Por Vanessa Vargas Rojas/ Equipo GV
Durante las últimas semanas, los bombazos y exageraciones de la prensa se han mezclado hasta sacar a la luz pública una serie de curiosas interpretaciones de la historia. Entre ellas figuran, por ejemplo, las declaraciones de Marco Enríquez-Ominami respecto a la labor realizada por su padre, Miguel Enríquez y el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), que lideró hasta su muerte.
“A todos estos jóvenes anarquistas que se declaran admiradores de Miguel, les aclaro que jamás puso una bomba o hizo daño o promovió la violencia, sino ponerse de pie frente a un tirano. El MIR jamás fue terrorista”, sentenció, en una entrevista con La Segunda.
Las palabras de MEO pretenden responder, de alguna forma, a las críticas de ciertos sectores de la derecha, quienes han repudiado los actos de homenaje hacia la figura de Enríquez y han comparado sus acciones con las de genocidas y torturadores procesados –y no- de la dictadura. Sin embargo, la tibia defensa de su hijo no es justa con la historia de la organización y sus militantes.
Desde sus inicios, el MIR se planteó como un movimiento que pretendía romper con las conducciones reformistas de los diversos sectores de la izquierda chilena. En su declaración de principios, de hecho, sostienen que la organización “combate intransigentemente a los explotadores, orientado en los principios de la lucha de clase contra clase y rechaza categóricamente toda estrategia tendiente a amortiguar esta lucha”.
Al comienzo, la militancia del MIR estuvo principalmente compuesta por la vanguardia de los sectores de trabajadores industriales y estudiantes radicalizados de sectores acomodados. Más tarde, sin embargo, secundarios y universitarios provenientes de familias obreras, pobladores y campesinos se sumaron a la organización.
Durante sus años de construcción y crecimiento, al alero del gobierno de Eduardo Frei Montalva, la idea del poder popular madura al interior del movimiento para tomar gran protagonismo en los años de la Unidad Popular. El concepto esbozaba la visión sobre la democracia del MIR y se transformó en una práctica política y social sin precedentes en Chile durante sus breves años de desarrollo.
En Concepción, la ciudad que albergó a los principales dirigentes de la organización, se impulsaron instancias como la Asamblea del Pueblo, ocurrida en julio de 1972. El encuentro logró aglutinar a 59 sindicatos, 6 federaciones campesinas, 31 campamentos y comités sin casa, 17 agrupaciones estudiantiles, 27 centros de madre y otras organizaciones políticas, además de los frentes miristas. A su vez, el MIR apoyó la creación de los Cordones Industriales que articularon la organización de los trabajadores y trabajadoras en todo Chile.
A partir de su declarada desconfianza de los métodos democráticos liberales para llegar al poder, el Movimiento de Izquierda Revolucionario aprobó, durante su fundación, el uso de la violencia política como forma de insurrección popular.
“El MIR rechaza la teoría de la “vía pacífica” porque desarma políticamente el proletariado y por resultar inaplicable ya que la propia burguesía es la que resistirá, incluso con la dictadura totalitaria y la guerra civil, antes de entregar pacíficamente el poder”, argumentaron.
ASALTOS DE BANCOS, toma de terrenos y las “recuperaciones”
Durante el gobierno de Frei Montalva, el MIR debió pasar a la clandestinidad. El 2 de junio de 1969, miembros del aparato regional de Concepción organizaron un “escarmiento” para el periodista Hernán Osses Santa María, director del periódico local Las Últimas Noticias de la Tarde. Osses era acusado de orquestar una amplia campaña mediática en contra del movimiento y los estudiantes de la Universidad de Concepción.
El periodista fue secuestrado y dejado desnudo en el barrio universitario, justo cuando finalizaba una actividad de los Juegos Florales. Posteriormente, Carabineros allana el recinto y el Hogar Central, donde se hospedaba algunos estudiantes, y se inicia la persecución del MIR, que contempló una querella del Colegio de Periodistas.
