“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn. 12,24)
Que hondo misterio el que contemplamos. No sólo desde la racionalidad, ni menos desde un sentimentalismo desprovisto de todo sentido de trascendencia, sino al Hijo de Dios hecho hombre camino hacia la Cruz. Lo hacemos con la mirada profunda de creyentes, descubrir en su historia un camino de amor y abandono por hacer en todo momento una sola cosa, “la Voluntad del Padre” aunque ello implica que tendrá que dar su vida para ello.
Más de alguno que dirá, tal vez, el por qué cada año hacemos el mismo recorrido y parece que todo sigue igual. Cristo sigue sufriendo y padeciendo en la vida de tantos hombres y mujeres por todas partes del mundo. Le encuentro toda la razón a quien lo piensa así, pero nuestra mirada es una mirada desde la fe, vivida, probada, reflexionada y cuestionada, que nos lanza de nuevo a aprender, no desde la razón sino que desde el amor, lo que significa la pasión loca de Dios por el hombre y eso es lo que descubrimos con los ojos de la fe. Por eso los mundanos no comprenden ni comprenderán jamás lo que significa “dar la vida”, no entra en las categorías de la globalización de todo aquello que es humano llegando a desentrañarle hasta el sentido mismo de su esencia.
El Hombre de aquel Viernes, cada año desde diferentes prismas me vuelve a centrar la vida en dirección hacia el Padre. Nos enseña además el camino de la humildad, la sencillez sin doblez, la entrega total sin medidas. Quizá aquí resuenan con más fuerza las palabra del Papa Francisco cuando nos dice que prefiere una Iglesia fracturada, herida, molida por haberse entregado al servicio de la humanidad antes que estar encerrados entre cuatro paredes de lo doctrinario, de una moral falsa, farisaica, mentirosa conducida por hombres no convertidos, mundanos, cínicos que ostentan el poder y no son capaces de asumir la cruz, esa que pesa, que taladra nuestra carne, que nos hace caer, que nos ha desfigurado el rostro por asumir en totalidad lo que nosotros dejamos tirados en el camino por miedo, comodidad. En realidad, si lo pensamos bien de harto deberemos dar cuenta al final del viaje.
Por eso el Hombre de aquel Viernes me cuestiona mi manera de vivir no sólo la vida de todos los días sino que la del creyente, del que reza, del que lee la Palabra, del que sirve. ¿Por qué? Porque su manera de haberlo hecho mientras hizo el recorrido por nuestra tierra sólo tuvo un solo objetivo ser fiel, ser hijo de su Padre hasta la muerte aunque ella fuera la más horrenda de todas, el desprecio total cayó sobre él y no le importo. Él no vivía de apariencias, ni del que dirán, estaba entregado, abandonado en “sus manos”.
Hoy viernes más que preocupados de no comer carne, hagamos un momento de reflexión silenciosa delante de una cruz desnuda, que nos muestre el verdadero sentido de este día. Estoy cierto que muchos de la Iglesia han, no sólo desfigurado, sino que han sido parte y herederos de los Sumos sacerdotes, de los Fariseos y de los Escribas de ayer que han sido corregidos y aumentados en su ceguera y avaricia por el poder, llevan la cruz pero la traicionan, a diario, con sus gestos, celebran la Eucaristía y han dado el beso traidor al amigo y lo venden por 30 m0nedas incluso por menos. Pero no los mires a ellos mira a aquellos pobres y sencillos servidores que intentan cada día por ser fieles y dar lo mejor de sí, sabiéndose pecadores, limitados y frágiles.
“Dame, Señor, la fuerza interior para no quedarme en la vereda sino que me atreva a caminar a tu lado cargando con la cruz que me corresponde llevar a mí, no sé cómo será, lo único que sé, es que pesa y va a taladrar, romper, rasgar mi carne, pero no mi alma. Hazme fiel”
Por El Peregrino (Hugo Ferrer)