Por Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
“Las heridas más profundas y desgarradoras no están a la vista, sino que están en el corazón de las personas”.
No cabe duda alguna, que hoy en día, se ha producido un aumento notable de los trastornos en salud mental, tales como: depresión, cuadros ansiosos, distimias, ataques de pánico, manifestaciones de estrés postraumático, abuso de alcohol y drogas, así como también trastornos de adaptación asociados a los altos niveles de estrés que se vive hoy en el país y, por extensión, en el resto de las naciones del mundo, donde, quienes más mal lo pasan, son, mayoritariamente, las mujeres y las personas más vulnerables.
El incremento de estos trastornos en salud mental se relaciona con: (a) la presencia del coronavirus, los estragos y las muertes que está causando en todo el mundo, (b) el temor de la gente a contagiarse el virus, o bien, que un integrante de la familia se contagie y termine en hospitales sobre saturados de pacientes en estado crítico (según diversas encuestas, alrededor del 80% de la población teme contagiarse), (c) el alto nivel de cesantía e inestabilidad laboral que existe, (d) la instauración de diversas restricciones, con cuarentenas obligatorias que impiden salir a trabajar normalmente, (e) la pérdida –o el sentimiento asociado al peligro de perder– la fuente laboral que permite el sustento de la familia, (f) la acumulación de deudas y la imposibilidad de pagar arriendo, cuentas de agua, luz, gas, (g) dificultad para millones de personas de conseguir la comida del día, variables todas, que hoy se han hecho muy comunes y que generan un alto nivel de ansiedad, temor e incertidumbre en las personas.
En rigor, además de la pandemia por coronavirus, hoy tenemos una pandemia social, laboral y de salud mental, es decir, ingredientes más que suficientes para una tormenta perfecta.
Cuando se analizan los datos –antes, incluso del inicio de la pandemia– relacionados con algunos de los trastornos en salud mental más complicados –tal como es el caso de la depresión y los cuadros ansiosos– rápidamente se advierte que las personas más afectadas son las mujeres, quintuplicando, prácticamente, la cifra de los varones: en promedio, 10,1% versus 2,1%.
Hoy, tenemos a una pandemia que continúa creciendo en forma imparable y que afecta a todo el mundo. De acuerdo con la OMS, hay más de siete millones de personas infectadas y alrededor de 400.000 personas fallecidas a la fecha a nivel mundial, así como sistemas de salud estresados y al borde del colapso en muchos países, lo que ha vuelto a esta realidad aún más sombría e incierta.
El hecho que las mujeres se vean más afectadas que los varones por una depresión, distimias y cuadros ansiosos, podría explicarse por varios factores: (a) que las mujeres son –más a menudo de lo que uno quisiera– víctimas de violencia intrafamiliar, (b) la doble carga que pesa sobre sus hombros –en su rol de jefas de hogar y madres–, (c) condiciones de trabajo menos favorables y con sueldos menores que los varones por un mismo tipo trabajo, etc., factores que tienen un peso enorme sobre las mujeres y que pueden derivar en vivencias de estrés y trastornos emocionales.
Ahora bien, las causas de una depresión pueden ser de diverso tipo:
- De tipo genético: donde el historial clínico y los antecedentes familiares juegan un rol preponderante en la génesis del trastorno.
- De tipo endocrinológico: enfermedades asociadas a la diabetes, el sufrir de hipo e hipertiroidismo, etc., son afecciones que aumentan el riesgo de caer en una depresión.
- De tipo psicológico: algunos rasgos de personalidad influyen en el desarrollo de la depresión, tales como la incapacidad y/o dificultad para controlar los impulsos, o bien, el grado de estabilidad emocional que muestra el sujeto frente a vivencias negativas.
- De tipo socio-familiar: experiencias tempranas negativas o de abandono, separación de los padres, vivencias de maltrato y abusos, desempleo, baja escolaridad, etc.
Por otra parte, con el ingreso masivo de las mujeres al mundo del trabajo, ello les ha significado un menoscabo de ciertos roles asociados a una condición de género, como es el caso de la crianza de los hijos, al mismo tiempo que deben continuar con sus labores de dueña de casa, variables que inciden en que la mujer experimente “sentimientos de culpabilidad” en relación con el cuidado y crianza de los hijos y una sobrecarga de estrés, reflejado en lo que se ha dado en llamar el efecto “doble presencia”, concepto que surge de un fenómeno observable en las economías desarrolladas, a saber: la presencia de las mujeres en el trabajo, pero que viene acompañada, asimismo, de una presencia en el ámbito doméstico-familiar, es decir, que mientras la mujer está trabajando, está, al mismo tiempo, pensando en los hijos y en todas las tareas que hay que hacer en el hogar: cocinar, lavar, limpiar, hacer el aseo, etc., lo que deriva en vivencias de ansiedad, estrés, angustia y cuadros depresivos, trastornos que si no se tratan a tiempo, se hacen recurrentes, producen gran sufrimiento emocional y una marcada condición de discapacidad funcional en todos los ámbitos de la vida, sea que se trate del ámbito familiar, social o laboral.
Esta es una realidad, ante la cual, la sociedad, en general, y el Estado, en particular, no pueden permanecer ajenos, indiferentes y pasivos, requiriéndose de su pronta intervención. Es el gran desafío que se hará presente durante todo este año 2020 y, probablemente, también durante el próximo año. Un desafío gigante que, por decencia, el Estado y los Gobiernos de turno no pueden –ni deben– esquivar.
LOS EFECTOS DE LA INESTABILIDAD LABORAL, LA INCERTIDUMBRE REINANTE, EL TEMOR A CONTAGIARSE EL VIRUS…
Todo lo anterior, ha incidido en un aumento notorio de los niveles de depresión, trastornos ansiosos, distimias, etc., lo que está «abonando» el terreno para generar una suerte de nueva pandemia, pero ahora, en salud mental.
No hay forma de esquivar este gran problema, y por un tema de simple responsabilidad, las autoridades pertinentes, los partidos políticos y el gobierno, deberían tener la decencia, repito, la decencia de, una vez por todas, unirse y colaborar para enfrentar esta otra grave problemática, en lugar de estar canibalizándose unos a otros.