El uso de la violencia entre las mujeres: silenciosa y soterrada

Publicado por Equipo GV 9 Min de lectura

Por Dr. Franco Lotito C.  – www.aurigaservicios.cl
Académico, Escritor e Investigador (PUC- UACh)

 

“¿Mujeres mejores que yo? Muchas. ¿Mujeres peores que yo? Millones.  ¿Mujeres como yo? ¡Ninguna! ”.

“Una mujer inteligente no se rebaja a competir con otra, porque tiene claro que donde hay calidad, no hay competencia”.

mujeres-peleando-2Un estudio realizado en Noruega hace un tiempo atrás, demostró, en primer lugar, que contrario a todo lo que se pensaba, el uso de la agresión y de la violencia no es un asunto neta y exclusivamente de dominio masculino. En segundo lugar –y mucho más importante aún– se logró establecer que las mujeres expresan la agresividad de manera distinta y, principalmente, en contra… de las propias mujeres.

Hay miles de estudios sobre el uso de la violencia por parte de los hombres, sin embargo, resulta casi imposible encontrar investigaciones en que sean las mujeres las que utilizan la agresión y la violencia, razón por la cual, resultó ser muy llamativo un estudio de la  Universidad de California, EE.UU, en que se demostró que las mujeres pueden ser tan agresivas como los hombres, sólo que de maneras distintas a las que utilizan los varones.

Es así, por ejemplo, que la agresión femenina puede ser solapada, silenciosa, encubierta, soterrada –elija usted el concepto que más le agrade– y, generalmente, indirecta.

Incluso más: la hostilidad por parte de las mujeres puede llegar a ser más frecuente y habitual que en los hombres, pero a menudo se disimula y, casi siempre, involucra a terceros. Sorprendió, por ejemplo, reconocer que alrededor del 60% de las mujeres pensaban que su principal “enemigo” y amenaza en el ámbito laboral eran… las mismas mujeres, y no los hombres. En tanto que el 75% de las mujeres aseguró que intentaban que su trabajo se viera “mejor hecho” que el de una colega más apta y competente que ellas.

Por otra parte, frente a una misma situación de molestia en contra de un colega de trabajo, que los investigadores le presentaron tanto a hombres como mujeres, el 90% de ellas –como primera reacción– manifestó su rabia por intermedio de “comentarios” que parecían inocuos e inofensivos, pero que escondían un gran nivel de agresividad, o bien, “echaban a correr rumores” en contra del causante del mal, o también intentaban “acomodar la situación para quedar ellas como heroínas frente a los demás”.

Los hombres, por su parte –y ante la misma situación de molestia–, fueron más transparentes: el 40% señaló que lo primero que haría, era “lanzarle un puñetazo” al causante del problema, en tanto que el 60% restante optaba por expresar “su enojo de manera social”, manifestando al otro aquello que les molestaba.

Las mujeres, en cambio, al no ser frontales –por haber sido educadas como “chicas buenas, tiernas y cariñosas”–, se quedaban atragantadas con lo que les molestaba, lo que hacía que la molestia (o la envidia, en ciertos casos) creciera, lo cual, finalmente, debilitaba sus relaciones interpersonales, especialmente con sus propias congéneres. En este sentido, una de las características más distintivas de las relaciones entre mujeres, es que el tipo de agresión que se produce entre ellas, es de tipo “pasivo-agresiva”.

Ciertas frases y gestos que ellas usan en contra de otras mujeres dan cuenta de esta situación. Aquí le doy algunos ejemplos: “¡Qué especial tu blusa!” para indicar que la blusa de la “amiga” no es de su agrado; “Es que ella es tan así…” para referirse a una tercera mujer, mientras conversa con otra persona; decirle a la propia cuñada con una sonrisa malévola: “¡Oye, pero si el verde ya está pasado de moda!”. Hacer muecas, gestos con la cara y rotar los ojos (“eye-rolling”, en inglés, girar o rotar los ojos) para “decir” sin palabras: “¡Mira a esa pobre tonta!”, o bien… “¡Otra vez con la misma lesera!”.

El “rotar los ojos” está considerado como una típica respuesta del tipo pasivo-agresivo ante una situación indeseada, ante un dicho o frase molesta, o ante un sujeto que se considera desagradable, y que se usa para atacar a una persona, sin que haya un contacto físico.

Otro curioso descubrimiento, es que el porcentaje de bullying practicado en el colegio, se invierte. Es decir, si el 60% del bullying en los colegios es realizado por los hombres y el 40% por las mujeres, en el trabajo esa relación porcentual cambia, y ahora el 70% del  bullying adulto (o, en rigor, mobbing) es realizado por las mujeres en contra de sus propias compañeras de labor. Aquí tenemos, por ejemplo, el caso de un trabajo en un banco, cuyo uniforme requiere usar zapatos con taco alto, en que la Jefa no tiene empacho alguno en retar a su subordinada frente a todo el personal, diciéndole: “¡Si vas a venir a trabajar con zapatos de dueña de casa, mejor te quedas en la casa fregando sartenes y haciendo aseo!”.

Una tercera investigación de la Universidad de Minessotta, EE.UU., identificó tres formas de ataque más habitual en las mujeres:

1. Agresión relacional: son acciones que dañan las relaciones de la víctima del ataque con el resto del grupo, tales como ignorar a la víctima, excluirla del grupo, aislarla en el trabajo, usar un lenguaje corporal expresando el “desprecio” por la víctima, hacer morisquetas y gestos peyorativos hacia la víctima.

2. Agresión indirecta: es la más frecuente, donde la agresora evade confrontar a su víctima y en lugar de eso comienza a esparcir rumores malignos que perjudican a la persona que es objeto de estos rumores. Cuando la agresora es encarada por la víctima, ella niega todo y afirma que “nunca ha dicho” lo que dijo y que “nunca tuvo la intención de perjudicar” a su víctima.

3. Agresión social: el objetivo y fin último de este tipo de agresión, es herir la autoestima de la víctima, así como su status social o laboral. De acuerdo con los investigadores, esta sería la peor forma de agresión femenina, por cuanto, en este caso, la agresora se aprovecha de la relación de cercanía (o de confianza) que tiene con la víctima de turno, para dañarla. Típico de esta situación, es cuando la agresora rompe el código del silencio –o del secreto que le fue confiado– y comenta abiertamente dicho secreto con otras personas, haciendo vox populi la información que le confió la víctima, con el único y exclusivo fin de perjudicarla ante los ojos de los demás.

En función de lo anterior, es preciso tener presente, que el ámbito del trabajo es un área donde la “competencia femenina” encuentra un ambiente bastante propicio para sacar a relucir ciertas “armas de guerra”, por cuanto, para ellas, la principal competencia la representan las demás mujeres, no así los hombres.

 

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