Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico e Investigador (UACh)
“No hay fuerza más poderosa que la mente humana, y quien domina la mente, lo domina todo” (Clemente Uribe Ugarte).
“Cualquier cosa que la mente puede concebir o crear, se puede lograr” (Napoléon Hill).
El doctor en biología celular y pionero en la investigación con células madres, Bruce Lipton, asegura que los pensamientos del ser humano están en condiciones de curar y sanar el cuerpo de una persona enferma, de una manera mucho más efectiva y eficiente que cualquier medicamento que ofrece la industria farmacéutica.
De acuerdo con aquello que nos enseñan en la escuela y, posteriormente, en la universidad, los genes controlarían nuestras vidas, ya que en ellos se inscribirían todas nuestras capacidades, rasgos y características personales. Sin embargo, el Dr. Bruce Lipton asegura que esto es absolutamente falso y que el ser humano, no necesariamente, estaría limitado por sus genes, sino que más bien, los genes estarían determinados por el medio externo celular, así como por el entorno y el medio ambiente que rodea al sujeto. Pruebas de que esto es cierto las hay en abundancia, de ahí que se hable de que los genes están en grado de mutar y cambiar constantemente.
Es por ello, que el Dr. Lipton reclama por la presencia de una nueva medicina, una medicina que esté basada en la física cuántica, más que en las leyes de la física clásica de Newton, de modo tal, que esta nueva medicina tenga en cuenta la capacidad de curar que tiene la energía proveniente de la mente humana, energía que, en opinión del Dr. Lipton, es mucho más eficaz que los efectos y resultados que se obtienen a través de los medicamentos, elementos que, tal como se ha demostrado, son sustancias ajenas al organismo humano y que tienen una serie interminable de “efectos secundarios”, los cuales, en estricto rigor y dicha sea la verdad, no son efectos secundarios, sino que “efectos directos y de tipo primario”, con severas consecuencias para la salud.
En este sentido, los médicos recetan una serie de medicamentos para tratar una determinada enfermedad, pero dichos medicamentos también causan muchos problemas en el cuerpo, los que pueden conducir, incluso, hasta la muerte del paciente.
Es así, por ejemplo, que según estadísticas actualizadas de Estados Unidos, en dicho país, los medicamentos matan a más de 300.000 personas cada año, ya que en muchos de estos casos, los medicamentos prescritos ingeridos representaban una verdadera “bomba química” para el organismo. La explicación para este desastre médico y humano, es que la medicina basada en la farmacología todavía no logra entender cómo está interrelacionada entre sí toda la bioquímica del cuerpo humano. Y un dato más: los médicos aún no saben cómo funcionan realmente las células, y qué es lo que sucede con ellas cuando se le agregan elementos químicos extraños al organismo, ya que las células cambian en función de su entorno.
En este sentido, el ejemplo clásico que se usa para tratar de entender el funcionamiento (y el extraordinario poder) del pensamiento humano, es cuando se hacen decenas de experimentos con los conocidos “medicamentos placebos”, que no son otra cosa que píldoras inocuas que no contienen absolutamente ningún elemento químico activo que pudiese producir la cura de alguno de los síntomas que presenta un determinado paciente. Sin embargo, cuando a un grupo de sujetos –que no están al tanto de que son el grupo experimental– se les dice que este “nuevo medicamento” obra maravillas –no obstante ser sólo una pastilla de dulce–, hasta el 80% de los sujetos logra mejorarse “milagrosamente” de su malestar y señala, posteriormente, sentirse muy bien.
La pregunta que surge de inmediato es: ¿Cómo ha sido esto posible? Muy sencillo: el sujeto piensa y está convencido de que la píldora que va a tomar, le va a traer salud y, efectivamente, se mejora y se sana, aún cuando la píldora no ha hecho nada. En realidad, lo que ha funcionado fueron las creencias del sujeto, y a este efecto se le llama el “efecto placebo” o efectos del “pensamiento positivo”.
Cada día que pasa, queda más y más en evidencia, que la alimentación y los hábitos de ingesta que caracterizan a cada sujeto, están en condiciones de cambiar los efectos y la acción de nuestros genes en la aparición –o no– de diversas enfermedades.
