Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
Los desastres –sean naturales o provocados directamente por mano del hombre–, deben ser considerados, de acuerdo con el Dr. Daniel Benveniste –un experto en crisis–, como “un grave problema de salud pública”que tiene serias repercusiones, por cuanto, a lo anterior, hay que sumar el daño social, psicológico, sanitario, moral, económico y ambiental que estos sucesos provocan.
Todas la investigaciones y seguimientos que se han hecho hasta ahora en diversos países, han demostrado, en cada ocasión, que la ocurrencia de un desastre –del tipo que sea, y que habitualmente conduce a una emergencia sanitaria–, afecta la psique humana y altera en forma notable el comportamiento psicosocial de las personas, pudiendo provocar conductas, donde la desesperación, el descontrol, la agresión y la violencia pueden hacer acto de presencia, como consecuencia del alto nivel de frustración, rabia e impotencia que experimenta la población.
Lo anterior, puede verse intensificado, si en las familias afectadas por la crisis o el desastre, hay integrantes muy vulnerables, cual es el caso, por ejemplo, de bebés y niños pequeños, de personas ancianas y/o discapacitadas, así como también, de personas con trastornos mentales e impedimentos de tipo visceral que están, literalmente, atadas a una cama, quienes –debido a su estado de postración–, son totalmente dependientes de la ayuda que puedan recibir por parte de terceros.
Ahora bien, ¿qué mayor desastre social y humano, que tener a toda una ciudad durante más de diez días sin suministro de agua potable, como fue el caso de la ciudad de Osorno? Estamos hablando de 180.000 personas desesperadas por conseguir, día tras día, un líquido que resulta vital para la subsistencia, higiene y el bienestar personal, razón por la cual, es preciso dejar establecido desde ya, que el acceso al agua potable debe ser considerado un “derecho humano” y no sólo como un “bien transable en el mercado”, que se somete al arbitrio o a las malas prácticas de una empresa, sea ésta nacional o extranjera.
En este contexto, la salud mental –en condiciones de emergencia y de desastre–, representa un tema relevante, siendo una responsabilidad exclusiva de las autoridades de Gobierno prestar todo el apoyo para todas aquellas personas que resultan afectadas, psicológica y emocionalmente.
Una emergencia como la ocurrida en la ciudad de Osorno –que excede por mucho la capacidad de respuesta de una comuna e, incluso, de una región– trae consigo una serie de repercusiones inmediatas, tanto en la salud física como psicológica de las personas.
En el primer caso, estamos hablando de la posible aparición de diversas enfermedades transmisibles asociadas al deterioro de las condiciones de saneamiento, por no poder asearse, lavarse las manos, ni tampoco poder higienizar los alimentos que se consumen. Es por ello, que aparecen enfermedades tales como: diarreas, infecciones a la piel y a los ojos, meningitis, enfermedades respiratorias (resfríos, influenza, gripe), trastornos digestivos, contaminación oral fecal (hepatitis A), etc.
En el segundo caso, la respuesta colectiva más frecuente ante una crisis o catástrofe, es la reacción del tipo conmoción-inhibición-estupor, acompañado por alteraciones en la salud mental, que en su grado más extremo, pueden gatillar un síndrome de estrés postraumático, por cuanto, cualquier interrupción a futuro del suministro de agua –por la rotura de una matriz, por ejemplo– traerá de inmediato recuerdos muy desagradables a la memoria, que hacen revivir, nuevamente, todo el calvario sufrido.
Por lo tanto, las autoridades responsables de enfrentar un desastre, deben tener presente y muy claro, que en la población se presentarán síntomas, tales como: angustia, trastornos psicosomáticos, ansiedad, amargura y desazón, experiencias de temor y desesperación (ante la imposibilidad de obtener agua para cubrir las necesidades básicas), síntomas depresivos y dificultad para dormir (por la constante preocupación de conseguir agua para cocinar, lavar, asearse, poder ir a trabajar), irritabilidad y pérdida de control de impulsos, problemas para concentrarse en el día a día, etc.
La razón es muy simple: en situaciones de crisis, la conducta humana muestra una serie de complejidades vinculadas a las características específicas de cada desastre, así como también a las potencialidades y capacidad de respuesta de los individuos en cada caso particular, por cuanto, las múltiples y diversas interacciones que se dan entre las personas –la ciudadanía, las autoridades de gobierno, los causantes del desastre, los equipos de emergencia, etc.–, condicionan las respuestas humanas cuando deben enfrentar la inminencia de un suceso crítico, tal como el que sufrió la ciudad de Osorno.
Digamos, finalmente, que se convierte en una gran decepción generalizada, ver cómo los distintos gobiernos, sean de izquierda o de derecha, sólo son capaces de “comenzar a preocuparse” por la población, cuando los desastres y las emergencias –sean provocadas por mano del hombre o naturales– ya están generadas y declaradas, mostrándose del todo incompetentes e incapaces de ser proactivos, con la finalidad de tomar medidas preventivas ANTES de que se presenten los desastres.
Esto, aplica especialmente, a un país como Chile, donde la “zonas de sacrificio”, los terremotos, los maremotos, las inundaciones por el desborde de los ríos, la contaminación del medio ambiente (por hidrocarburos, metales pesados, gases, etc.), los mega incendios, las interrupciones prolongadas de los servicios básicos de agua y electricidad están, simplemente, a la orden del día.