Para financiar sus actividades y, en consecuencia con sus visiones estratégicas, el MIR asaltó bancos e impulsó expropiaciones. Sus acciones eran comunicadas a la opinión pública sin caretas, a través de comunicados.
“A los Obreros, Campesinos, Pobladores y Estudiantes: 1. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) informa al pueblo que su ‘Comando Rigo-berto Zamora’ expropió el Banco Nacional del Trabajo. El caso está resuelto. Los incapaces del ‘Escuadrón de la Muerte’ no necesitan torturar ni flagelar a nadie. 2. (…) El MIR devolverá a todos los obreros y campesinos del país ese dinero, invirtiéndolo en armas y en organizar los aparatos armados necesarios para devolver a todos los trabajadores lo que les han robado todos los patrones de Chile, o sea, para hacer un gobierno obrero y campesino que construya el socialismo en Chile. (…) 4. El pueblo puede estar seguro que este dinero es suyo y que ni un peso de él será gastado en lo que no sea estrictamente necesario para armar, organizar y preparar la defensa de los intereses de obreros y campesinos”, consigna una declaración publicada el 23 de febrero de 1970.
Comprometidos con las tomas de tierra entre pobladores e indígenas, llamadas “corridas de cerco”, el MIR se enfrentó a la represión del gobierno de la Democracia Cristiana y a esclarecer sus propias visiones en conflicto sobre la violencia política. La persecución del poder los llevó a organizar las milicias populares, que practicaban expropiación de bancos y acciones de apertrechamiento desde la clandestinidad.
“Las expropiaciones bancarias tuvieron mucho impacto, porque quienes participábamos proveníamos de las propias clases medias acomodadas; todos éramos además muy buenos alumnos. Al mismo tiempo éramos muy cuidadosos para evitar que hubiera derramamiento de sangre, porque entendíamos que en la idiosincrasia chilena el tema de la violencia era un tema difícil”, comentó Pascal Allende, uno de los ex dirigentes, años más tarde.
Los procesos de ocupaciones de fundos no se detuvieron con la llegada de la Unidad Popular. En Cautín, entre septiembre de 1970 y enero de 1971, hubo 57 corridas de cerco, mientras que el 1971 se llevaron a cabo cerca de 400 tomas de predios campesinos que buscaban explicitar los desacuerdos con el proceso de Reforma Agraria.
EL MIR creció hasta superar los 40 mil miembros, y además de las tomas de campos, poblaciones y fábricas, se involucró directamente con la creación de comandos comunales. A su vez, sus miembros trabajaron en un fallido plan que buscaba conseguir adhesión entre suboficiales y tropas a favor del gobierno de Allende: “Soldado, no dispares contra el pueblo”, eran sus consignas callejeras.
La Deformación de sus Disputas
Durante una entrevista con Punto Final, Miguel Enríquez se refirió a las acusaciones que vinculaban al MIR con atentados terroristas. Además de descartar la participación en los hechos, el dirigente profundizó en el concepto que ya por esos días daba que hablar en el país.
“Se ha pretendido descalificar sin más trámite al terrorismo. Nosotros sostenemos que es un arma susceptible de usarse en el combate social, pero subordinada a dos factores: a) ceñida a una política revolucionaria, o sea, el terrorismo es repudiable según sea la política que sirva. Nadie puede sino rechazar -por ejemplo- el asesinato de más de dos mil personas, familiares o amigos de guerrilleros, por la organización terrorista de derecha MANO en Guatemala; y b) la etapa de la lucha en que se emplea el terrorismo”, argumentó.
Tras la llegada de Allende, la nueva administración otorgó indultos a varios de los dirigentes y militantes perseguidos por el gobierno de Frei Montalva y se dispuso a colaborar con el dispositivo de seguridad presidencial, conocido como el GAP. El mismo presidente compartió una franca conversación con sus principales dirigentes y les solicitó parar las acciones armadas, petición que fue aceptada.
