Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, Escritor e Investigador (PUC-Uach)
“Hasta que no comiences a criar a tus propios hijos, nunca sabrás todo lo que les debes a tus padres, incluyendo el merecido correazo que alguna vez recibiste en el trasero por tu mala conducta y tu falta de respeto”.
El título de este artículo ha sido tomado de un libro del Dr. Thomas Gordon, un psicólogo clínico que dedicó gran parte de su vida, conocimientos y experiencia a “educar a los papás” en el proceso de criar a sus hijos, y con ello, aumentar las probabilidades de tener éxito en esta exigente labor.
El Dr. Gordon escribió varios libros, siendo los más conocidos, los libros titulados: “Enseñando a los niños autodisciplina en la casa y en el colegio” y “Padres eficaz y técnicamente preparados”.
Una pregunta que surge, una y otra vez, durante la lectura de sus libros, es la siguiente: ¿cuántas personas se han preguntado alguna vez, si tienen vocación de padres? Una segunda interrogante que se plantea es: ¿existe realmente esa “vocación”?
Las respuestas no son fáciles de obtener, por cuanto, de existir una “vocación para ser padres”, ésta sería las más difícil de todas las vocaciones, porque nadie ha enseñado –ni tampoco educado– a estas personas para ser padres de familia, en función de lo cual, dichos padres están expuestos a correr el riesgo de ser muy autoritarios o bien, muy indulgentes en la educación de sus hijos, siendo muy pocos los papás y mamás que se dan cuenta que existen vías alternativas que permiten evitar más de un problema grave con los niños.
Problemas y dificultades, tales como: rebeldía, delincuencia, vagancia, resentimiento, mentir constantemente, atacar verbal y físicamente a sus profesores, práctica del Bullying en contra de los propios compañeros (en ocasiones, con consecuencias fatales para otros niños), ingesta de drogas y alcohol, etc. Incluso nos exponemos a tragedias familiares, cuando el propio hijo o la hija toman la decisión de quitarse la vida, porque consideran que ya no pueden soportar más la convivencia familiar, donde el rechazo, la soledad, la violencia y el abandono de los menores, priman por sobre otras muchas cosas.
Lo cierto, es que casi siempre se tiende a culpar a los padres por los problemas de los jóvenes, así como por los disgustos y problemas que estos chicos y chicas causan a la sociedad. Es así, por ejemplo, que algunos expertos en salud mental –psicólogos y psiquiatras– se quejan de que todo lo negativo que sucede con los hijos, es culpa del “estilo de crianza” de los padres, luego de que estos expertos comienzan a analizar las estadísticas de menores y jóvenes adolescentes que presentan severos trastornos emocionales y de conducta, que los terminan por convertir en “chicos fracasados” y posibles víctimas del alcohol, las drogas, la delincuencia, la violencia y el embarazo precoz.
Algunos líderes políticos, así como también las policías y los tribunales de justicia de menores, por su parte, culpan a los padres de estar criando a una generación de jóvenes ingratos, rebeldes, irrespetuosos, exigentes, violentos y antisociales (hasta el grado de causar múltiples masacres al interior de los colegios a los que asisten, como sucede con demasiada frecuencia en el caso de Estados Unidos). Y cuando estos jóvenes fracasan y desertan en las escuelas –para convertirse en chicos vagos y delincuentes sin esperanza–, los profesores y directores de los colegios aseguran que los padres tienen toda la culpa del resultado, y que ellos son los principales responsables de aquello en que se han convertido sus hijos.
Sin embargo, ninguna persona apunta en contra de aquellos gobiernos que han aprobado leyes –algunas de ellas absurdas, como declarar sin discernimiento e inimputables a jóvenes que saben perfectamente lo que están haciendo–, en que nadie puede siquiera “tocar” a un menor que está teniendo conductas impropias, irrespetuosas y claramente delincuenciales, so pena de ser denunciado de inmediato por el menor y ser llevado como imputado ante los tribunales de justicia, sin importar, si el supuesto “agresor” es uno de los padres de este chico(a) violento y agresivo, quién merecería, por cierto, un correctivo, que sea PROPORCIONAL a la (in)conducta realizada.
El Dr. Gordon, por su parte, nos advierte con mucha fuerza y claridad, que nadie ayuda, apoya o enseña a estos progenitores a ser padres. Tampoco se divisa alguna institución, organismo estatal, universidad que haga algún esfuerzo serio por auxiliar a los padres en la difícil tarea de ser eficaces en la crianza y educación de los hijos. En estricto rigor, no hay una “escuela para padres” donde asistir, que los instruya cómo ellos podrían conseguir mejores resultados o cómo podrían saber qué es lo que, en definitiva, están haciendo mal en el proceso de crianza.
De ahí entonces, surge el título de este artículo: A los padres se les culpa, pero no se les educa ni enseña cómo ser buenos padres.
Son millones los nuevos padres que cada año deben hacerse cargo de una tarea que, sin lugar a dudas, es la más difícil de todas: tomar una criatura indefensa y casi totalmente inútil –en términos de auto subsistencia–, y asumir con propiedad toda la responsabilidad por cuidar su salud física y psicológica, y criarla de forma tal, que esta pequeña criatura, con el pasar del tiempo, se transforme en un ser humano integral, respetuoso, cooperativo y en un ciudadano productivo, y que sea un aporte para la sociedad a la que pertenece. Es decir, la tarea que se espera de los padres, es una tarea titánica, difícil, exigente y muy desafiante.
