Por Judith Guajardo
Directora Trabajo Social, U.Central
Noviembre es el mes del Trabajo Social en Chile y la oportunidad precisa para reflexionar sobre cómo nos posicionamos. La acción del Trabajo Social es una actividad vista por la mayoría de las personas, como un trabajo altruista, realizado por filántropos que quieren hacer obras desinteresadas a la comunidad. Sin embargo, cuando se hace referencia a la profesión del trabajador o trabajadora social, se establece una diferencia, respecto a la “profesionalización” de esa labor de ayuda al otro, mediante la utilización de técnicas, metodologías y teorías, que hacen que esa acción, no sea una simple ayuda, sino más bien una intervención que tenga un sentido de sostenibilidad y de impacto en el tiempo.
La profesión surge desde las acciones de caridad y beneficencia al alero de la Iglesia Católica y de los servicios de salud, para posteriormente otorgar un sentido especializado a las ayudas brindadas. En un principio se hacían llamar “Visitadores Sociales”, posteriormente “Asistentes Sociales” y en la actualidad “Trabajadores Sociales”. Durante gran parte del siglo XX, el Trabajo Social estuvo marcado por una visión asistencialista, pero sin abordar las profundas desigualdades de poder que caracterizaban a nuestras sociedades. Con la llegada de las décadas de 1960, 1970 Y 1980, inspirada por movimientos sociales y el pensamiento crítico latinoamericano, la profesión comienza a transitar hacia una postura más politizada y transformadora. En donde, con la llegada de la democracia en 1990, se abre un nuevo ciclo de reconstrucción crítica de la profesión.
Hoy la carrera de Trabajo Social, se imparte en alrededor de 40 instituciones de educación superior, y se espera que sus egresados y egresadas estén preparados para abordar los desafíos del siglo XXI, que no sólo están relacionados con la pobreza y la exclusión, sino también con cuestiones globales como la justicia climática, la migración, los derechos humanos, las políticas públicas, las innovaciones tecnológicas, entre otras. En este sentido, la transdisciplina, el enfoque ecológico y la promoción de políticas inclusivas y sostenibles serán claves para su relevancia futura y así evitar que la profesión pueda desaparecer, ya que sus acciones requieren habilidades humanas irremplazables, difíciles de automatizar.
Lejos de desaparecer, el Trabajo Social tiene la oportunidad de evolucionar integrando nuevas tecnologías para hacer más efectivas sus intervenciones. Por ejemplo, el uso de big data, puede permitir un análisis más preciso de las necesidades sociales en tiempo real, las georreferenciaciones, entre otras.
El próximo año, se cumplirán 100 años del surgimiento del Trabajo Social en América Latina, siendo la primera escuela fundada en Chile en el año 1925; un centenario que refleja la importancia y el impacto de esta profesión. El futuro del Trabajo Social depende de su capacidad para reinventarse y adaptarse a nuevas realidades, para estar donde las personas necesiten de nuestro trabajo profesionalizante, de impacto, pero por, sobre todo, de un enorme rigor ético-reflexivo centrado en el bienestar de quienes más lo necesitan.