Por Carlos Guajardo
Académico Facultad de Educación, U.Central
Un reciente estudio de ‘Elige Educar’ señala que nuestro país aún posee un número importante de profesores que no cuentan con la preparación disciplinar y pedagógica idónea para el desempeño de la profesión docente en Chile. Las conclusiones de dicho análisis sostienen que 6.898 personas no son tituladas de pedagogía, o simplemente jamás han recibido un título ligado a la disciplina o el nivel de enseñanza donde cumplen una labor educativa. Por otra parte, la proyección del total de profesores que se necesitarán de aquí al 2025, en lo disciplinar y pedagógico, lo lideran las regiones de Atacama con -42%; Libertador G. Bernardo O ‘Higgins y Antofagasta con -36%; Tarapacá con -30% y lo siguen Aysén con -28 % junto a la RM con -25 %.
No debemos olvidar que luego de la aprobación de la Ley 20.903, que regula el Desarrollo profesional docente en Chile, los requisitos para estudiar pedagogía han aumentado: el puntaje PSU es mayor, existe una evaluación al inicio y un año previo al egreso de los estudiantes de pedagogía, las mallas curriculares han debido ser contextualizadas a las nuevas necesidades que un profesor requiere en el país y no hay que dejar de lado la acreditación obligatoria ante la CNA, que se ha convertido en una autoevaluación permanente para este tipo de carreras. Por lo tanto, impartir una carrera de pedagogía ya no es como antes.
Ahora bien, si realmente queremos instalar el concepto de “calidad en la profesión docente”, no podemos seguir con estas cifras donde un grupo de personas, que por mucha voluntad que tengan, y como consecuencia de la escases de profesores idóneos en Chile, carezcan de las competencias que hoy debe contener un profesor de calidad. Las facultades de educación, a cargo de la formación inicial docente, tienen un gran desafío a la hora de favorecer las habilidades disciplinares y por sobre todo pedagógicas en las carreras que imparten. En este sentido, el profesor del siglo XXI, más allá del conocimiento que posea, no puede ser un agente descontextualizado de la realidad compleja que los niños y jóvenes viven permanentemente. El profesional de la educación tiene por meta: ser un conocedor y desarrollador de metodologías activas en el aula; evaluar con propósitos que conlleven al aprendizaje de los alumnos y no solo encasillarse en la nota que éstos obtienen; ser una persona ‘emocionalmente sana’ con tal que, el aula de clases se convierta en un espacio para el disfrute y no para la desmotivación. Esto solo es posible si la preparación de docentes en Chile es de calidad y responde a los paradigmas actuales de una sociedad inmersa en la complejidad.
Ya no hay excusas, se abre una oportunidad para volver a reivindicar la profesión docente en nuestro país. Los estudiantes que aún se encuentran en la educación media, y sienten la vocación por la pedagogía, no tienen por qué descartarla como una prioridad en sus vidas, por el contrario, deben saber que el rol que cumplirán es inigualable, cada vez que su función no es otra que formar a los individuos para la vida, más aún, cuando se es un profesor/a que representa todos los requisitos de calidad.