Nueva pregunta: ¿cuántos papás y mamás están técnica y eficazmente preparados para completar esta labor propia de un Hércules? Y naturalmente, viene otra pregunta difícil de responder: ¿dónde pueden los padres adquirir los conocimientos, las competencias y habilidades parentales necesarias para llevar a cabo este trabajo de manera exitosa?
La dura realidad indica, que son escasas las instituciones educativas –si es que hay alguna– que tengan un programa de enseñanza que cubra estas necesidades parentales, en función de lo cual, muchos padres primerizos están obligados a proceder a través del incierto método del “ensayo y error”, con serios riesgos de equivocarse.
Dado que cada niño-niña y cada padre-madre es una unidad única, irrepetible y singular, tampoco sirven de mucho las sugerencias y consejos de quienes ya son padres de chicos mayores, salvo en sus aspectos más generales, no así en los aspectos más particulares y propios de cada una de las variadas personalidades involucradas en el proceso de crianza familiar. Y, en virtud de esta singularidad y unicidad, lo que los abuelos pudieron haber hecho de bueno con sus hijos, no necesariamente funcionará con los nietos.
Y… ¡ojo!: una cosa más al respecto de las “metodologías correctivas” utilizadas por nuestros padres: nunca, repito, nunca he escuchado a un adulto que llega a mi consulta por ayuda profesional, haberse quejado alguna vez de haber sufrido un “trauma emocional” por el tirón de orejas o el par de correazos bien merecidos que recibió en el trasero, a raíz de su mal comportamiento, por sus groserías o por la falta de respeto hacia sus mayores. Por el contario. Hoy, estas personas agradecen a sus padres los correctivos recibidos, correctivos que, se sobreentiende, fueron dados y aplicados en su justa proporción.
Sin embargo, hoy tenemos a colegios que “invitan” a los alumnos a denunciar –tal cual– a sus padres, por el mínimo correctivo que éstos quisieran utilizar, cuando sus hijos sobrepasan los límites de las normas del respeto y la buena conducta hacia sus mayores, así como también en relación con el entorno social en el que viven, que incluye, por supuesto, el respeto hacia los animales, así como por la propiedad pública y privada. Esta política de la “denuncia fácil” de un padre o de una madre a manos de sus hijos, lo que logra, es estimular en los niños el surgimiento del “síndrome del emperador”, es decir, hijos “intocables” que podrían terminar insultando, maltratando y golpeando a sus propios padres, como efectivamente sucede. Hoy en día, nos encontramos con la insólita situación, en que son los padres los que deben denunciar a los menores ante la policía y los tribunales de justicia por violencia intrafamiliar.
De ahí, entonces, la necesidad, de que cuanto antes, cada comunidad genere su propia “escuela para padres”, donde los expertos y especialistas en la materia puedan reunirse, dialogar e interactuar con los padres que estén interesados en criar a sus hijos, con un solo gran objetivo común: que estos jóvenes se conviertan a futuro en personas conscientes de sí mismas, autónomas por formación, interdependientes por educación, creativas por estimulación y futuros líderes por inspiración, convicción y pasión. Una dura y muy desafiante tarea, por cierto.
Por lo tanto, invertir tiempo, esfuerzo y dedicación en la adecuada formación, salud, corrección y educación de un niño, se convierte de inmediato en un objetivo conjunto altamente redituable, tanto para la familia de este chico, para los colegios a los que asisten, así como para su país de origen, por cuanto, esta acción puede, simplemente, cambiarle la cara –y el pedigree– a una nación entera.
Ralph Waldo Emerson, pensador y filósofo norteamericano planteaba ya en el siglo XIX, que la piedra de tope de nuestra civilización no era el número de sus habitantes, ni el tamaño de sus ciudades y construcciones, ni siquiera el alcance de los logros económicos o tecnológicos, sino que la valía y la clase de personas que el país en sí, estaba en grado de producir y entregar al servicio de sus conciudadanos.
Queda claro entonces, que echarle la “culpa” a los padres por todos los males que causan sus hijos, es una visión muy estrecha, reduccionista y parcial, tal como lo es, por ejemplo, echarle la culpa al empedrado por la caída y el porrazo que se ha dado la persona.
En las últimas semanas hemos visto el actuar muy violento de delincuentes juveniles de entre 12 y 17 años, quienes sabiendo perfectamente de su “inimputabilidad” y de su supuesta falta de “discernimiento”, amenazan, golpean, atacan con cuchillos y armas de fuego a quién se les ponga por delante, sin que les importe lo más mínimo herir y asesinar a sus víctimas, con tal de conseguir su objetivo.
Si las autoridades y los gobiernos no eliminan y/o cambian ciertas leyes que protegen a los asaltantes y delincuentes juveniles, muy pronto tendremos en Chile un drama con consecuencias que todos terminaremos lamentando. En Estados Unidos, un juez tiene la facultad para decidir, si un delincuente violento de 13 años que golpea y apuñala a sus víctimas para robarles, puede ser juzgado y condenado como adulto y así se hace también. Tener la “ilusión” o la “creencia” de que un delincuente de 13 años con un prontuario de cinco páginas “no sabe lo que hace” es la estupidez más grande en la que han caído a lo menos tres gobiernos en los últimos 15 años. De seguir así, continuaremos lamentando la muerte innecesaria de muchas personas inocentes por la estupidez y ceguera voluntaria de sus autoridades, y de un sistema de justicia garantista con los victimarios, no así con quienes terminan siendo pobres víctimas de una delincuencia desatada y fuera de control.