Desafiando críticas malsanas, Agustín Squella irrumpe en el debate sobre la crisis que sacude a la Iglesia Católica con un mensaje que se asemeja al de un profeta
Por Raúl Gutiérrez V., periodista retirado – Junio de 2018
Aunque Gutiérrez es miembro de la Iglesia Luterana en Valparaíso sus opiniones revisten un carácter estrictamente personal
DICE EL ANTIGUO refrán que “de todo hay en la viña del Señor”. ¿Y también en el campo de los ateos y agnósticos, que al menos en Occidente exhiben un sostenido incremento?
Aunque suene políticamente incorrecto porque ahora abundan las razones para emprenderlas contra tanto clérigo hipócrita y abusador, la verdad que también hay de todo en las filas de los no creyentes. Junto a gente admirable y querible, hay individuos poco recomendables: farsantes, flojos, sinvergüenzas y hasta acosadores y, ¡también!, pedófilos. Entre los más desagradables figuran quienes asumen cómicos aires de superioridad intelectual o ética ante los creyentes. Se dicen tolerantes porque en verdad sería impresentable que expresaran en voz alta su desprecio por quienes creen en seres superiores, en el poder de la oración o en la vida eterna. Pero esa tolerancia disimula apenas un profundo desprecio por las personas de fe.
En general estos individuos exhiben una extrema pobreza en materia de cultura religiosa. Se quedaron, si es que, con la lecciones básicas de un catecismo obsoleto, y piensan que los creyentes en general disponen de ese mismo raquítico patrimonio intelectual. Así el diálogo con ellos, en el caso de que se dignen a entablarlo, es de un nivel deprimente. Esa ausencia de interacción ahonda en tales individuos la percepción de que la creencia religiosa es propia de retardados mentales, cuando no de inescrupulosos que explotan la estupidez de ciudadanos de pocas luces.
UN ATEO EJEMPLAR
No es el caso, claro, de Agustín Squella, uno de los intelectuales más respetables de nuestro país. Su curriculum es elocuente: ex Rector de la Universidad de Valparaíso, ex Ministro de la Cultura, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, columnista periodístico. Habría que agregar que es un hombre que revela un constante interés por el fenómeno religioso y sus exponentes, al tiempo que un profundo respeto por las personas con las que polemiza.
Se diría que Squella pertenece a la estirpe del escritor italiano Humberto Eco, otro ateo de fuste, cuyos intercambios epistolares con el cardenal de Milán, el jesuita Carlo Martini, fueron recogidos hace algún tiempo bajo el título de “En qué creen los que no creen”, una joya de la literatura de ideas. El famoso autor de “El nombre de la rosa” incursiona en terreno ajeno al manifestar su rechazo a la exclusión del sacerdocio de que son objeto las mujeres dentro la Iglesia Católica, precipitando una de las diversas polémicas que lo enfrentan con rigor y respeto a la vez con el cardenal Martini.
En la misma línea, Agustín Squella “se ha dado autorización” para, desde su condición de “orgulloso ateo”, como él se ha proclamado, opinar acerca de la grave crisis que vive la Iglesia Católica a causa de la seguidilla interminable de abusos sexuales de muchos de los miembros de su jerarquía, léase sacerdotes y obispos.
“Tengo conciencia de que a los católicos suele no gustarles que personas ajenas opinen sobre los problemas que les afectan” señaló en carta a El Mercurio. Y tras esa prevención, una interrogante crucial: “¿No dependerá la recuperación de esa iglesia de un pronto y genuino retorno a la religión de la que ella proviene, a saber el cristianismo?” La osadía de Squella llega al punto de proponer una estrategia pastoral sintetizada en la consigna: “Menos catolicismo y más cristianismo, menos estructuras y más evangelios”.
Algún feligrés amoscado por esta intrusión respondió de manera destemplada, recordando, como si el intelectual lo ignorare, que la iglesia católica es cristiana. En rigor, puntualizó el aludido, es una de las tantas iglesias que tienen su origen y fundamento en las enseñanzas de Jesús hace 2000 años. Pero los dardos más filudos del feligrés apuntaron a la supuesta intención de “separar tajante y absolutamente al cristianismo del catolicismo”.
Squella replicó que él ha sostenido algo muy diferente. “Como es visible para cualquiera, el catolicismo, muy especialmente en sus cúpulas cardenalicias y obispales, se ha ido alejando del mensaje cristiano. De manera que no soy yo quien separa, sino esos personajes los que se han ido separando del mensaje del fundador de su religión y defraudando gravemente a la base social de su iglesia”.
El intelectual ateo asevera que muchos de sus amigos católicos reprueban el desempeño de los jerarcas eclesiales. “Creen ellos que si su iglesia quiere recuperarse del mal momento que vive, no tiene más que volver a ser fiel al mensaje de su fundador, es decir a los evangelios”.
Es como si hubiésemos retrocedido 500 años y escucháramos a Martín Lutero, rebelándose contra la corrupción de la corte papal y el negocio de las indulgencias. Pero al fin y al cabo el teólogo alemán era un hombre que había abrazado la vida monacal y que, violentado ante la incongruencia de su Iglesia con las enseñanzas del Evangelio, había decidido reaccionar. Mayor es el mérito de Squella, pues impelido solo por su amor a la verdad y sin vacilar ante incomprensiones y ataques descalificadores ha decidido expresar su pensamiento frente a una iglesia que le es ajena.
La postura de Squella interpreta seguramente el sentir de otras iglesias cristianas, cuyos representantes, sin embargo, han preferido por cálculo o comodidad guardar silencio ante la crisis que agobia al catolicismo.
Jesús enseñó que igual que el viento el Espíritu de Dios sopla por donde quiere. A veces habla por boca de los ateos.