Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
“Aquél que vive en armonía consigo mismo, vive en paz y en armonía con el universo entero”.
El filósofo griego Epícteto, quien pasó gran parte de su vida como esclavo de la antigua Roma, aseguraba que “mucho de lo que nosotros somos, de aquello que sentimos y pensamos, está influenciado por quienes nos rodean”. De ahí entonces, la necesidad de escoger bien y de preocuparnos de mantener la compañía de personas que constituyan un aporte para nuestro crecimiento y cuya presencia saque a relucir lo mejor de nosotros.
Sin embargo, lo anterior se hace insuficiente, si de nuestra parte no hacemos, asimismo, algunos esfuerzos personales que nos permitan alcanzar la paz, la felicidad y la armonía que buscamos en la vida. Al respecto de lo anterior, el escritor británico Robert Louis Stevenson decía que no “había un deber que descuidamos tanto, como el deber de ser personas felices”.
En este sentido, los pasos que debemos dar con la finalidad de alcanzar la paz, la felicidad y la armonía pueden ser sintetizados en cuatro principios bien claros y definidos.
El primero de ellos, nos exige hacer –y entregar– el máximo esfuerzo y lo mejor que nosotros podamos ofrecer a nuestro entorno cercano, por cuanto, si siempre hacemos el mejor esfuerzo y ponemos todo nuestro empeño en lograr los objetivos que nos hemos propuesto, nunca sentiremos la necesidad de recriminarnos, ni tampoco de arrepentirnos de lo realizado.
El segundo principio requiere que seamos íntegros, coherentes y cuidadosos con nuestras palabras. Esto significa, que es preciso hablar en forma respetuosa, evitando el uso del discurso para dañar o hablar mal de otras personas, de modo tal, de utilizar el poder de la palabra en favor de la verdad, el respeto y la transparencia. Un claro mal ejemplo de esto fue el debate presidencial entre el Donald Trump y el candidato demócrata Joe Biden, considerado a nivel mundial como una gran “vergüenza internacional”. Lo anterior es muy fácil de comprender: en un mundo donde prima la mentira, la falsedad y el engaño, decir la verdad, actuar correctamente y buscar la justicia resultan ser actos casi revolucionarios.
El tercer principio exige no partir de supuestos ni prejuicios a priori, ya que éstos pueden revelarse como totalmente falsos. Por lo tanto, ello requiere no dar nada por hecho ni por sentado. Si tengo una duda, lo correcto –y lo recomendable– es aclararla, por cuanto, ponerse a suponer o hipotetizar acerca de ciertos hechos, puede conducirnos fácilmente a inventar historias increíbles que no tienen fundamento alguno y que sólo terminan por envenenar nuestra propia alma, y eso no tiene sentido alguno.
El cuarto principio requiere que aprendamos a no tomarnos nada“a lo personal”. La razón de fondo para este aprendizaje es muy simple: en la medida que un tercero quiere lastimarnos, ese individuo lo que logra es lastimarse a sí mismo, y los problemas –y las consecuencias de su mal actuar– serán suyas y no nuestras, especialmente, si nosotros hemos cumplido y respetado a cabalidad con los primeros tres principios antes señalados, principios que nos permiten emprender el sendero del crecimiento personal.
Buda Gautama, asceta, eremita, filósofo y sabio de origen nepalés, sobre cuyas enseñanzas se fundó el Budismo, decía que nosotros “estábamos en este mundo para convivir en armonía los unos con los otros, en función de lo cual, aquellas personas conscientes de esta realidad no luchaban entre sí”, en tanto que Mahatma Gandhi, pacifista, político, pensador y abogado hinduista, repetía incasablemente que “la felicidad se alcanza, cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía”.
Al tenor del alto nivel de violencia, maldad y destrucción que hay en nuestro planeta Tierra en pleno siglo XXI, existe un elevado número de individuos que no saben –o que simplemente no quieren entender– que este mundo nos pertenece a todos por igual, en función de lo cual, todas las personas deberían aceptar de una buena vez, que se hace perentorio vivir en armonía, en paz y con respeto hacia el otro, donde ese “otro” no sólo hace alusión a la especie humana, sino que a las cientos de miles de especies diferentes que habitan este planeta, a quienes, asimismo, pisoteamos, maltratamos y destruimos sin ningún tipo de consideración, algo por lo cual, en un futuro cercano pagaremos muy caro.
De ahí que se diga, entonces, que “aquél que vive en armonía consigo mismo, vive en paz y en armonía con el universo entero”.