Dicho de una manera más directa: aquello que el ser humano come, bebe, fuma o ingiere por distintas vías –incluyendo los contaminantes presentes en el lugar donde vive la persona– tiene la capacidad de generar cambios en la propia carga genética, los cuales, además, están en grado de afectar la salud mental y física del individuo, así como también, la posibilidad de transmitir, posteriormente, la nueva información (o carga genética) a sus hijos, nietos y bisnietos. Así de crucial. Si uno traduce este efecto al plano práctico, ello significa, que si usted cambia los factores que rodean al sujeto enfermo, es altamente probable que el sujeto sane de sus malestares y enfermedades.
Este tema se relaciona estrechamente con un concepto acuñado por el biólogo, paleontólogo y genetista Conrad Hal Waddington en 1953, denominado epigenética. La disciplina que ha surgido en torno a este concepto estudia los fenómenos relacionados con todos aquellos factores que están en grado de ejercer influencia en los cambios que pueden producirse en la expresión del ADN humano (interacción entre genes y ambiente).
Y curiosamente, algunos de los factores que influyen son: una dieta desequilibrada, tomar medicamentos sin un resguardo, consumo de tabaco, ingesta de drogas, tomar tranquilizantes, beber alcohol (los cinco últimos son hábitos autodestructivos). Incluso más. En el caso de los recién nacidos, el acto de acariciarlos de manera amorosa influye en la expresión –o no– de su ADN, ya sea positiva o negativamente. El mecanismo detrás de la epigenética, es la presencia de pequeñas moléculas que se adhieren (o que envuelven) a nuestros genes, logrando de esta manera, impedir su expresión, es decir, los “silencian” o apagan.
Se ha detectado por ejemplo, que la ingesta de cebolla, ajo, betarraga, repollo, etcétera, permite adherir a los genes un elemento conocido como el grupo metilo, elemento químico que impide la expresión de aquél gen que podría dar origen, por ejemplo, a un tumor. Diversos tipos de tumores, tales como el de próstata, del estómago, del colon, de la tiroides, de la mama, y otros, dependen directamente de los niveles de metilación que muestren los genes de la persona, lo cual, nos trae a la memoria que menos del 10% de los diversos tipos de cánceres que existen, son heredados. De ahí también, que los múltiples elementos químicos presentes en el medio ambiente, tales como los metales pesados –mercurio, plomo, cesio, manganeso, arsénico, etc.– y el más abundante humo del tabaco, se transforman automáticamente en parte relevante de la “dieta” diaria de los seres vivos, entre ellos el ser humano, elementos que pueden conducir a graves enfermedades y trastornos.
El producto de todo lo anterior redunda en un acontecimiento clave: el grado o la medida con que los genes se metilan (o apagan) y se acetilan (o florecen) respectivamente, determinará que algunos genes se activen y otros se silencien. Otra noticia asociada a la anterior, es saber que estos mecanismos, que hasta hace poco tiempo atrás se pensaba que quedaban fijos en la etapa fetal y sin posibilidad de reversar el proceso, sí son factibles de ser modificados por intermedio de las influencias medioambientales, las que estarían capacitadas para cambiar el código epigenético de una determinada persona.
En definitiva: aquello que el sujeto come y bebe, su actitud y estado de ánimo prevalente, así como el entorno en el cual está inserto y vive, terminan por influir tanto en su salud, como en la salud de sus hijos y descendientes. Uno de los científicos más reconocidos en torno a estos descubrimientos es el doctor Randy Jirtle, de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, quien, a través de sus estudios en ratones transgénicos, determinó en forma certera, que –para bien o para mal de la humanidad–, las moléculas de ADN presentan una gran cualidad plástica, moldeable y modificable. De modo tal, que resulta recomendable vislumbrar desde ya, que el conocido dicho: “Lo lleva en sus genes”, será una frase que tendrá que quedar en el pasado.
En función de todo lo anterior, es factible aseverar que la mente humana tiene el poder para la auto-curación, por cuanto –y dado el hecho de que somos víctimas de nuestras creencias–, si el sujeto piensa de una determinada forma, entonces se irá por un lado (más positivo) en tanto que si piensa de manera opuesta, enfilará por otro lado (más negativo). Es así, por ejemplo, que si a un determinado sujeto se le pide cerrar sus ojos y luego de unos momentos se le pide abrirlos nuevamente y encuentra ante sí la figura de una persona amada y muy querida, el cerebro de este sujeto automáticamente comenzará a segregar dopamina, oxitocina, serotonina, etc. Estas hormonas y neurotransmisores son elementos químicos naturales que entregan bienestar y salud a las células humanas.
