La Nueva Mayoría ha muerto de facto y en las próximas elecciones municipales se perfilan nuevos pactos y liderazgos. Aparece con fuerza ese 60% que no votó, que estaba desencantado y que no enganchó con las promesas de cambios de la NM. Una masa de ciudadanos potenciales que al ejercer el derecho a voto podrán potencialmente dar vuelta el tablero y jubilar a la gerontocracia agotada de las élites políticas.
Por Hernán Narbona
@hnarbona
El fenómeno del centralismo
La mentalidad centralista tiene un sesgo oligárquico y se refleja en el menosprecio de la provincia y en la sensación de poder que da estar orbitando los círculos cercanos del Poder Ejecutivo, de la Presidencia de la República. En esa mirada de orden vertical, la autoridad central, formal o informal, trata de subordinar las decisiones locales o regionales a los criterios cupulares.
El poder es una percepción de las partes involucradas y si de la vereda centralista la impronta es de mando, del otro lado aparece la obsecuencia, que se traduce en obedecer sin cuestionamientos las propuestas centrales. Se ha generado así en nuestra sociedad este orden psicosocial en donde toda la organización política regional está condicionada por los liderazgos centrales. Como el fenómeno del centralismo es recursivo, al interior de los Gobiernos Regionales, respecto a las Gobernaciones Provinciales y las comunas, se va repitiendo la misma actitud, lo que va limitando la participación ciudadana o haciendo de ella una mera formalidad inconducente.
En los Partidos Políticos el fenómeno del centralismo concentra el poder en los comités centrales, las juntas partidarias. En los niveles comunal y regional las máquinas de poder compiten, tratando de lograr en comicios internos ganar el instrumento partidario local para ganar los cupos con que el partido participará en las elecciones. Todas las malas prácticas imaginables se han dado en este escenario. Los caudillismos proliferan, incorporan militantes incondicionales, les retribuyen con un empleo, pero también les cobran el diezmo o cuota para financiar la organización partidaria.
Reclutar contingentes de este perfil de militantes es asegurarse el control del partido y son éstas las máquinas que se apoderan de los partidos y dan duras luchas internas para mantener el poder. Es que el instrumento partidario es el que permite designar los candidatos a todo. La máxima del poder es controlarlo todo y bloquear, neutralizar o demoler aquello que no se controla y que amenace al Partido. Nada ideológico en la propuesta, absoluto pragmatismo, disciplina basada en la incondicionalidad con cero críticas. La retribución es poder catapultar a un cargo de elección popular, desde la de un modesto concejal de una comuna pequeña, pasando por Alcalde, Consejero, Gobernador, Intendente, Diputado, Senador hasta Presidente de la República.
En la política contemporánea el ciudadano es un cliente del marketing al cual se dirigen campañas de encantamiento, se le plantea lo políticamente correcto, la empatía necesaria para que las propuestas atiendan las mayores expectativas y sensibilidades. Pero también esas campañas pueden marcar mensajes distintivos, jugar con la memoria, apelar a prejuicios, etiquetas o eslóganes que suenan bien, no importando mucho su sustancia. Así hemos vivido los chilenos esta política concentrada, donde el dinero es clave para manejar las organizaciones políticas, con pago de favores, clientelismo, nepotismo, una suerte de todo vale y de acuerdos de silencio entre los que juegan en el ruedo.
El fenómeno Corrupción
La caja de Pandora que se abrió en Chile desde un año a la fecha, ha demostrado que la premisa de Lord John Dalberg Acton, “El poder corrompe y cuando es absoluto corrompe absolutamente”, se ha probado vergonzosamente en Chile y las razones confluyen a esta realidad de centralismo cupular, donde el presidencialismo es concentrador de poder político y el sistema económico de mercado, es en realidad un capitalismo salvaje que propicia la concentración de la riqueza. No ha sido casual, ni mucho menos, que ambas dimensiones, poder político y poder económico, hayan construido puentes y nexos impropios, que han transgredido los principios republicanos de autoridades probas e independientes, servidores públicos austeros, dedicados al servicio público para llevar con dignidad la investidura sin tratar de enriquecerse de ella.
La corrupción estructural que se viene desarrollando por 25 años con el máximo cinismo político, ha significado que los partidos políticos de la Concertación resignaron sus programas de gobierno de los 80, desmovilizaran a la sociedad civil, permitieran que desapareciera la prensa independiente, traicionando sus principios fundacionales, para convertirse en meros administradores del modelo, más papistas que el Papa, generándose nuevas privatizaciones, como la del agua y la minería, con una vinculación impropia entre política y negocios, que fue favoreciendo los intereses corporativos de los grupos que financiaban a los partidos políticos, profundizándose el modelo por acciones de corrupción que han sido un derrotero oscuro en los 25 años de gobiernos democráticos.
