Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e Investigador (PUC-UACh)
En los últimos meses hemos visto y leído –hasta el cansancio–, cómo estudiantes de séptimo básico a cuarto medio de diversos colegios emblemáticos (Liceo de Aplicación, Liceo Manuel Barros Borgoño, Instituto Nacional, Liceo Confederación Suiza, Liceo Amunátegui, etc.), cambian sus uniformes escolares por overoles de color blanco, naranja y capuchas, transformándose, de ahora en más, en los nuevos terroristas, es decir, una horda de entre 30 y 50 vándalos y delincuentes sin freno, cuyo único objetivo y finalidad última, es la de amenazar, destruir e incendiar propiedad pública y privada –incluyendo sus propios colegios–, quemar buses, atacar con bombas molotov de fabricación propia a sus profesores y a las fuerzas policiales, crear caos en las vías públicas, asaltar tiendas del comercio establecido, generando una ola de terror entre los vecinos de los colegios, quienes deben encerrarse tras las rejas de sus casas y negocios –como si ellos fueran los delincuentes– por temor a ser agredidos y asaltados.
Paralelamente, tenemos a menores de entre 11 y 17 años, quienes pistola en mano, se han convertido en los campeones de los portonazos, del robo de vehículos para cometer múltiples raid delictuales, asaltos a mano armada, etc., tal como si estas actividades fueran una nueva entretención que genera adrenalina, importándoles un bledo, si a raíz de su violento actuar, las víctimas sufren severos daños físicos o, simplemente, fallecen, como ya ha sucedido.
La última “novedad” en los delitos, es que una serie de menores de entre 9 y 16 años han dado un “salto cuántico” en su carrera criminal, a saber, comenzar a violar mujeres de entre 8 y 38 años. Habrá que esperar un poco, antes de que esta nueva “moda delictual” se masifique a nivel nacional, porque al parecer, las autoridades no saben, ignoran y no tienen idea que en los últimos años se ha producido un adelanto de la pubertad en los jóvenes, lo que a su vez, ha incrementado sus niveles de agresividad y violencia.
Lo dramático del tema –al mismo tiempo que incomprensible e inaceptable–, es que la sociedad democrática y las autoridades –tanto de gobierno, policiales, judiciales, así como las educacionales–, tienen las manos atadas, porque de acuerdo con la legislación vigente, así como con la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente, la gran mayoría de estos avezados y peligrosos delincuentes –o nuevos terroristas– son declarados… inimputables y sin discernimiento. Es decir, no se los puede tocar, no se los puede meter tras las rejas y, menos aún, se los puede expulsar de los colegios, en función de sus “derechos humanos” y por el “derecho a la educación”. Los profesores, por su parte, indefensos como están ante tanto “derecho juvenil”, están obligados a mantener en sus clases a los mismos vándalos delincuentes que horas previas los atacaron, los golpearon, los rociaron con bencina y los trataron de quemar vivos, es decir, una “democracia” capturada y secuestrada por sus jóvenes delincuentes. La pregunta que surge de manera natural, es… y ¿dónde quedaron los derechos a vivir en paz de los demás ciudadanos de esta misma “democracia”, víctimas reiteradas de numerosos actos vandálicos, delictivos y criminales?
De más está decir, que contrario a lo que se “quiere hacer creer” a la población, estos “niños” tienen muy bien desarrollada su capacidad de discernir y, en consecuencia, saben distinguir perfectamente entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo que está bien y lo que está mal, de otra forma ¿por qué razón habrían de “disfrazarse”, ponerse capuchas, ocultar sus rostros, mientras delinquen, aterrorizan, incendian y matan? Esto me recuerda a los otros ex terroristas que hoy son diputados y senadores, o bien, que han ocupado cargos de importancia en distintos gobiernos… ¿será por eso que hoy guardan un silencio cómplice?
Conseguir armas, acumular botellas vacías, comprar líquidos inflamables, armar bombas molotov para lanzarlas a los profesores, policías, vehículos y negocios, no son, repito, no son “actos impulsivos” que surgen espontáneamente o que se realizan con “ausencia de conciencia”, sino que requieren de reflexión, de preparación, de planificación y de organización, es decir, todos verbos activos que apuntan a que estos supuestos “jóvenes sin discernimiento” saben muy bien lo que están haciendo y saben, además, que de acuerdo con las leyes vigentes, nadie les puede tocar un solo pelo. En definitiva: una democracia capturada y secuestrada por jóvenes delincuentes, cuya única finalidad es hacer daño, incendiar, destruir, robar y desafiar al sistema de manera violenta.
Ahora bien, tengamos presente, que de acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, el concepto “discernir” se define como “distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas”. Si analizamos ahora el mismo concepto desde el punto de vista psicológico, descubriremos que el “acto de discernir” implica ser capaz de distinguir la diferencia entre los opuestos, tales como el bien y el mal, lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso, lo honesto de lo deshonesto. Llegados a este punto, quiero tener la esperanza que a nuestras autoridades de gobierno no les costará mucho trabajo entender y “descifrar” el párrafo anterior. Pero por si tuvieran dificultades de comprensión de lectura, a continuación lo voy a explicar de manera aún más sencilla.