Si este mismo sujeto abre ahora los ojos y ve ante sí algo que le infunde miedo y temor, automáticamente, su cerebro comenzará a segregar hormonas del estrés: adrenalina, noradrenalina, cortisol, etc., y es por todos conocidos, que el cortisol, por ejemplo, modifica el funcionamiento físico y mental de los seres humanos, frenando su crecimiento, debilitando y apagando el sistema inmunológico del sujeto, abriendo así las compuertas para que cualquier enfermedad haga acto de presencia.
Todos sabemos, asimismo, que cuando estamos estresados, terminamos por enfermarnos. Si de algo sirven las estadísticas, tengamos presente el siguiente dato: el 90% de la gente que visita un médico, es debido al estrés que lo consume, lo cual, le provoca una enfermedad acorde con su propia naturaleza. Para qué decir, que el cáncer funciona bajo el mismo principio: todos nosotros llevamos en nuestro interior cientos de miles de células cancerígenas circulando en nuestro organismo, las cuales, mientras funcione nuestro sistema inmunológico, no tienen chance alguna de convertirse en un cáncer, pero muy distinto es el caso, cuando nuestro sistema inmune está apagado, deprimido o deja de funcionar.
Por lo tanto, cuando nosotros pensamos, nuestro cerebro produce y transmite energía, y es en función de este principio, unido al “efecto placebo”, que el Dr. Bruce Lipton asegura que los pensamientos son mucho más poderosos que la química de los medicamentos, con un adicional: la “química mental” está completamente libre de aquellos efectos secundarios tan dañinos para el organismo humano. En este sentido, tenga usted siempre presente que las propias creencias pueden convertirse en un poderoso campo energético sanador que emite señales capaces de cambiar, modificar y sanar el cuerpo humano, bajo los principios ya señalados: el pensamiento positivo (o placebo) puede sanar, en tanto que el pensamiento negativo puede enfermar (e incluso matar a la persona).
Finalmente, quisiera destacar otro aspecto que muchas personas –especialmente los padres– desconocen, a saber, que muchos estudios demuestran que aquellas enfermedades que desarrollamos de adultos –como el cáncer por ejemplo–, están relacionadas con la programación mental y el entorno que nos correspondió vivir durante los primeros seis años de nuestra vida. Esto significa que los niños absorben –y de alguna manera también “aprenden”– las enfermedades o actitudes negativas de los padres, situación, que de alguna manera, ayudaría a programar el cerebro de estos menores.
La parte positiva de esta experiencia, es que si el sujeto se preocupa de cambiar en su subconsciente los “programas erróneos”, entonces existe una gran posibilidad de que esta persona pueda reconstruir y rehacer su vida. La explicación para esto es muy simple –aún cuando no fácil–: el 95% de los (buenos o malos) hábitos que se tienen de adultos, vienen dados desde la niñez, por lo tanto, el sujeto que desea cambiar los viejos malos hábitos, se ve obligado a tener que modificar su propio subconsciente. Una tarea que por cierto no es fácil, pero que, en definitiva, tampoco es imposible.
Si los padres desean ayudar y apoyar a sus hijos, entonces deben aprender a deshacerse de los miedos infundados y deben procurar no inculcar creencias limitadoras en el subconsciente de sus hijos.
Por lo tanto, he ahí, el gran desafío que tenemos todos nosotros por delante, si es que queremos que nuestra mente y nuestros pensamientos nos ayuden a curar y a cuidar a nuestro cuerpo.
En definitiva: cambiar nuestra manera de vivir y percibir el mundo, es cambiar nuestra biología.
Dicen que querer es poder. El poder que le demos a nuestra mente en nuestro cuerpo y en nuestro ser interior, juega un rol protagónico en los proyectos de vida que nos propongamos. Cuando deseamos algo, normalmente concentramos nuestro tiempo y energía en conseguirlo. Es aquí donde los estímulos que le damos a nuestra mente juega un papel principal, ya que siempre nos encontraremos con piedras en el camino y existe la posibilidad que estemos rodeados de un ambiente propicio donde exista gente que nos anime y apoye nuestra lucha (estímulos positivos) o gente que nos tire para abajo y se empeñe en hacernos desistir de los objetivos propuestos. Es en este punto, donde hay que poner a prueba nuestro poder mental, que nos puede hacer más fuertes y perseverar en nuestro camino hacia el objetivo con una voluntad inquebrantable que se puede aplicar en cualquier aspecto de nuestras vidas (relaciones personales, salud, obtener éxito laboral, etc.).