Los acuerdos Lagos-Longueira, nuevas leyes de Probidad y Transparencia, maquillaje a la Constitución Política, secretismo a la Comisión Valech y exonerados truchos, mientras se consolidaba un modelo de capitalismo salvaje, depredador, extractivo, leonino para el Estado y los ciudadanos, quienes han tenido que sufrir el deterioro de la calidad de vida como víctimas permanentes de los abusos que con impunidad han ejercido los grupos de poder.
La caja de Pandora se ha abierto hace un año con los casos Caval, Penta y SQM , por señalar los emblemáticos, y sus aristas han sido tantas que ha resultado imposible encapsular sus efectos, los que han rebasado los secretismos de siempre. La realidad de prevaricación de parte de funcionarios de confianza, enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias. El hijo de la Jefa de Estado actuando como lobbista de multinacionales. Negocios impropios que violentaban la ética pública, la realidad destapada de los financiamientos legales e ilegales a políticos de la Concertación y Nueva Mayoría, incluyendo la misma campaña presidencial de Michelle Bachelet, por parte de Julio Ponce Lerou, yerno del dictador Augusto Pinochet, quien obtuvo de su suegro la ex empresa pública Soquimich. Ponce Lerou, un multimillonario que surgió del nepotismo del dictador y el saqueo a las empresas del Estado.
“Recursos manchados con sangre”, como ha sancionado Camilo Escalona. Julio Ponce Lerou, dueño a la fecha del nuevo oro blanco, el litio y que obtuvo esa concesión del Salar de Atacama durante el gobierno de Patricio Aylwin, cuando Carlos Ominami era Ministro de Economía. Nada menos que Enrique Correa ha sido el nexo facilitador de la relación entre políticos de “izquierda” y SQM y quien ha sostenido descaradamente que financiar la política no es corrupción.
La Nueva Política Emergente
La Comisión Engels, de Probidad y Transparencia propuso airear los partidos políticos para terminar con sus malas prácticas, de manera que la política recupere legitimidad y se frene la tendencia de descreimiento que debilita al sistema democrático.
Eduardo Engels, profesor universitario, ha debido apoyarse en la opinión pública para procurar una presión social al Parlamento para aceptar las reformas propuestas; las cúpulas partidarias han sido renuentes a resignar poder y han tratado de seguir con el secretismo en la cocina de palacio, con un puñado de gerontes fijando los destinos de todo un país.
El sector empresarial está desnudo en la plaza pública mientras la ciudadanía articula intuitivamente, por ahora, mecanismos de coordinación para neutralizar el poder de los oligopolios y monopsonios, generando acciones de boicot a supermercados coludidos, buscando que el Ejecutivo y el Congreso fijen leyes acorde con otras economías desarrolladas, donde el delito económico se pena con cárcel efectiva.
En este escenario, aflora la preocupación de la ultraderecha que ve que sus aliados encubiertos, los políticos que ha financiado, pierden el control de la opinión pública y que una rebeldía ciudadana comienza a amenazar sus feudos corporativos. Para esos oligarcas que se sienten y actúan como dueños de Chile, no les molestaría volver a pisar la democracia, si ella se les vuelve riesgosa. Del otro lado, la cínica pseudo izquierda con fines de lucro, no para de utilizar el consignismo de los setenta, apelando a victimizarse con la dictadura, si ello sirve a sus propósitos.
Dentro de la Nueva Mayoría, una alianza solamente ligada por la conveniencia de compartir cuotas de poder, se evidencian profundas contradicciones vitales, con una notoria falta de dirección política de la Presidenta, con cada partido manejándose de acuerdo a sus compromisos e intereses, algunos propiciando que Chile se incorpore a fardo cerrado al TPP y otros cuestionando el secretismo y la imposición de dicho poder transnacional en desmedro de la soberanía. Los dos discursos conviven en un discurso inconexo, que quiere quedar bien con Dios y con el diablo. Eso mismo ocurre en materia de educación, salud, previsión social, medio ambiente.
La Nueva Mayoría ha muerto de facto y en las próximas elecciones municipales se perfilan nuevos pactos y liderazgos. Aparece con fuerza ese 60% que no votó, que estaba desencantado y que no enganchó con las promesas de cambios de la NM. Una masa de ciudadanos potenciales que al ejercer el derecho a voto podrán potencialmente dar vuelta el tablero y jubilar a la gerontocracia agotada de las élites políticas.