Múltiples estudios de psicología demuestran que la distinción entre el bien y el mal, así como la idea de culpa, aparecen muy temprano en los niños, y en el Derecho Romano –esto es sólo para recordar– se estableció el límite de los siete años para ciertos actos dañosos, un límite recogido por diversos ordenamientos jurídicos, y que significa, que a esa edad ha finalizado la etapa llamada “infancia”, dando comienzo a otra etapa del desarrollo de nivel superior. Ahora bien, no obstante que hasta los siete años el sujeto no responde por los daños que haya causado a otros, algunos ordenamientos jurídicos han reconocido, que bajo determinadas circunstancias, los menores de siete años pueden ser considerados responsables, atendiendo a que el fundamento de esta responsabilidad está basado en motivos de equidad.
Se reconoce y se acepta, asimismo, que entre los siete y los diez años, el menor está en condiciones de apreciar el alcance y significado de sus actos, es capaz de diferenciar entre el bien y el mal, así como también de modelar su comportamiento de acuerdo con ciertas normas, principios y reglas de conducta previamente establecidas. Por lo tanto, si hay alguna autoridad de gobierno que quiera caer gratuita y voluntariamente en el “síndrome del autoengaño” y de la “auto-ceguera”, óptimo sería que saliera de su sueño invernal y comenzara a reflexionar a lo que nos exponemos a futuro, de mantener la legislación tal como está ahora. De paso, le sugiero a las autoridades ponerse al día con los cientos de estudios relacionados con las etapas del desarrollo cognitivo de los niños, así como del adelanto de la pubertad.
Lo que sucede, en realidad, es que ninguna autoridad de gobierno –sea de derecha o de izquierda–, quiere aparecer ante los ojos de la sociedad como un “gobierno represivo” y “castigador”, no obstante que en su fuero interno, el gobierno sabe –y reconoce perfectamente– los graves errores que se han cometido legislativamente, en el fútil esfuerzo por aparecer ante los ojos de los ciudadanos de este país como: “comprensivos”, “buenitos” y “viejitos pascueros” con respecto a sus jóvenes delincuentes. La falta de coraje civil que vemos en las autoridades para tomar el toro por las astas, así como la actitud de indiferencia y displicencia ante una realidad que los ha sobrepasado, es penosa y no sirven para nada. Por el contrario: lo único esperable, es que dados los actos que hemos visto (y seguiremos viendo), esto es sólo el comienzo de situaciones aún peores que han de suceder.
Pareciera entonces, que al tenor de lo planteado, los norteamericanos y los ingleses en su sistema judicial deben ser gente muy estúpida, ignorante, cavernícola, retrógrada y poco democrática –comparados con nosotros, por supuesto–, cuando los jueces de estas naciones juzgan a menores delincuentes de 12 años que han cometido delitos –asaltos y robos a mano armada, violaciones, intentos de asesinato, etc.– como adultos. Sí señor, como adultos.
Uno de estos casos –que involucró a dos niñas de 12 años– terminó recientemente en una sentencia del Juez norteamericano Michael Bohren, de 40 años de presidio en una Institución mental para Morgan Geyser, y de 25 años en una prisión federal para su compañera de delito, Anissa Weier, por el intento de asesinato de una amiga común, también de 12 años.
En el fallo, el juez Bohren señaló, que “el crimen no fue accidental ni tampoco impulsivo, sino que fue algo planeado y con características extremadamente violentas”. Simple y claro. No está de más decir, que ambas niñas de 12 años tenían tendencia a mostrar un patrón continuo de “comportamiento desobediente, hostil, violento y desafiante hacia las figuras de autoridad, un comportamiento cruel y falta de empatía hacia los demás”. A usted… ¿no le parece conocida esta descripción del comportamiento de estas dos precoces delincuentes norteamericanas con respecto a nuestros propios delincuentes juveniles?
Veamos ahora, cuál fue la decisión del juez en relación con los dos estudiantes capturados –uno de 16 y otro de 18 años– que en un liceo emblemático intentaron quemar vivos con bombas molotov a profesores y policías: firma quincenal para uno de ellos y arresto domiciliario para el otro. Algo no cuadra. O nuestras autoridades son las ciegas, faltas de coraje, ignorantes e incompetentes, o las autoridades norteamericanos e ingleses lo son.
Finalizo señalando, que puedo hablar con propiedad acerca del tema en comento, ya que además de ser un investigador, psicólogo y tener un doctorado en Ciencias Humanas, también soy profesor, y en calidad de tal, me indigna observar la impotencia de mis colegas profesores ante los actos delictivos de cientos de jóvenes que se pasan las normas y el respeto por las leyes por el traste. Para qué hablar –ahora como ciudadano– de cómo estas hordas de vándalos y delincuentes –con bombas molotov y pistola en mano– amenazan, roban, violan, incendian, destruyen, aterrorizan y matan con total impunidad, ante la mirada atónita de toda una sociedad impotente, una sociedad que, en definitiva, ha sido capturada y secuestrada por jóvenes delincuentes considerados por las autoridades “inimputables y sin discernimiento”.