Por Hugo Pérez White
La calidad en educación no se mide por la cantidad de conocimientos adquiridos en una sala de clases, ya que cada alumno es una individualidad única e intransferible en cuya formación influyen múltiples factores partiendo de la genética, el ambiente familiar, el barrio y la población o sector donde desenvuelve sus actividades.
Con estos elementos ya internalizados en cada niño, éste llega ilusionado a los umbrales de la escuela soñando que va a ingresar a un mundo mejor de aquel en que vive todos los días y los padres han puesto todas sus esperanzas pensando que es el único camino que lo ha de llevar al éxito del mundo del trabajo cuando sea adulto o profesional, pensando siempre en conseguir un cartón como popularmente se le denomina al certificado o diploma que acredita sus logros académicos, pero, a la luz de los acontecimientos, a las manifestaciones de los estudiantes de educación secundaria o media y los alumnos universitarios estos diplomas no expresan el anhelo de los beneficiados quienes al darse cuenta con el paso del tiempo que el camino tan escabroso que han tenido que recorrer en el sistema educativo no les satisface en cuanto a calidad educativa y al endeudamiento que les significa cancelar las becas adquiridas y que los tendrá hipotecados por muchos años más, deteriorando sus ingresos posibles y resintiendo su estabilidad familiar, abandonan sus estudios o se cambian de carreras y así logran satisfacer sus reales vocaciones.
Dar una explicación tácita, fijar parámetros equitativos y realizar monitoreos evaluativos a través de mediciones estandarizadas no son paradigmas universales que determinen si la calidad de la educación en nuestro país es mala, regular, buena o excelente tomando como parámetros ideales a conseguir y que algún país, o grupo humano pueda determinar con hechos científicos de estas debilidades que supuestamente existen en nuestra población.
Los profesores cumplen a conciencia sus actividades docentes y cada niño que ha pasado por las aulas ha sido tratado con cariño y respeto considerando siempre sus diferencias individuales y sus maestros han gozado con los éxitos de sus alumnos y han sufrido también con sus fracasos y en estas condiciones siempre han estado dispuestos a fortalecer las estrategias para lograr los mejores aprendizajes que la realidad humana, material, afectiva y síquica les ofrece.
No creo que los profesores sean los únicos causantes de esta supuesta baja en la calidad de la educación, porque las acusaciones así manifestadas por toda la sociedad es una culpabilidad gratuita que se les atribuye a quienes han dado una vida entera a la educación de los niños de Chile y ahora más que nunca es necesario desmentir y rectificar de esta falacia, para no acrecentar la bola de nieve que se está creando en la comunidad nacional porque en la medida que vaya rodando en la ladera de la credibilidad engañosa, ésta irá aumentando en volumen y va a llegar un momento en que nadie será capaz de detenerla.
Si fuera tan mala la educación que entregan los colegios y Liceos, no tendríamos a tantos líderes estudiantiles que han surgido a la palestra pública, utilizando un buen lenguaje académico, manejando argumentaciones sólidas y creíbles y con gran capacidad para levantar multitudes, oponiéndose incluso a diputados, senadores y ministros y diversas autoridades regionales.
Tampoco podemos olvidar a esos líderes jóvenes secundarios que levantaron sus voces de alerta en la llamada revolución pingüina y que lograron concitar la atención de la opinión pública con encendidos discursos como si hubiesen sido avezados políticos de antaño y ciertamente que lo fueron porque en las recientes elecciones de parlamentarios, varios de estos líderes estudiantiles, hoy son flamantes diputados de la República y nadie cuestiona su calidad educativa.
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