud? Su supervivencia. Porque hay que estar claros que hoy ningún partido político chileno vive de los aportes de sus militantes.
Y si uno mira al Partido Por la Democracia (PPD), tampoco puede dar muestras de blancura. Con el agravante de que la laxitud de sus postulados le ha permitido divagar entre posturas ideológicas muchas veces contrapuestas. La mención del senador Jaime Quintana respecto de retroexcavadoras políticas, resultaba fuera de lugar en su colectividad y en la administración que integraba su Partido.
El Partido Comunista (PC) ha tenido que llevar a cabo marcados renuncios ideológicos para subsistir. No debe ser fácil adecuar al PC a la concepción de empresa. Pero así ha sido, de acuerdo a las revelaciones que se han conocido. Varias compañías le pertenecían como colectividad. Una función que no es permitida en el ejercicio democrático. Y en cuanto al desempeño político, es difícil concebir un cambio revolucionario formando parte de una coalición como la Nueva Mayoría. Un conglomerado que se definió como de “centro izquierda” y que era la continuación de la Concertación. La única diferencia entre la nueva agrupación y aquella era la presencia del PC. Y justo es preguntarse ¿qué afinidad ideológica tiene el PC con la Democracia Cristiana (DC)?
El fenómeno mundial resulta ser una especie de acomodo a nuevas demandas para las cuales no hay nuevas respuestas. En algunos países de Europa del Norte y del Este se ha buscado soluciones en propuestas de ultraderecha que el electorado ha privilegiado. Sobre todo, como respuesta a la inmigración. También en Oriente se está viviendo un proceso similar. En América Latina los parámetros aún son distintos. Pero, en el electorado, hay una vuelta a mirar hacia el centro o la derecha. Y las propuestas políticas funcionan en tal sentido. En Chile, los otrora partidos de izquierda se encuentran en una profunda búsqueda de propuestas nuevas en las que afincarse. Hasta ahora parecen no haber encontrado cimientos sólidos. Las más efectivas son acercamientos hacia el centro que no llevan reformas estructurales definidas. Y si las reformas estructurales se enarbolan en las campañas, en el ejercicio gubernamental son dejadas para los períodos finales. Cuando el tiempo ya se ha acabado y su implementación, o anulación, estará en manos de la nueva administración.
Lo que se ve entre nosotros, es una realidad conmovida. La Democracia Cristiana holla caminos llenos de desafiantes guijarros. Su adecuación a un centro confuso aparece cada vez más cuestionada. Aunque es evidente que las amenazas no vienen de un proceso que apunte hacia definiciones ideológicas que le den un nuevo perfil.
Pareciera que lo que traerá el futuro será la aparición de nuevas posturas políticas que encubran más apetitos personales que reales propuestas reivindicatorias. Y eso es válido para todo el espectro político. Aunque el sacrificio para la derecha es sólo filosófico. Mientras que para la izquierda encubre una realidad que significa compartir la iniquidad de un sistema que tiene a Chile entre las naciones con más desigual distribución de la riqueza.