Se comienzan a articular corrientes que hacen recordar el fenómeno político de España.
Los antiguos concertacionistas se desmarcan para buscar alero en tiendas sin el lastre del actual repudio social. El Partido Socialista se une con la Democracia Cristiana, lo que es hacer compartir al aceite con el vinagre. El PPD ha cerrado fuerzas con el Partido Social Demócrata y con el Partido Comunista. El MAS del Senador Alejando Navarro quiere acercarse a Gabriel Bóric, quien inteligentemente ha eludido un abrazo del oso.
Poder Ciudadano, es una alianza que partiría desde la sensibilidad del viejo allendismo principista, de cuna en la historia de los frentes de acción popular, apostando a cambiar los pilares del sistema instaurado por Pinochet y que está plenamente vigente.
Sentido de Futuro, donde confluye Amplitud de Lily Pérez y Fuerza Liberal de Andrés Velasco, sería una opción liberal republicana que apostaría a quitarle al modelo capitalista imperante los adjetivos de salvaje y depredador.
Revolución Democrática reflejaría una confluencia republicana, nacionalista y popular, con cambios de fondo al sistema heredado de la dictadura, con el liderazgo emergente de Giorgio Jackson; en esta convergencia se sumaría la nueva izquierda que lidera Gabriel Bóric, en un conglomerado que ha sido categórico en erradicar las malas prácticas del Parlamento.
En la impronta electoral los partidos tradicionales juegan al marketing, al dinero, al eslogan fácil y la gigantografía fotoshopeada de siempre; designan gente de la música, actores o futbolistas famosos para llenar su plantilla; reclutan soldados tipo barras bravas que protejan las palomas y rompan las del adversario, mucho discurso vacío y de propuestas aterrizadas, la nada misma. Estos partidos seguirán apostando a la ignorancia e inconsciencia de las masas, jugarán a los bonos, a las promesas, usando voladores de luces.
Del otro lado, las corrientes emergentes representan, en principio, a los sectores de clase media a los que llegan los costos y nunca un subsidio, que pagan impuestos y soportan el modelo mediante endeudamiento. Son relativamente libres para opinar, son la mayoría silenciosa que en gran medida quizás no votó porque su foco de interés no está en lo público sino en sobrevivir. Pero las cosas han llegado a tal grado de descontento que ahora parecieran estar prontos a un voto castigo.
Atendiendo esa percepción, se ve surgir diversos movimientos y se ve morir otros, como el Progresismo herido por la situación de un líder financiado por SQM que tendrá que buscar nuevos referentes o nuevos líderes que los interpreten. Son movimientos nuevos, que sí despliegan una propuesta más sustanciosa, posicionan nuevos rostros, apelan a tener las manos limpias de corruptelas. En general, todos deberían pasar la prueba de la blancura, aunque nadie hable de cambios revolucionarios que signifiquen abandonar una economía de mercado, pero sí de recuperar un Estado sólido, probo e inteligente en la regulación y fiscalización, con capacidad de emprender, invertir y ser locomotora.
La ciudadanía
El Regionalismo aparece en las propuestas como una propuesta contestataria frente a la vieja política. Es una respuesta al centralismo y un trío de Senadores, Guillier, Horvath y Chahuán, serían la bancada transversal que interpreta esta tendencia. Se trata de dar poder real a las regiones, con proyectos anclas que se impulsen con una nueva forma de gestión pública, que rompa el centralismo perverso por donde partimos en este análisis. La probidad y la transparencia están íntimamente ligadas a una gestión pública desconcentrada, donde las regiones recuperen identidad y capacidad de inversión pública, en alianza estratégica con los privados. En general, se plantea de nuevo el concepto desarrollista con acción público-privada, donde el Estado lidera, se reconoce y promueve el emprendimiento, se conduce con políticas regionales el perfil productivo e infraestructura regional, pero, al mismo tiempo, con control ciudadano, sin lobistas que pasen a llevar las instancias democráticas.
Cuando este discurso se convierte o se acerca como un común denominador de las fuerzas emergentes, aparece en el escenario una señal grande de gobernabilidad, que responde al argumento de populismo y caos que formulan los partidos del statu quo. Los movimientos emergentes son jóvenes, realistas, no son dogmáticos ni fundamentalistas, no están anclados al golpe del 73 y tienen vocación democrática, sin estar cooptados por intereses privados como los políticos que hoy transitan por los tribunales de justicia.
Siendo optimistas, se advierte para el mediano plazo un cambio profundo en la forma de hacer las cosas, lo que podría recomponer las relaciones que deben darse, con respeto e interdependencia, entre la sociedad civil y el sistema político nacional.
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