Posteriormente, el MIR denunció a diversos grupos de derecha que estaban organizado atentados para impedir que el Congreso Nacional proclamara al presidente Allende.
“Hemos firmado un decreto que indulta a los dirigentes del MIR, que hace mucho tiempo están escondidos eludiendo la acción de la justicia. Por asumir esta actitud se ha lanzado en contra nuestra una crítica muy dura. Yo he hecho uso de un derecho constitucional. Quiero la tranquilidad y la paz social. Creo que esos jóvenes militantes de la Izquierda, con los cuales teníamos una apreciación táctica diferente actuaron erradamente, pero impulsados por un anhelo superior de transformación social, conducta que los condena porque han asaltado algunos bancos. Lo hicieron es cierto, y yo lo sé, pero no hirieron a nadie, no derramaron sangre ni de carabineros, ni de empleados, ni de obreros…”, argumentó públicamente el presidente.
El interés de Allende por el liderazgo de Enríquez se manifestó explícitamente, cuando el presidente intentó atraer al dirigente a su gobierno. “Yo quisiera, Miguel, que tú fueras el ministro de la Salud”, fue su petición, que Miguel rechazaría. “Doctor, me honra con su oferta, pero resulta que nosotros tenemos diferencias con usted y no queremos que esto se exprese dentro del gobierno. Nosotros nos vamos a jugar por usted, lo vamos apoyar en la seguridad personal, vamos a defender este gobierno, pero a la vez queremos la libertad para plantear nuestras diferencias cuando sea necesario”, aseguró.
Con el derrocamiento del gobierno democrático de la Unidad Popular, el MIR sufrió duras persecuciones. La mayoría de los dirigentes de organizaciones y colectivos de izquierda decidieron irse al exilio, pero Enríquez llamó a sus militantes a no asilarse en embajadas para luchar contra la dictadura desde la clandestinidad. En ese contexto, mientras resistía desde su casa en Calle Santa Fe con un AK en su mano, fue asesinado en combate.
Los hechos revisados evidencian una política reconocida por el MIR y sus dirigentes desde los inicios del movimiento. Sin embargo, desde diversos sectores políticos –y obedeciendo a sus respectivos intereses-, su imagen es acomodada y blanqueada en una ilógica representación histórica. Hoy, los mismos que desde sectores oficialistas adaptan la figura de Allende a sus estrechos proyectos de cambio, desconocen y confunden la valiente iniciativa y resistencia revolucionaria de Miguel con la eterna evocación de un mártir.
“El discurso de la mayoría de la clase política que impulsó el fin de la dictadura, se torció con su posterior arribo al poder “democrático”: quienes resistieron con armas al genocidio militar fueron acusados, condenados a penas de extrañamiento, a la omisión de la historia o a la deformación de sus disputas”.
El discurso de la mayoría de la clase política que impulsó el fin de la dictadura, se torció con su posterior arribo al poder “democrático”: quienes resistieron con armas al genocidio militar fueron acusados, condenados a penas de extrañamiento, a la omisión de la historia o a la deformación de sus disputas. Como si de algo hubiera que avergonzarse.
Por eso, no debe extrañar que, de cara al homenaje organizado por la revista Punto Final para Miguel Enríquez –con la participación de dirigentes estudiantiles- la derecha universitaria repudie la presencia de los voceros en la actividad, con un discurso erróneo y oportunista.
“Es preocupante que las dirigencias estudiantiles promuevan y realicen homenajes a la lucha armada por sobre el debate democrático de ideas”, declaró recientemente Stephanie Hagspihl, coordinadora general de Solidaridad UC.
El profundo desconocimiento de la historia y del valor de la lucha armada en el fin de la dictadura es responsabilidad de la misma izquierda y, en resguardo del futuro, debe repararse. No sólo en nombre de Miguel y sus compañeros y compañeras, sino de las generaciones futuras, que tienen el derecho a conocer la historia de los que resistieron. Esta vez, sin eufemismos ni negaciones.
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