Por Luis Carrasco Garrido – Ingeniero, Director del Programa de Gestión del Riesgo y Adaptación al Cambio Climático UTEM
El martes 8 de diciembre de 1863, a las 18:45 horas, más de 2.000 personas estaban reunidas en para la conmemoración de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María Santísima y del aniversario de las Hijas de María en la Iglesia de la Compañía en Santiago. El repentino fuego empezó cuando una de las luces tocó accidentalmente uno de los adornos y se propagó con una velocidad inusitada: en pocos minutos, las tres naves de la construcción estaban envueltas en llamas que se expandieron rápidamente por los adornos y la iluminación del templo, todo material de fácil combustión, mientras cundía el pánico entre los fieles, en su mayoría mujeres.
Mantas de crinolina que se prendían o enganchaban con facilidad en el mobiliario sacro y largos vestidos que entorpecían el andar y generaban caídas, terminaron por hacer que la multitud se atochara y las pocas salidas de la Iglesia fueran rápidamente bloqueadas. Las mujeres vestían amplias polleras, mantillas y velos en la cabeza como era la moda. La carga combustible -sólo por este concepto- era tremenda: gran cantidad de adornos en el templo, 7.000 luces y la estructura y techo que eran de madera, más el alhajamiento constituido por altares, asientos, reclinatorios y confesionarios, que eran también de madera.
El diario El Ferrocarril era preciso al otro día de lo ocurrido: “Cuerpo sobre cuerpo, se formaba una muralla compacta y numerosa. Había mujeres que resistían el peso de diez o doce personas, otras tendidas encima, a lo largo, a lo atravesado, en todas direcciones. Era materialmente imposible desprender una persona de esa masa compacta y horripilante. Los más desgarradores lamentos se oían del interior de la iglesia”.
Así fue el monstruoso incendio que ocurrió en Santiago el 8 de diciembre de 1863 en la citada iglesia. La fundación del Cuerpo de Bomberos para Santiago fue un clamor general y una necesidad imperiosa. Ya era una realidad en Valparaíso. Al primer llamado respondió la juventud, la invitación publicada en El Ferrocarril el día 11 de diciembre de 1863 decía así: “Al público: Se cita a los jóvenes que desean llevar a cabo la idea del establecimiento de una Compañía de Bomberos, para el día 14 del presente a la una de la tarde, al escritorio del que suscribe. José Luis Claro”.
El dantesco siniestro estableció la necesidad de tener un servicio organizado de bomberos en la capital del país, que impidiera la repetición de una catástrofe como la descrita. El día 14 de diciembre se celebró una reunión en la que se plantearon las bases del Cuerpo de Bomberos de Santiago, nombrando una comisión directiva compuesta por Enrique Meiggs, José Luis Claro, José Besa y Ángel Custodio Gallo, para organizar la institución y adquirir los útiles y máquinas necesarios, adoptándose como reglamento el estatuto de una compañía de Valparaíso (Daniel Riquelme 1893).
La cantidad de personas muertas en el incendio es el equivalente al 2% de la población de Santiago, que a esa fecha alcanzaba los 100.000 habitantes, ubicándose entre los más grandes de la historia nacional. Proporcionalmente a la población existente hoy, habrían existido 140.000 fallecidos aproximadamente, lo que permite entender la dimensión de la catástrofe (“al menos un integrante de cada familia en Santiago había muerto en el incendio”, se informó).
Esta tragedia dio también origen a las primeras normas de eventos masivos, que para la época eran convocadas por la iglesia: El control de ingreso o aforo, puertas abiertas hacia el exterior afianzadas, eliminación de rejas, eliminación mamparas, vías libres de evacuación, prohibición de lámparas, velas, combustibles líquidos y ceras, prohibición de ornamentación, disminución de la carga combustible, entre otras cosas, como fue favorecer actos con luz día, todas obligaciones aplicables en el Chile de hoy.
Ese infausto siniestro dio origen al Cuerpo de Bomberos de Santiago el 20 de diciembre de 1863, cumpliendo ya 160 años de trabajo evitando la desgracia en la capital. Diversos estudios de opinión dan cuenta hoy del afecto popular de las personas por esta institución, a la que se le reconoce su acción desinteresada y altruista, compuesta por gente que colabora de manera voluntaria. Hombres y mujeres, sin duda, valientes.